sábado, 23 de febrero de 2008

Agua en las nieves

Son curiosas las casualidades. Ayer mismo le comentaba a S. que me gustaría escribir algo sobre la última tormenta de agua que resbalaba por nuestros hombros -eran aquéllas, tormentas que duraban días-. Escribir si aún alguien hoy recuerda el último trueno que aturdió nuestros limitados oídos y asustó a algún que otro niño en su cama, escribir sobre aquellas nubes negras que a veces parecías las cejas de algún dios, allá arriba, tan lejos, tan fuertes, tan densas y que ensombrecían este suelo hoy tan seco que pisamos y que nunca se convierte en barro. Suelo con mucha sed pero que espolvoreamos cuando lo pisamos. En fin, después de este comentario, hoy, unas horas después, una amiga poeta me pide una colaboración para una exposición y me solicita un poema de agua. De agua, precisamente de agua. Hay tantas cosas sobre las que escribir… que me pareció mágico que ayer sintiera la necesidad de escribir sobre el agua convertida en lluvia y hoy hasta sea un deber hacerlo.
Gracias N.

jueves, 21 de febrero de 2008

Los mundos paralelos de Magritte


Cuando Magritte tenía catorce años, su madre se suicidó tirándese al río, al sacarla del agua, quince días después, tenía el rostro cubierto con su camisón. Yo supongo que después de un acto así, hay un antes y después en el artista, él, que parecía no interesarse por nada, en el mundo de la consciencia, pintó muchísimos cuadros con personajes sin rostro, o con el rostro deformado, hueco o cubierto con una sábana, a modo de camisón antiguo. También pintaba a sus personajes de espaldas.
El otro día tuve que coger el Ave para ir a Valladolid. A las siete de la mañana me enterraba en el metro para ir a Chamartín. En el vagón, -los vagones de metro son verdaderos tesoros enterrados-, mis ojos se toparon con un rostro así. Era un chico extremadamente joven, guapo, a juzgar por su tersa piel y lo poco que una descubría en su rostro. Iba vestido con un pantalón de cuadros cosido a su piel, ciñéndola y una americana ya no recuerdo si de cuadros o de rayas, quizá una talla más grande que lo que ocupaba el diámetro de sus espalda. La peculiaridad de este personaje, que llevaba un pelo artísticamente peinado, rotundamente liso, a no ser por unas ligeras pero perfectas ondulaciones que hacían de su caída que la gravedad fuera la única realidad. La longuitud de su flequillo perseguía sin tregua el lado más largo de su cabello, no consintiendo al mundo que descubriera sus ojos. Le llegaba, prometo, que hasta la boca, perfectamente cerrado, como el que cierra una puerta oscura tras de sí. No dejaba entrar ni un haz de luz. Realmente no era flequillo, porque no era un porción de cabello recortado a una manera de fleco , era más y más cabello suicidándose hacia su boca, en toda su densidad. Yo me detuve en él, fue imposible dejar de mirarle, estaba estupefacta, era como si el chico estuviera siempre de espaldas, con el cabello cayendo hacia su espalda, otro rasgo que me llevó a Magritte, sí, me recordaba tanto a un lienzo de Magritte, con el rostro perfectmente ocultado tras esa cortina de humo... tan ambiguo que a veces una no sabía si estaba clavado en un lienzo o realmente estaba vivo y era de carne y hueso, como yo. Quizá poor eso me atreví a mirarle durante tanto tiempo, porque mi subsconsciencia me decía que estaba de espaldas., ajeno a mis ojos. Me costó descubrir que era real y que su figura estaba de frente, sentada frente a mí, hubiera jurado que era un chorro de pintura, tuve la necesidad de tocarle, de saber si al hacerlo, mis dedos se iban a hundir en pintura, pero se movía, movía sus manos alargadas de uñas cuadradas a la manera de una mujer. Fue todo un sobresalto estético... qué incitación. A veces, se acicalaba el pelo con movimientos amanerados y dejaba entrever sus ojos, recuerdo que tenía, curiosamente, los ojos más bonitos que jamás he visto en alguien que los oculta. Me percaté que en esos momentos en que se destababa, en que destapaba su verguenza, su joven edad, su tersura en el iris, me observaba. Supongo que también pensaría que había conseguido llamar la atención de otra persona, mi atención. Entonces, cuando me miró, cuando mró que le miraba, me percaté de que era real.
Si él pudiera leer esto, probablemente, digo sólo probablemetne se reconocería.

sábado, 16 de febrero de 2008

Para S.A.M.

Eres mi amor, Paula, mi amor, Paula. Clara quise decir. Y cuánto tiempo Paula, digo Clara,
sin ti y sin mí. Las diligencias parten sin tí y sin mí. O a ti te llevan hacia el norte, hacia el pobre Roberto. a mí, hacia el sur, contigo, hacia el sur, donde ya no estabas, donde nunca estarías. Ahora he tomado el tren para decirte adiós. Y sueño, sueño mío. Cerré los ojos, deslumbrado por la memoria. Apreté la cintura del paisaje, recorrí sus caderas,miré sus ojos verdes, ceniza con sentido. Tendía el cielo su metal hermético. Y se superpusieron mediterráneos y cantábricos, cipreses respirados desde un sótano, casi a vista de muerto, y jazmineros. Después, las cosas y sus nombres perdieron sus contornos, sus significación y fueron nada más que ritmo, aronía viajera liberada de los instrumentos que le dieron su carne. No queda nadie ya que pueda perdonarte, que pueda perdonarme, perdonarnos. Nadie que pueda rescatar los besos que se pudrensobre Roberto y su locura piadosa. Ahora que voy a ti, a encontrarte en la aduana de la muerte,piensos, Clara, amor mío, que cuando nos besábamosera a Roberto a quien besábamos, al engañado hijo de nuestro amor. Él murió un día. Su esposa, tú, amor mío, Clara, tambien has muerto ahora. Yo tomé el tren para encontrarme en la fronterapara decirte adiós desde el lado de acá de la muerte, amor de mi vida. Pero nunca llegaré a ti. El viejo Brahms es viejo, y está gordo. Me he quedado dormido y me he pasado de estación. ¿Comprendes, amor mío, que nunca llegaré a tu lado por culpa de este sueño, que es mi bálsamo y mi enemigo? nunca llegaré a tu lado. Puede ser, amor mío, que no te amara ya,que no te hubiese amado nunca, que sólo hubiese amado a mi propio amor,al amor que te tuve, Clara, amor mío.
© José Hierro, de Agenda, 1994

escuchar mientras se lee Allegro ma non troppo, Brahms

domingo, 10 de febrero de 2008

El paso perdido de los niños

El otro día S. me decía: ¿Sabes en qué momento de nuestras vidas perdemos ese paso que hacíamos de niños, cuando íbamos con los amigos a conquistar la tierra o de la mano de nuestras madres camino de un supermercado, y ella siempre hacia delante? ¿Esa especie de saltito, de juego de niños, que dábamos sin razón aparente, porque no por ello adelantábamos camino, pero que se convertía en un paso doble con uno de los pies solamente? ¿Ese paso añadido, corto, inexplicable, que hacíamos quizá para coger el otro paso acompañado, ya que los nuestros, antaño eran de distancia corta, ese movimiento convulso que hacían nuestros pies para sincronizar la marcha de aquel que nos llevaba de la mano. Me parece un movimiento tan generoso... dar dos pasos en uno para sincronizar la vida, el latido de la vida. No sé qué especie de resorte sentíamos entonces en los tobillos o en las rodillas, desconozco de dónde llegaba la orden a nuestros pies de dar ese dos pasos en uno… pero es cierto que no ha habido ni un solo niño que no lo haya experimentado.
Ese interrogante tan rotundo rondó entonces por mi cabeza los días posteriores y recordé las miles de veces que tanto mis hermanas como yo dábamos ese doble paso hacia delante. Es cierto. En algún momento de nuestro transcurrir lo hemos perdido, y si no, piénsenlo, ¿han visto alguna vez a alguien que pase de los 10 años dando ese paso? Yo no, y es tan curioso. Me pregunto si hemos perdido con él la inocencia de aquellos pasos perdidos, la pureza de nuestros pies que iban sin rumbo ni interés alguno hacia delante, siempre hacia delante.
¿Acaso perdemos costumbres antiguas para dar cabida a otras nuevas? Qué limitación…