jueves, 21 de febrero de 2008

Los mundos paralelos de Magritte


Cuando Magritte tenía catorce años, su madre se suicidó tirándese al río, al sacarla del agua, quince días después, tenía el rostro cubierto con su camisón. Yo supongo que después de un acto así, hay un antes y después en el artista, él, que parecía no interesarse por nada, en el mundo de la consciencia, pintó muchísimos cuadros con personajes sin rostro, o con el rostro deformado, hueco o cubierto con una sábana, a modo de camisón antiguo. También pintaba a sus personajes de espaldas.
El otro día tuve que coger el Ave para ir a Valladolid. A las siete de la mañana me enterraba en el metro para ir a Chamartín. En el vagón, -los vagones de metro son verdaderos tesoros enterrados-, mis ojos se toparon con un rostro así. Era un chico extremadamente joven, guapo, a juzgar por su tersa piel y lo poco que una descubría en su rostro. Iba vestido con un pantalón de cuadros cosido a su piel, ciñéndola y una americana ya no recuerdo si de cuadros o de rayas, quizá una talla más grande que lo que ocupaba el diámetro de sus espalda. La peculiaridad de este personaje, que llevaba un pelo artísticamente peinado, rotundamente liso, a no ser por unas ligeras pero perfectas ondulaciones que hacían de su caída que la gravedad fuera la única realidad. La longuitud de su flequillo perseguía sin tregua el lado más largo de su cabello, no consintiendo al mundo que descubriera sus ojos. Le llegaba, prometo, que hasta la boca, perfectamente cerrado, como el que cierra una puerta oscura tras de sí. No dejaba entrar ni un haz de luz. Realmente no era flequillo, porque no era un porción de cabello recortado a una manera de fleco , era más y más cabello suicidándose hacia su boca, en toda su densidad. Yo me detuve en él, fue imposible dejar de mirarle, estaba estupefacta, era como si el chico estuviera siempre de espaldas, con el cabello cayendo hacia su espalda, otro rasgo que me llevó a Magritte, sí, me recordaba tanto a un lienzo de Magritte, con el rostro perfectmente ocultado tras esa cortina de humo... tan ambiguo que a veces una no sabía si estaba clavado en un lienzo o realmente estaba vivo y era de carne y hueso, como yo. Quizá poor eso me atreví a mirarle durante tanto tiempo, porque mi subsconsciencia me decía que estaba de espaldas., ajeno a mis ojos. Me costó descubrir que era real y que su figura estaba de frente, sentada frente a mí, hubiera jurado que era un chorro de pintura, tuve la necesidad de tocarle, de saber si al hacerlo, mis dedos se iban a hundir en pintura, pero se movía, movía sus manos alargadas de uñas cuadradas a la manera de una mujer. Fue todo un sobresalto estético... qué incitación. A veces, se acicalaba el pelo con movimientos amanerados y dejaba entrever sus ojos, recuerdo que tenía, curiosamente, los ojos más bonitos que jamás he visto en alguien que los oculta. Me percaté que en esos momentos en que se destababa, en que destapaba su verguenza, su joven edad, su tersura en el iris, me observaba. Supongo que también pensaría que había conseguido llamar la atención de otra persona, mi atención. Entonces, cuando me miró, cuando mró que le miraba, me percaté de que era real.
Si él pudiera leer esto, probablemente, digo sólo probablemetne se reconocería.

2 comentarios:

Gracia Iglesias dijo...

Me encanta Magritte y también yo he tenido encuentros fascinantes en el metro que han dado origen incluso a algún que otro relato.
La idea de meter los dedos en la pintura ha llegado a mi sensibilidad de amante del arte.
Cada vez me siento más identificada contigo.
P.D.: Me gusta mucho tu forma de escribir.

nuria ruiz de viñaspre dijo...

gracias por tus visitas y por destronar esa frase que dice: 0 comentarios