martes, 30 de diciembre de 2014

lobos en off

EL HIJO.-Se deben disimular los defectos y flaquezas del prójimo, sí, es cierto, pero si damos un paso más caemos en la hipocresía y en la adulación.. Es difícil saber cómo comportarse.. pero a veces es un deber decir la verdad sin paliativos..
GERDA.-Calla
EL HIJO.-Bien. Me callo. Pausa.

GERDA: -Es mejor que sigas hablando, pero no de eso. El silencio me hace oír lo que piensas... Cuando la gente se reúne, entonces todos hablan, hablan sin parar únicamente para ocultar sus pensamientos para olvidar, para ensordecerse. Quieren oír novedades sobre los demás, sí, pero al mismo tiempo ocultar sus propias preocupaciones.
EL HIJO.-Pobre Gerda
GERDA.-¿Sabes lo que más daño hace? Pausa. El comprobar la futilidad de la suprema felicidad .
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EL HIJO (a su madre): ¡Mírame, pelícano ¡Mira a Gerda, con su pecho esquelético...!

El Pelícano, de August Strindberg

Es curioso cómo en el libro de Strindberg, El Pelícano, se siente con claridad meridiana cómo se fragua la tragedia, cómo línea a línea, párrafo a párrafo se huele la tragedia familiar. Es como si una gran bola cayendo desde muy arriba fuera haciéndose más y más grande hasta llegar a aplastar cuanto encuentra a su paso. Macrófaga bola la boca humana cuando dice.... Curioso que ayer en el teatro una sintiera exactamente eso, cómo músculo a músculo iba fraguándose la tragedia... Fidelidad al texto del dramaturgo sueco y una interpretación enorme para que esto que digo se de en el escenario como en el papel leído.




Fíjense en esta imagen. Es todo un cuadro pictórico. Escultórico incluso. Parece que están todos muertos por dentro. Es el cuadro de Hambre, locura y genio dirigida por Juan Carlos Corazza. Un cuadro que bien podría encontrarse en el salón de cualquier casa. El ser humano comiéndose a sí mismo. Es una imagen sobria, llena de claroscuros, como el hombre, es hasta bella, porque hay algo que hace bella la tragedia. Mentes claras, diáfanas y sanas, al frente; oscuras, malévolas y hambrientas al fondo de ese frente. De esa frente. Dentro de ese cuadro la fragua y dentro de la fragua el drama. Ahí, en un estrecho habitáculo que es un salón con cheslong, se irá desanidando la psique de cada uno de los personajes, en esa cheslong se tumbará cada una de esas frentes, digo mentes, confrontándose las unas a los otras. 





Hambre
Locura
Genio





Resulta inquitante percatarse que el hambre en esta imagen de Strindberg (guiño divertido y siniestro que Corazza lo conciba como el retrato del padre muerto en la obra), esté a la altura de la frente -que para mí es la mente-, que la locura lo esté de los ojos, y el genio de la boca, boca por donde salen las ideas que llegan desde el hambre y que pisan, en su camino hacia la boca, el territorio de la locura, estepa luminaria. 

Off // Curioso nombre el de la sala -pero estrictamente necesario- para acoger estas dos obritas que conforman lo que podrían ser los tres mandatos de nuestros días: hambre locura y genio. Teatro breve, aunque bien sabemos que la cosa si breve dos veces buena (y trágica). Y en ese límite, en ese escenario, la precipitación de los acontecimientos familiares. Precipitación y celeridad que incluso trastorna a los personajes. Los conmociona. Los precipita a sus propios abismos. Es la tensión-Strindberg definida por los crudos y enérgicos diálogos. Un desencadenante de tragedias suspendido en una sala off sin paredes. Solo columnas. Como si cada columna tuviera un nombre, y fueran las patas que sostienen el mundo: hambre, locura y genio.  

Off // Sala pequeña, pero insisto, necesaria para sentir la pulsión de cada uno de los personajes. Los primeros planos. Los gestos nada planos. El lenguaje corporal. Los gestos, otra vez. El gesto del odio del drama del dolor. El gesto de la avaricia, que también tiene un gesto. Oírles respirar. Sentir su sudor trágico resbalar por sus cuerpos también trágicos. Y es que el dolor mancha. Es sucio. Huele. Se expande. Así se les ve moverse dentro de la tragedia familiar. La cercanía es tal, que es como si nosotros, el público, formáramos parte de esa familia, como si estuviéramos sentados en ese salón, testigos fieles de la historia. Como si Strindberg nos invitara en esa cercanía a asomarnos al abismo de nosotros mismos. A asomarnos sin cuerda alguna al horror de la psique. Al ser humano en toda su completud. Como si fuéramos alpinistas suicidas sin cuerda a la que atarse.



El instinto devorador acorralado. Lobos encerrados en la sala. Lobos en off. Estas dos piezas cortas  llenaron ayer el teatro. Débito y crédito y El pelícano. Ambas unidas por el hilo del mal del mundo. Strindberg lo conocía bien y lo trataba desde muchos ángulos. El mal del mundo, ese ser devorador, destructor, aquello que el filósofo Thomas Hobbes, aseveraba en frases como el hombre es un lobo para el hombre. En definitiva, la familia según Strindberg. Un viaje a nuestras raíces. Un escarbar y escarbar desde el hoy hasta llegar más abajo, al lado más oscuro, al fondo de esa raíz, raíz de la planta que somos. 

El Pelícano de Strindberg siempre ha sido para mí un sutil análisis de las relaciones humanas donde coexisten todos los fantasmas del autor. El maltrato mental, la hipocresía social, la incomunicación y sobre todo, la avaricia, la avaricia como comepersonas. Violencia mental, lo llamaría Strindberg. Violencia mental que anida justo ahí, en la frente, que, insisto, para mí es la mente. A partir de ahí, la destrucción. 

Plinio el Viejo decía que los pelícanos tienen un segundo estómago en el cuello, donde las insaciables criaturas colocan la comida, aumentando su capacidad... también se dice que la hembra mata a sus crías y las llora durante tres días, luego se hiere a sí misma y arroja su sangre sobre ellos para revivirlos. 

Es devastadora la maldad. y además de devastadora, es irreprimible. La especie humana tiende a ella, a la maldad, a la devastación, a la degradación de su especie. Hace un par de años vi la obra de teatro Agosto de Gerardo Vera (Carmen Machi y Amparo Baró), y era el mismo escenario, y es que pienso que toda tragedia familiar tiene el mismo escenario. Un salón y cuatro paredes. Encerramientos. Encierramentes. Un salón como el que vi ayer en aquella sala.

Y en aquel salón de Agosto... el mundo estaba encerrado en una casa. en un cuadrilátero tapiado donde se concentraba el horror y la angustia inyectado en vena con calor letal. una muda casa sin viento. una tensión hueca en ese aire detenido. una abisal casa de muñecas. una tumba abierta encarnizada de muñecas rotas. un devastador juego psicológico que arrasa. huracán de emociones los muros de esa jaula de violencias. el pasado y el futuro reñido a muerte con el presente. el ser humano al límite. la gran historia de siempre. una familia desvencijada reunida por la inesperada y misteriosa muerte del patrón de la casa. una familia re-unida que además de no unirse ni re-unirse, mata. una familia que se sirve en una mesa y se comen los unos a los otros sus miedos, molinillos todos que muelen y muelen los sentimientos ajenos. triturador de corazones, bañeras de sangre y posos de café quemado. una madre devorando a sus hijas -disparando a la más débil-, como aquel saturno goyesco devorando a su hijo. unas hijas devorando a su madre -disparando la más fuerte-. 

Mismo escenario... y es que, como decía La Madre en este Strindberg, esto ocurre en las mejores familias.

Enhorabuena al reparto y a la dirección. Redondo el trabajo actoral, Rafael Castejón, Ana Gracia, Manuela Velasco, Tamar Novas, Paula Soldevila, Pepe Lorente, Inés Higueras, José Gimeno, Raúl de la Torre, Laura Díaz, Manuel Chacón y Pilar Bergés. La interpretación enorme de todos, pero me fascinó el personaje de Margarita interpretado por Paula Soldevila. Me entusiasmó. La sala estaba llena y acompasada también con muchos rostros del mundo de la interpretación, Concha Velasco, Jan Cornet, Elena Anaya, y un largo etcétera. Desde aquí mis felicitaciones y mi admiración profunda a todo el mundo del teatro, por abrir una  brecha en la mente de estos tiempos que corren. Por no rendirse. Y obligarnos desde un escenario a desnudarnos y mirarnos dentro de nosotros mismos.

*Esta obra se prorroga el mes de enero de 2015. Concretamente, todos los lunes de enero se podrá volver a disfrutar de ella



sábado, 27 de diciembre de 2014

la luz que ilumina

haciendo el otro día limpieza en el ordenador* -no es que lo tenga sucio, pero sí afortunadamente lleno- me topé con un texto precioso descolgado hace unos años de las coronillas de los dedos de la siemprequeridaluz, luz pichel. una cartita bella en tiempos de tablas y órbitas. una cartita muy cariñosa sin más pretensión que la sonrisa de más adentro en aquella lectura compartida. aunque a mí, tras leerla de nuevo, me lleve más lejos que al recuerdo de aquella sonrisa-- pues que alguien a quien admiras, poética y humanamente, escriba cartitas como esta sobre lo brutita que es una -poéticamente hablando-, y lo escriba con mano que acaricia, a mí me resulta emocion-ante, así que voy a colgar aquí lo que aquel día se descolgó de sus dedos, por aquello de el orden del mundo, de ser red de red y llevarle el recuerdo como a mí me lo trajeron...

*hacer limpieza en el ordenador es borrar sí, pero también es releer.



  NURIA ES UN POCO BRUTITA

luz pichel


Se comparte lo que nos da vida, y nos olvidamos, por un rato, de todo lo que no sea dejarnos llevar por lo mejor de nosotros,  eso que Nuria llama nuestras partes blandas.



Lo que pasa es que la poesía de Nuria es un poquito bruta. A mí me gusta esa brutalidad de la palabra, una palabra sexuada, apasionada, con pasión de padecer también, de dolor, de dolor hondo. La poesía de Nuria es hueso, huesos, y es hierro, aguja, óxido, cuchillo afiladito. Los hombres y las mujeres aquí no son animales como sería de desear. Los animales tampoco son animales. Todos ellos son reses, como veréis. Cuando carne, son reses. Cuando hueso, son óxido, creo. Pienso sobre todo en dos de sus últimos libros, Tablas de carnicero y Órbita cementerio, dos libros imprescindibles en el momento poético actual.  Su poesía aquí es todo lo contrario de lo dulce o lo amable. No hay edredón, jardincito, no hay azucena, locus amoenus, nada. Si yo fuera todavía profesora de Secundaria, utilizaría versos de Nuria para enseñar que la poesía no tiene que  mencionar la amapola ni la primavera, eso les decía, porque las palabras y los versos mueren mucho, hay que inventarlas de nuevo, reinventarlas siempre, como Nuria. Los diccionarios y los manuales de retórica  son como cementerios.  

Muchos libros de poesía también son como cementerios, están llenos de tumbas, de palabras muertas. La poesía de Nuria no es de nadie, es de Nuria, yo no había leído nunca nada de lo que ella escribe más que las citas, certeras, generosas. Ese necesario descaro, ese ir de frente con el ser humano y con ella misma ya verán como no lo han leído antes en ningún lado. No es tan fácil no parecerse a nadie.


Cuando Nuria escribe, todo lo somete a tensiones que tiran, que amenazan con romper algo, tensión entre vida y destrucción, entre lo pitagórico musical de un Universo que tendría que ser y la basura cósmica en que lo convertimos, nos convertimos, somos. Entre la lucha por denunciar lo que es escoria y la dificultad de encontrar la palabra, la imagen, la forma de la denuncia. Tensión entre hueso y heno, entre hueso y hueco, entre hueso y sexo, entre caballo vivo y ballena muerta, entre músculo tenso y carne de matadero. El ser humano así, automatizado, lobo pero lobo malo, lobo nietzchteano, se deja en el baúl su mejor muda, su instinto, su animal. Y se deja sobre todo, en abandono, a la  camada (el animal lobo bueno no haría eso). Se deja en el baúl de la herencia primera, de lo ancestral y lo raíz,  la mirada del potro, el tacto de la lengua de la vaca, el olfato doméstico del perro. Desanimalizado por la razón, destructivo y destructor racional, expulsa de su engañosa selva  de intereses metálicos al que se mueve aún con alma y memoria de caballo.

Todo ello parece bien desolador, si no fuera porque a pesar de todo está la poesía, redimiendo, en su condena. 

El poema es, como el Universo, música construida con sus propios anillos, y en esa construcción es redentora, nos salva. A través de sus velos, más allá de la crueldad que se dibuja, asoma su propia belleza, la de su rareza bruta, áspera, con tacto de lija en ocasiones (¿cómo pintar, si no, un mundo de óxido en el hierro, de madera gastada) y asoma también la belleza de lo que pudo haber sido otro mundo, de lo que aún puede ser otro mundo, mientras las partes blandas del ser humano, que parecen escatimarse en el texto como en la vida, señalen a la utopía y a la ternura y al deseo de reconstruir cuando, como dice Nuria, es tarde ya para el pesimismo. 


Dice Nuria del ser humano y del espacio que habita, donde pensar equivale a sufrir, palabras muy duras. Dice canibalismo, cementerio de dientes, andrajosas cotas de nuestro pasado, mugre de animales muertos, bestialismo, carne oxidada, fábrica de huesos convexos, desguace, salpicadura de sangre... Somos, resume en su libro Órbita cementerio, "una imposibilidad en un universo imposible". 


Pero aún queda algo, sin embargo, mientras la hebra de un ser humano se encuentre ligada al hilo de otro ser humano. Aún hay una épica posible mientras el amor, mientras a alguien le importe el que menos tiene, y mientras le importe especialmente alguien,  pues (cito textualmente) "homérica tejeré un cinturón de asteroides que ciña mi latido a la química de tu espacio –sólida aleación la nuestra-". Y en otro momento de este libro, asoma explícita esa ternura que el pudor somete a silencio casi siempre. Cuanta fuerza entonces, cuando la ternura abre grieta y pregunta cosas importantes: "¿me recogerás cuando sea aleatoria?"

Les dejo con ella, con su dulzura, con la música de su voz que contradice la dureza de ese mundo en que algunos seguimos verseando a ver si lo caballo nos anilla.

bueno, pues yo les dejo con ella, con esta luz que ilumina - veoigan el video y no podrán salir de él



lunes, 2 de junio de 2014

pensatorium en la revista quimera


por pilar martín gila
en revista quimera



Nuria Ruiz de Viñaspre abre su último poemario, Pensatorium, con el siguiente comentario del filósofo Alain a Paul Valéry: “Todo pensamiento empieza con un poema”. Esto nos sitúa en la relación entre poesía y pensamiento como pregunta recurrente, al menos entre los poetas, donde la poesía no sería cosa distinta del pensamiento, y el pensamiento no se conformaría con lo rigurosamente racional. Sin embargo, puede decirse que la autora del presente poemario parece tener resuelta la pregunta sobre esta dicotomía desde un lugar anterior a la pregunta misma, un lugar en el que la poesía es impulsora del mundo que la contiene, movimiento no premeditado, no preparado sino entregado. Después vendría la formulación de la pregunta como si el saber, la conciencia y el entendimiento llegaran siempre a posteriori, y esa fuera su virtud, tal como le ocurría a aquel denostado titán, Epimeteo, de cuyo des-propósito, sin embargo, surge la diversidad de los órdenes, al contrario que su famoso y obstinado hermano, el previsor Prometeo.

En cualquier caso, este Pensatorium, este espacio para el pensamiento es primero el espacio para la poesía, sobre ella recae el delicado material de la palabra, cuya posibilidad de supervivencia reside en su capacidad para escapar, esquivar los intentos de orden, de definición, de congruencia. “El lenguaje corporal del caballo es el lenguaje corporal del lenguaje corporal del caballo es el lenguaje corporal del lenguaje […]”. El cambio constante de la mirada, el quiebro, la atención al giro en el final de los poemas, que busca hurtar la expectativa, lo previsible, y también esa inclinación a los procesos de pensamiento en espiral, hacen visible un guiño o una forma de llamada a los poemas de Gertrude Stein, sobre cuya escritura o más bien sobre lo inconveniente de ceder al vicio explicativo y de penetración ante su escritura, Andrés Fisher y Benito del Pliego, en su edición Objetos y retratos. Geografía (Amargord), dicen lo siguiente, que, según me parece, se puede aplicar también a Pensatorium: “Es la vocación de superficialidad lo que hace profundamente inquietante a Stein. Nos miramos en ella y somos capaces de proyectarla en una enorme variedad de sentidos.”  La reiteración, el sonido de la lengua, los aspectos, podemos decir, sensibles de la palabra entran en juego de una forma particularmente relevante en la escritura de Ruiz de Viñaspre, desde el instante en que en ella se privilegia ese incesante movimiento del deseo, que es inextinguible y por lo tanto se repite en su inagotable carrera desplazándose de significante en significante, tras el reconocimiento del otro  (“me subo en caballos disolventes / que son un lenguaje de amor entre piernas / lo regazo encinta lo calibro / pero allí la casa se fuga a caballo / el caballo se fuga en niebla la niebla / en lengua la lengua en vientre…”). 

Es este un mundo poblado donde emergen otras voces no con el fin de articular un discurso, sino más bien como podrían surgir en un sueño al que vuelve lo que se vivió durante el día para incorporarlo plenamente al sujeto. Hay, como sugiere Luz Pichel en su prólogo, una aproximación del pensar al soñar que se encarna en el otro, un otro concreto. Y tal vez la poesía sea ese punto de intersección que hace concreto el pensamiento y verbalizable el sueño, no porque haya lenguaje sino porque hay cuerpo, porque es el cuerpo el que enuncia y el que demanda (“pero mi cuerpo pero tu casa / volvamos a la realidad / mi cuerpo es la casa del lenguaje”). Y aquí posiblemente, en ese espacio situado en los dominios del cuerpo, al que Jean-Luc Nancy observa como una certidumbre confundida, hecha añicos, una forma que abre su interior y a la vez se muestra, se expone, como exterior, tal vez, digo, y cerrando con la idea que comenzaba este artículo, sea el lugar donde Nuria Ruiz de Viñaspre hace de su poesía tensión, impulso del mundo.

sábado, 31 de mayo de 2014

en la revista nayagua

por luz pichel
revista nayagua



Kieran Antil, Ciorán, Nabokov, Borges, W. Szymborska, E. Dickinson, Silvia Plath, Juarroz, San Juan, Nazim Hikmet, Pizarnik, Stanislaw Jercy Lec, Marta Agudo, T.S.Eliot, Rebeca Horn, Thomas Bernard, Canetti, Linda Hogan, Bécquer, Filolao, Clae Andersson, Goethe, John Ashbery, la otra en el espejo, los lectores. Son los invitados a esa  casa del lenguaje que es Pensatorium, el último libro de Nuria Ruiz de Viñaspre, un espacio de conversación desde la contradicción y desde la duda, un amplio salón donde se sirve rico lenguaje rico. Los invitados son muchos y el diálogo con ellos o con sus textos, como en las buenas conversaciones, trabaja sobre el matiz. Estamos en un lugar abierto, un salón donde se hace vida, donde se abren ventanas para que entre frescura y luz y para conjurar la muerte y la tristura.

Lejos de los modelos textuales que se podrían esperar de un título así, aquí hay aforo pero no aforismo. Pensar no significa dar por buena o definitiva ninguna afirmación sino proceder y desplegar. Las conclusiones quedan para el lector. Sobre la mesa  puntos de vista, lados, múltiples lados. La cabeza desnortada del sujeto poético, además de un gesto corporal expresa el desconcierto de la que orienta la mirada, al mismo tiempo, a  los cuatro puntos cardinales y al espacio intermedio y a las grietas. Vivir en el cuerpo del di-lema, se dice, aludiendo a la vez al decir, al lenguaje, hilo grueso del tejido Pensatorium, y a la contradicción  en la que el yo se posiciona inevitablemente cuando hace uso del decir (ya lo he dicho / mi cuerpo se ha posicionado).

Desde el salón donde NRV recibe, acoge, asomándose desde el interior o desde el exterior del quicio del ventanal, según se mire hacia dentro o hacia fuera; tumbándose sobre la espalda o sobre el vientre, según se sueñe cielo o se imagine tierra debajo de la tierra, la imagen del caballo de la portada, que se disuelve,  cobra todo el sentido, como esas formas que giran sobre sí mismas hasta perdernos.

Por eso este poema abre el libro, como un prólogo, como una luz:

El lenguaje corporal del caballo es el lenguaje corporal del lenguaje corporal del caballo es el lenguaje corporal del lenguaje […] Ambos son animales de presa que nacen desde el lenguaje corporal del lenguaje corporal del caballo […] Y cuya supervivencia depende de la habilidad de percibir incongruencias como esta

Por eso este otro lo cierra, como un epílogo, otra luz.

la molécula del olvido es un mecanismo de autodefensa. pero la autodefensa es un mecanismo de aislamiento. pero el aislamiento es la madre de todos los mecanismos. pero la molécula pero el mecanismo pero la autodefensa pero el olvido pero bla bla bla. al final la madre de todas las moléculas es lo mecánico que es todo.

¿Poesía de la desesperanza, entonces? Podría parecer. La mirada sobre el mundo no puede negarse a verlo avanzar hacia su disolución. Saberse voz muerta. Mirar de frente   el final desmoronamiento. Pero desde esa lucidez (qué bien hacemos pensando que un día todo morirá / si no estuviéramos apoyados en este muro de certeza /hubiéramos muerto mucho antes de que llegara nuestra no muerte) la certeza de la muerte  genera deseo,  energía,  brío que atraviesa escritura y cabeza: bienaventurados los cabellos sueltos /de todos los caballos de tus desbocados viajes

No desesperanza entonces, sino lucidez y fuerza ligadas a la necesidad de comprender y a la voluntad de vivir, para  no morir, cervatillas, mirando la vida pasar.

en aquella orilla del río morían al año
cientos de cervatillos
que apagaban por primera y última vez
un ansia que no entendían
se morían de sed se morían
mientras el río seguía su curso entre los juncos

En pensatorim, decíamos, es el procedimiento el que construye. Por eso no hay sentencia sino diálogo, matices. Y el lenguaje no sólo dice o silencia, sino que hace. No somos expertos caballos analíticos sino caballos que son un lenguaje de amor. Pensar como piensan /las líneas de la naturaleza. Ser animal: En tu afán de conocer en toda completud tus lados,/ buceaste en esa sombra hasta ver surgir el voluptuoso animal que llevabas dentro.
Para ello, claro, la poesía elige la carne del lenguaje, su corporeidad. Se habla del lenguaje y se hace lenguaje, hilo grueso del entramado de este libro.

entre la carne del lenguaje y la nada
me inclino más hacia la carne
porque la carne es el ya
y desde ese mismo ya
la nada nada

Desde el momento en que ser humano y palabra se identifican (mi cuerpo es la casa del lenguaje), la persona se reconoce como  materia fónica. En todos los sentidos, existimos en el lenguaje, incomunicados en su oscuridad cuando lo usamos como vínculo social, atrapadas en su redundancia, en su circularidad, en la voz heredada, en su incapacidad mecánica para sacarnos de la confusión. Así es imposible formular nada, dice un verso, habrá que hacer otras cosas con él, hacerlo añicos, dar un salto de pértiga y pasar a otro lado, al lugar donde el lenguaje es lugar de reunión, madriguera que desde el silencio de la respiración fecunda adjetivos imposibles y se convierte en realidad suprema y entonces, visto ya como  escritura, conjura a la muerte con su sola presencia.

Escribo. Escribo y borro. Escribo y borro. Escribo y borro. No un borrón y cuenta nueva. Porque hay borrón pero no hay cuenta nueva ni cuentos. La pértiga es la misma. Escribo y borro para escribir nuevo lo borrado en otra letra. (...)Escribir escribir escribir escribir para no morir morir morir morir para volver a escribir escribir escribir escribir

Ese lugar de reunión en el silencio, en el que la capacidad de significar del lenguaje se recupera (eso parece) y la escritura se hace posible, tiene nombre en Pensatorium. Le caracteriza entre otras cosas la fertilidad. Se llama "soñadero", y con razón, porque algo tiene que ver con la realidad  "sueño" y  sus irrealidades, con los múltiples significados  de la palabra y sus derivados o sus adyacentes metonímicos o sugeridos, como noche, animal, cuerpo, crecimiento, subconsciencia.

En la noche de su cuerpo todo crece. (...)Le crecen lenguajes que son común idioma de bestiarios. Y en esa salvaje candidez de lenguas la mujer-siembra pare docenas de uvas que caminan primigenias por un suelo beodo de cocinas.(...).

Hay un lenguaje en el caballo (fuerza, nobleza, instinto, movimiento) que justifica todas las utilizaciones simbólicas que en este libro se hacen del animal. Hay una fuerza de caballo que recorre la sintaxis del libro, sus distintas capas. Sería largo explicar ese río y sus saltos, pero está, con rápidos y cataratas, y está contradiciendo cualquier interpretación negativista, cargándolo de vida.

No parece que la poesía pueda decir nada muy nuevo si seguimos a NRV (no hay cuenta nueva ni cuentos)  Dice NRV que la labor del poeta es Escribir nuevo lo borrado. Pero es que escribir nuevo lo borrado implica un relato nuevo. Ruiz de Viñaspre escribe en Pensatorium un relato nuevo, una nueva manera (y manierismo hay, aquí, sin duda) de hacer que la lengua signifique, que aporte esa claridad que es imposible en la in/des/anti/comunicación social. La corporeidad de la gramática de NRV llama constantemente la atención sobre sí misma, como un relato antes inexistente. Nos referimos a la gramática de NRV como algo sólo suyo porque, más allá de cuanto admite la Retórica se está rozando un lenguaje-caballo-salvaje que trota más allá de la norma lingüística. Es fuera de lo normalizado donde somos tan libres que el lenguaje nos permite crear, o cualquier cosa, prohijarlo un poco, quererlo, pedirle que nos dé a luz

Paradoja, dilema, calambur, antítesis, aliteración, oxímoron,  paranomasia, diáfora, aliteraciones y analogías todas, rupturas en todos los órdenes, poemas que parecen confusamente deshacerse hacia qué agujero o desaparición, saltos, erratas, música apenas perceptible en su ondulación o en su silencio y que en ocasiones se convierte en objeto y lo hace chocar todo y todo se sonora, fonemas, acentos, sílabas, prefijos, palabras . Nada de todo esto es banal aquí, no son figuras en una lista, no es un relato antiguo, son el relato mismo. Es en la escritura, así entendida, donde está la energía.

Pensatorium exige relectura y, después, relectura. Siempre se abrirá una grieta en la valla del jardín que no estaba en la lectura anterior. Y allá dentro, escondido entre los narcisos que son porque no son, un animalito nuevo buscando madriguera. Eso es lo que pasa, siempre un animalito nuevo y raro.