martes, 30 de diciembre de 2014

lobos en off

EL HIJO.-Se deben disimular los defectos y flaquezas del prójimo, sí, es cierto, pero si damos un paso más caemos en la hipocresía y en la adulación.. Es difícil saber cómo comportarse.. pero a veces es un deber decir la verdad sin paliativos..
GERDA.-Calla
EL HIJO.-Bien. Me callo. Pausa.

GERDA: -Es mejor que sigas hablando, pero no de eso. El silencio me hace oír lo que piensas... Cuando la gente se reúne, entonces todos hablan, hablan sin parar únicamente para ocultar sus pensamientos para olvidar, para ensordecerse. Quieren oír novedades sobre los demás, sí, pero al mismo tiempo ocultar sus propias preocupaciones.
EL HIJO.-Pobre Gerda
GERDA.-¿Sabes lo que más daño hace? Pausa. El comprobar la futilidad de la suprema felicidad .
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EL HIJO (a su madre): ¡Mírame, pelícano ¡Mira a Gerda, con su pecho esquelético...!

El Pelícano, de August Strindberg

Es curioso cómo en el libro de Strindberg, El Pelícano, se siente con claridad meridiana cómo se fragua la tragedia, cómo línea a línea, párrafo a párrafo se huele la tragedia familiar. Es como si una gran bola cayendo desde muy arriba fuera haciéndose más y más grande hasta llegar a aplastar cuanto encuentra a su paso. Macrófaga bola la boca humana cuando dice.... Curioso que ayer en el teatro una sintiera exactamente eso, cómo músculo a músculo iba fraguándose la tragedia... Fidelidad al texto del dramaturgo sueco y una interpretación enorme para que esto que digo se de en el escenario como en el papel leído.




Fíjense en esta imagen. Es todo un cuadro pictórico. Escultórico incluso. Parece que están todos muertos por dentro. Es el cuadro de Hambre, locura y genio dirigida por Juan Carlos Corazza. Un cuadro que bien podría encontrarse en el salón de cualquier casa. El ser humano comiéndose a sí mismo. Es una imagen sobria, llena de claroscuros, como el hombre, es hasta bella, porque hay algo que hace bella la tragedia. Mentes claras, diáfanas y sanas, al frente; oscuras, malévolas y hambrientas al fondo de ese frente. De esa frente. Dentro de ese cuadro la fragua y dentro de la fragua el drama. Ahí, en un estrecho habitáculo que es un salón con cheslong, se irá desanidando la psique de cada uno de los personajes, en esa cheslong se tumbará cada una de esas frentes, digo mentes, confrontándose las unas a los otras. 





Hambre
Locura
Genio





Resulta inquitante percatarse que el hambre en esta imagen de Strindberg (guiño divertido y siniestro que Corazza lo conciba como el retrato del padre muerto en la obra), esté a la altura de la frente -que para mí es la mente-, que la locura lo esté de los ojos, y el genio de la boca, boca por donde salen las ideas que llegan desde el hambre y que pisan, en su camino hacia la boca, el territorio de la locura, estepa luminaria. 

Off // Curioso nombre el de la sala -pero estrictamente necesario- para acoger estas dos obritas que conforman lo que podrían ser los tres mandatos de nuestros días: hambre locura y genio. Teatro breve, aunque bien sabemos que la cosa si breve dos veces buena (y trágica). Y en ese límite, en ese escenario, la precipitación de los acontecimientos familiares. Precipitación y celeridad que incluso trastorna a los personajes. Los conmociona. Los precipita a sus propios abismos. Es la tensión-Strindberg definida por los crudos y enérgicos diálogos. Un desencadenante de tragedias suspendido en una sala off sin paredes. Solo columnas. Como si cada columna tuviera un nombre, y fueran las patas que sostienen el mundo: hambre, locura y genio.  

Off // Sala pequeña, pero insisto, necesaria para sentir la pulsión de cada uno de los personajes. Los primeros planos. Los gestos nada planos. El lenguaje corporal. Los gestos, otra vez. El gesto del odio del drama del dolor. El gesto de la avaricia, que también tiene un gesto. Oírles respirar. Sentir su sudor trágico resbalar por sus cuerpos también trágicos. Y es que el dolor mancha. Es sucio. Huele. Se expande. Así se les ve moverse dentro de la tragedia familiar. La cercanía es tal, que es como si nosotros, el público, formáramos parte de esa familia, como si estuviéramos sentados en ese salón, testigos fieles de la historia. Como si Strindberg nos invitara en esa cercanía a asomarnos al abismo de nosotros mismos. A asomarnos sin cuerda alguna al horror de la psique. Al ser humano en toda su completud. Como si fuéramos alpinistas suicidas sin cuerda a la que atarse.



El instinto devorador acorralado. Lobos encerrados en la sala. Lobos en off. Estas dos piezas cortas  llenaron ayer el teatro. Débito y crédito y El pelícano. Ambas unidas por el hilo del mal del mundo. Strindberg lo conocía bien y lo trataba desde muchos ángulos. El mal del mundo, ese ser devorador, destructor, aquello que el filósofo Thomas Hobbes, aseveraba en frases como el hombre es un lobo para el hombre. En definitiva, la familia según Strindberg. Un viaje a nuestras raíces. Un escarbar y escarbar desde el hoy hasta llegar más abajo, al lado más oscuro, al fondo de esa raíz, raíz de la planta que somos. 

El Pelícano de Strindberg siempre ha sido para mí un sutil análisis de las relaciones humanas donde coexisten todos los fantasmas del autor. El maltrato mental, la hipocresía social, la incomunicación y sobre todo, la avaricia, la avaricia como comepersonas. Violencia mental, lo llamaría Strindberg. Violencia mental que anida justo ahí, en la frente, que, insisto, para mí es la mente. A partir de ahí, la destrucción. 

Plinio el Viejo decía que los pelícanos tienen un segundo estómago en el cuello, donde las insaciables criaturas colocan la comida, aumentando su capacidad... también se dice que la hembra mata a sus crías y las llora durante tres días, luego se hiere a sí misma y arroja su sangre sobre ellos para revivirlos. 

Es devastadora la maldad. y además de devastadora, es irreprimible. La especie humana tiende a ella, a la maldad, a la devastación, a la degradación de su especie. Hace un par de años vi la obra de teatro Agosto de Gerardo Vera (Carmen Machi y Amparo Baró), y era el mismo escenario, y es que pienso que toda tragedia familiar tiene el mismo escenario. Un salón y cuatro paredes. Encerramientos. Encierramentes. Un salón como el que vi ayer en aquella sala.

Y en aquel salón de Agosto... el mundo estaba encerrado en una casa. en un cuadrilátero tapiado donde se concentraba el horror y la angustia inyectado en vena con calor letal. una muda casa sin viento. una tensión hueca en ese aire detenido. una abisal casa de muñecas. una tumba abierta encarnizada de muñecas rotas. un devastador juego psicológico que arrasa. huracán de emociones los muros de esa jaula de violencias. el pasado y el futuro reñido a muerte con el presente. el ser humano al límite. la gran historia de siempre. una familia desvencijada reunida por la inesperada y misteriosa muerte del patrón de la casa. una familia re-unida que además de no unirse ni re-unirse, mata. una familia que se sirve en una mesa y se comen los unos a los otros sus miedos, molinillos todos que muelen y muelen los sentimientos ajenos. triturador de corazones, bañeras de sangre y posos de café quemado. una madre devorando a sus hijas -disparando a la más débil-, como aquel saturno goyesco devorando a su hijo. unas hijas devorando a su madre -disparando la más fuerte-. 

Mismo escenario... y es que, como decía La Madre en este Strindberg, esto ocurre en las mejores familias.

Enhorabuena al reparto y a la dirección. Redondo el trabajo actoral, Rafael Castejón, Ana Gracia, Manuela Velasco, Tamar Novas, Paula Soldevila, Pepe Lorente, Inés Higueras, José Gimeno, Raúl de la Torre, Laura Díaz, Manuel Chacón y Pilar Bergés. La interpretación enorme de todos, pero me fascinó el personaje de Margarita interpretado por Paula Soldevila. Me entusiasmó. La sala estaba llena y acompasada también con muchos rostros del mundo de la interpretación, Concha Velasco, Jan Cornet, Elena Anaya, y un largo etcétera. Desde aquí mis felicitaciones y mi admiración profunda a todo el mundo del teatro, por abrir una  brecha en la mente de estos tiempos que corren. Por no rendirse. Y obligarnos desde un escenario a desnudarnos y mirarnos dentro de nosotros mismos.

*Esta obra se prorroga el mes de enero de 2015. Concretamente, todos los lunes de enero se podrá volver a disfrutar de ella



sábado, 27 de diciembre de 2014

la luz que ilumina

haciendo el otro día limpieza en el ordenador* -no es que lo tenga sucio, pero sí afortunadamente lleno- me topé con un texto precioso descolgado hace unos años de las coronillas de los dedos de la siemprequeridaluz, luz pichel. una cartita bella en tiempos de tablas y órbitas. una cartita muy cariñosa sin más pretensión que la sonrisa de más adentro en aquella lectura compartida. aunque a mí, tras leerla de nuevo, me lleve más lejos que al recuerdo de aquella sonrisa-- pues que alguien a quien admiras, poética y humanamente, escriba cartitas como esta sobre lo brutita que es una -poéticamente hablando-, y lo escriba con mano que acaricia, a mí me resulta emocion-ante, así que voy a colgar aquí lo que aquel día se descolgó de sus dedos, por aquello de el orden del mundo, de ser red de red y llevarle el recuerdo como a mí me lo trajeron...

*hacer limpieza en el ordenador es borrar sí, pero también es releer.



  NURIA ES UN POCO BRUTITA

luz pichel


Se comparte lo que nos da vida, y nos olvidamos, por un rato, de todo lo que no sea dejarnos llevar por lo mejor de nosotros,  eso que Nuria llama nuestras partes blandas.



Lo que pasa es que la poesía de Nuria es un poquito bruta. A mí me gusta esa brutalidad de la palabra, una palabra sexuada, apasionada, con pasión de padecer también, de dolor, de dolor hondo. La poesía de Nuria es hueso, huesos, y es hierro, aguja, óxido, cuchillo afiladito. Los hombres y las mujeres aquí no son animales como sería de desear. Los animales tampoco son animales. Todos ellos son reses, como veréis. Cuando carne, son reses. Cuando hueso, son óxido, creo. Pienso sobre todo en dos de sus últimos libros, Tablas de carnicero y Órbita cementerio, dos libros imprescindibles en el momento poético actual.  Su poesía aquí es todo lo contrario de lo dulce o lo amable. No hay edredón, jardincito, no hay azucena, locus amoenus, nada. Si yo fuera todavía profesora de Secundaria, utilizaría versos de Nuria para enseñar que la poesía no tiene que  mencionar la amapola ni la primavera, eso les decía, porque las palabras y los versos mueren mucho, hay que inventarlas de nuevo, reinventarlas siempre, como Nuria. Los diccionarios y los manuales de retórica  son como cementerios.  

Muchos libros de poesía también son como cementerios, están llenos de tumbas, de palabras muertas. La poesía de Nuria no es de nadie, es de Nuria, yo no había leído nunca nada de lo que ella escribe más que las citas, certeras, generosas. Ese necesario descaro, ese ir de frente con el ser humano y con ella misma ya verán como no lo han leído antes en ningún lado. No es tan fácil no parecerse a nadie.


Cuando Nuria escribe, todo lo somete a tensiones que tiran, que amenazan con romper algo, tensión entre vida y destrucción, entre lo pitagórico musical de un Universo que tendría que ser y la basura cósmica en que lo convertimos, nos convertimos, somos. Entre la lucha por denunciar lo que es escoria y la dificultad de encontrar la palabra, la imagen, la forma de la denuncia. Tensión entre hueso y heno, entre hueso y hueco, entre hueso y sexo, entre caballo vivo y ballena muerta, entre músculo tenso y carne de matadero. El ser humano así, automatizado, lobo pero lobo malo, lobo nietzchteano, se deja en el baúl su mejor muda, su instinto, su animal. Y se deja sobre todo, en abandono, a la  camada (el animal lobo bueno no haría eso). Se deja en el baúl de la herencia primera, de lo ancestral y lo raíz,  la mirada del potro, el tacto de la lengua de la vaca, el olfato doméstico del perro. Desanimalizado por la razón, destructivo y destructor racional, expulsa de su engañosa selva  de intereses metálicos al que se mueve aún con alma y memoria de caballo.

Todo ello parece bien desolador, si no fuera porque a pesar de todo está la poesía, redimiendo, en su condena. 

El poema es, como el Universo, música construida con sus propios anillos, y en esa construcción es redentora, nos salva. A través de sus velos, más allá de la crueldad que se dibuja, asoma su propia belleza, la de su rareza bruta, áspera, con tacto de lija en ocasiones (¿cómo pintar, si no, un mundo de óxido en el hierro, de madera gastada) y asoma también la belleza de lo que pudo haber sido otro mundo, de lo que aún puede ser otro mundo, mientras las partes blandas del ser humano, que parecen escatimarse en el texto como en la vida, señalen a la utopía y a la ternura y al deseo de reconstruir cuando, como dice Nuria, es tarde ya para el pesimismo. 


Dice Nuria del ser humano y del espacio que habita, donde pensar equivale a sufrir, palabras muy duras. Dice canibalismo, cementerio de dientes, andrajosas cotas de nuestro pasado, mugre de animales muertos, bestialismo, carne oxidada, fábrica de huesos convexos, desguace, salpicadura de sangre... Somos, resume en su libro Órbita cementerio, "una imposibilidad en un universo imposible". 


Pero aún queda algo, sin embargo, mientras la hebra de un ser humano se encuentre ligada al hilo de otro ser humano. Aún hay una épica posible mientras el amor, mientras a alguien le importe el que menos tiene, y mientras le importe especialmente alguien,  pues (cito textualmente) "homérica tejeré un cinturón de asteroides que ciña mi latido a la química de tu espacio –sólida aleación la nuestra-". Y en otro momento de este libro, asoma explícita esa ternura que el pudor somete a silencio casi siempre. Cuanta fuerza entonces, cuando la ternura abre grieta y pregunta cosas importantes: "¿me recogerás cuando sea aleatoria?"

Les dejo con ella, con su dulzura, con la música de su voz que contradice la dureza de ese mundo en que algunos seguimos verseando a ver si lo caballo nos anilla.

bueno, pues yo les dejo con ella, con esta luz que ilumina - veoigan el video y no podrán salir de él