miércoles, 16 de abril de 2008

Ser gato

Dicen de los gatos que el acto mismo de convivir con ellos libera nuestras tensiones, absorbe nuestras enfermedades sin consecuencias para ellos. Yo lo he comprobado con el mío, cuando estoy enferma, su ronroneo constante se multiplica y su pulso entonces es el pulso del Universo. Entonces veo cómo se acerca con decisión para llevarse el dolor y las iras en un lomo canela repleto de una energía espectacular que eriza su pelaje. Cuando el peso ya es excesivo, él se aleja silencioso, como se acercó, para expulsar mis tensiones al propio aire, a un aire distinto lejos de él y de mí, luego vuelve libre, limpio, renovado, sin humo en los ojos. Es entonces cuando se deja acariciar y en mi mano, nueva, ya no hay pensamientos negativos ni dolor. Ya lo decía Borges en un poema, su lomo es tan condescenciente a las morosas caricias de nuestras manos… Ayer yo hubiera querido ser gato, ese gato que vi echado sobre la calzada, quieto, aún con alargado cuerpo y abiertos ojos y con ellos, quizá, algo más vivos, haber escurrido la certeza de aquel golpe mortal. Hubiera querido ser aquel gato, para salvarme, para liberarme de la tensión de la muerte y en mi tranquilo pulso absorber aquel maullido ya tan sin aire pero de latido reciente, frases sin aire de maullidos lúcidos y coherentes que caían desde su ya inflamado cuello… Pero antes, una contracción ligera pero rotunda atravesó un instante su frente, y por su cuerpo pasó casi imperceptible el temblor de unas ruedas. Volví en mí y mis manos volvieron al reposo. Cuando le miré, allí, echado, sin huesos, con una piel tan blanda aún, fue como si un escalofrío atravesara aquel cuerpo negro de gato muerto sobre la calzada, en esa orilla donde aparcan los coches…. hasta que la inercia me fue devolviendo al mundo, a la batalla, a la lucha. Me pregunto quién de los que le vimos se llevó en su lomo su dolor, su muerte, condescendiente. Esta mañana, al volver al trabajo, me volví a detener en su cuerpo, aún sigue ahí, en el mismo lugar, más frío, más rígido, en posición idéntica, ocupando el espacio exacto en el que entra un coche aparcado. Su cuerpo físico aún es respetado.

6 comentarios:

Gracia Iglesias dijo...

Yo, que estoy convencida de que en otra vida tuve que ser gato, entiendo tus palabras como si las dictaras desde mi corazón. ¡Cuántas veces mis amigas de orejas puntiagudas y largos bigotes han soportado mi angustia sobre sus espaldas!
Consuelo para los momentos de tristeza y calma para la inquietud. Su motor de susurros tranquiliza y amansa. ¿Quién domestica a quien?

Todos los días recorro siete kilómetros de carretera provincial entre mi casa y el trabajo. Siete mil metros en los que cabe el último suspiro de muchos gatos muertos. También, a veces, hay ardillas y zorros sacrificados en el humano altar de la civilización y el progreso. Siempre esa misma pena ante el primer impacto y, luego, días y días de putrefacción bajo el sol y la lluvia; neumáticos despiadados y apenas depredadores, espantados por el rugir de la calzada. ¿Por qué nadie se encarga de quitar los cadáveres, de darnos un descanso devolviéndoles la dignidad que esos animales demostraron en vida? Eso sin entrar, claro en temas más prosaicos como la salud pública.

Anónimo dijo...

Uff..me ha dejado un poco triste tu entrada. Más que triste es esa sensación de impotencia...

En mi casa el "gato" soy yo...

:)

Rafa dijo...

Comprendo el hipo de tu pulso,la arcada espontánea de tu alma, pero anímate que para los gatos eso es solamente un salto en sus "siete vidas". Por eso los egipcios lo adoraban como un dios de sombras y luces, en contacto con el más allá, y señor de lo desconocido.
En silencio se acerca y en silencio se va.Solamente exige una cosa, que se respete su libertad para amar y ser amado.

nuria ruiz de viñaspre dijo...

Gracia
Siete mil metros… madre mía Gracia, parece increíble que en tan corto espacio el mundo se consienta tantos cadáveres de pájaro, gatos, ardillas o zorros, todos con ojos. Tienes razón, hay mucha oferta de trabajos para un puesto así. Hoy al salir a comer, volví a tropezarme con el animal, que hubiera hasta bautizado, esta vez sus patas traseras se mostraban impúdicamente abiertas enseñando al cielo su pecho. Alguien lo habría movido, desde un coche, claro, pensé yo. Te prometo que pensé en retirarlo pero ¿dónde dejarlo? Esa pregunta -que atravesó mi mente- junto a las miradas atónitas posteriores de los transeúntes que sospeché al momento detuvieron mis manos llenas de dirección.

Gata negra
Cuídate de las ruedas locas de algún cochero, te lo ruego. Eres preciosa y negra como el que vi esta mañana.

Rafa
Aún persiste esa pequeña contracción en el hígado. Me quedo en tus siete vidas, que sea una de las de él.

Isabel Barceló Chico dijo...

Un texto escalofriante y bellísimo. A veces parece que vivamos de espaldas a la vida y hayan de ser los animales quienes nos vuelvan a colocar frente a ella. Saludos cordiales.

Anónimo dijo...

Nuria, gracias por el consejo y el cumplido,te haré casi y tendré cuidado.

Justo después de publicar el coment, me percaté que se me pasó decir, que aunque soy el "gato" de la familia, no tengo la habilidad gatuna de desprenderme del "mal rollo" como hacen ellos. Ojala y pudiera, así podría ayudar más y mejor...

:) feliz día para tod@s!!