sábado, 29 de agosto de 2009

Departures, deliciosas despedidas

Ayer vimos Despedidas, una película de Yokiro Takita (1955), una magnífica y deliciosa apertura de mente, otra perspertiva de la muerte, sí, esa muerte tan temida y tan mal vista por el resto de sus víctimas, nosotros, los vivos. Un amortajador por accidente y un experimentado amortajador nos llevan de la mano en un viaje de aprendizaje.

Daigo Kobayashi es un joven concertista que un día se queda en la calle sin trabajo. Decide regresar a su ciudad natal con su esposa, donde encontrará trabajo como enterrador. Auí comienza el viaje hacia el interior de sus miedos, su pasado, el contacto con la muerte, y donde acepta la filosofía de la idea de la Muerte como una puerta hacia otro estado. Una perspectiva diferente de la muerte... Preparar, envolver y presentar de la mejor forma posible el cuerpo humano que acaba de poner punto final a su vida. Todo muere. Toda la carne muere. No hay excepción. Una guapa suicida que en realidad es un hombre; una adolescente infeliz muerta en un accidente; una abuela que quería ponerse los calcetines blancos de sus nietas… La muerte se le presenta al protagonista bajo estos rostros.

Diálogo entre amortajador experimentado y amortajador por accidente.

-Come esto. Seguro que es mejor que lo que cocina tu esposa.
-¿Qué es eso?
-Pez Globo. Con sal y a la plancha es como mejor queda. Y esto que ves también es un cadáver. Los seres vivos se comen entre sí para subsistir ¿verdad?. Las plantas son la excepción. Ahhh tienes que comer si no quieres morir. Si vas a comer, por lo menos que tenga buen gusto. Rico ¿no?
-Claro que sí.
-Sí, lo está.... tristemente.

Ésta última frase se convierte en un leiv motiv en la película. La carne está buena, claro que sí, tristemente.



Preciosa película de reencuentros padre-hijo -algo tardíos-, de comprensión extrema con el otro -el menos vivo-, de perdón, del equilibrio con un pasado molesto, del amor a un chelo que surge precisamente cuando el protagonista abandona el trabajo de concertista y se llega a convertir más tarde en el único vehículo que impulsa la regresión hacia su pasado... y todo ello bajo un hermosísimo telón de fondo de imágenes evocadoras que nos enseñan la emotividad de la una de las prácticas más importantes del budismo, el nokanshi.
He leído que esta práctica japonesa viene a ser la que en otras culturas se entiende como "embalsamar", sólo que en Japón está cargada del sentido o religiosidad de "limpieza-pureza", porque la muerte se considera algo impuro y por tanto es religioso, limpiar, aromatizar, vestir, maquillar y preparar dando vida a lo ya muerto, a la carne muerta.
En la sociedad actual lo más práctico es deshacerse cuanto antes de lo muerto. Un hecho económico más que emotivo. Sin miramientos, como diría mi abuela cuando definía a determinadas personas pragmáticas. Sin trascendencia alguna. Con una única dirección.
En el ritual del "nokanshi", además de limpiar al cadáver y perfumarlo con una elegantísima delicadeza bajo la mirada de sus familias, se le suele vestir con un kimono blanco y se le maquilla. He leído también que se le moja la boca con un poquito de agua para que el alma del difunto no sufra sed en su llegada al más allá.

Por supuesto reseñable es la música, del compositor japonés Joe Hisaishi, otra delicida más a sumar a la estética del film. Hay que verla para abrir el diámetro de nuestras mentes.

La próxima que veremos es Mapa de los sonidos de Tokio, ya el título atrapa y atrapa también la doble vida de Ryu, una chica solitaria que de noche trabaja en una lonja de pescado y esporádicamente como asesina a sueldo. Atrapan los sonidos de Tokio, desde el corte del atún fresco en el mercado de pescado hasta el sonido de una manguera para limpiar los restos y aderezado todo con las notas de Antony and The Johnsons o de mi siempre escuchado Max Richter. ¡Cuántos símbolos para viajar en este mapa y escuchar todos estos sonidos!

miércoles, 26 de agosto de 2009

Los periplos de L*

Hace unas semanas estuvo en Madrid, y últimamente, cada vez que se deja caer esta libélula por estas tierras sin alas, viene a vernos, y a S. y a mí nos encanta que venga a Madrid, por eso, porque nos vemos. Ella es muy joven, pero cuando despliega sus manos me doy cuenta de que éstas no lo son, sus manos, quiero decir. Sus manos ya tienen una edad pues edad es experiencia y experiencia demuestran fotos como ésta. Es pues un lujo ver trabajar a Laura Rosal bien de cerca, pues incluso cuando se vacaciona y se descorcha en cada viaje, siempre va con su arma colgada del cuello. La idea de esta imagen del espejo salió de su cabeza reflejada, que a la vez reflejaba esa misma idea en el espejo. Cuando bajó al baño del restaurante Ginger "importante nombre ahora", y ante su tardanza, me aventuré a decir en la mesa, "seguro que está sacando fotos"...
Ella no deshace maletas, viaja por el mundo sin pisar la tierra dejando todo un haz de luz a su paso y dejando que la risa fácil le alce la mirada. Todo lo dice su cámara. Todo lo narrable que hace la mano izquierda lo cuenta la derecha con un detonante disparo. Lo innenarrable se lo guarda como el que pliega alas, en silencio.

No sé dónde estará ahora mismo, bueno, sí lo sé, pero ¿qué más da? ¿qué más da el destino? lo importante para ella es el camino que hasta allí llega. Y eso, eso también es experiencia. Un saludo a su madre Laura, de la que me habla y sin la cual, nada de esto podríamos ver ni disfrutar y por su puesto a su querida hermana, cuyo nombre también siempre se le escapa.

lunes, 24 de agosto de 2009

A la manera Panero

Vosotros, todos vosotros, toda
esa carne que en la calle
se apila, sois
para mí alimento,
todos esos ojos
cubiertos de legañas, como de quien no acaba
jamás de despertar, como
mirando sin ver o bien sólo por sed
de la absurda sanción de otra mirada,
todos vosotros
sois para mí alimento, y el espanto
profundo de tener como espejo
único esos ojos de vidrio, esa niebla
en que se cruzan los muertos, ese
es el precio que pago por mis alimentos.

viernes, 14 de agosto de 2009

El loco restaurante de Rose Bourbon

Ayer fue mi cumple-años. Este imperativo que nos obliga a cumplir años me recordó ayer la cita ineludible. Y siguiendo con ese vicio de concebir redondo lo perfecto, ayer, a eso de las 17 de la tarde cumplí con esa cifra "redonda". Cuarenta años. Espero que se cumpla esa ecuación maniática de perfecto = redondo. Aunque menos redondo es decir que he vivido 14.600 días. 350.400 horas. 21.024.000 minutos desde aquella tarde que me caí al mundo. Luego pienso: de todo esto he mantenido dormido a mi cuerpo unas 11.680 horas. Todo es matemática. Es física. Todo está atado por coordenadas. Y durante todos estos minutos ha caminado el tiempo con mi esqueleto. Newton visualizó el tiempo como una flecha que volaba hacia su meta; Einstein, como ese río que avanza contundente y a la vez alejado y sinuoso... Pero al final, pensamos que el reloj no es ni una balsa ni un salvavidas. El pasado viene con nosotros, como una red barriendo peces hacia un centro. Y si el tiempo es río, ¿encontraremos todos la muerte en el agua? Ahora mismo estoy respirando tiempo pero también la decadencia que el tiempo deja. A veces pienso que literalmente, la sensación cotidiana que tenemos del paso del tiempo es una ilusión de nuestras mentes, un tiempo intangible. A pesar de todo, me felicito.

En fin, que hoy me pregunto tras ese arrebato del tiempo ¿lo mejor de ayer? Pues los pasteles de S. que llevé al trabajo y la loca loca loca noche en este Madrid loco en el también Loco Restaurante de la señora Rose Bourbon. Lo encontró el olfato e S. e hice reserva hará más de dos semanas. Nos llamó mucho la atención por la "diferencia". De acuerdo que no es algo nuevo, ya hay muchos restaurantes en Madrid que proponen ofertas de lo más variopinto, pero insisto, éste es todo una sorpresa que lleva abierta escasamente cinco meses (Carrera de San Jerónimo 5).

Nada más entrar ya uno de los porteros, simpatiquísimo, amenizó nuestra entrada con bromas inteligentes. En ese momento miré a S. y supe que íbamos a disfrutar de lo lindo. Nos sentaron dos camareros-actores (Jaimito y Eva) perfectamente caracterizados y que ya nos ganaron cuando nos dirigían a la mesa discutiendo como niños y diciendo: "Las siento yo", "no, las siento yo". "Las siento yo", "No no, las siento yo...". Eran graciosísimos.

La cena en sí fue estupenda. Comimos una tortilla en salsa, ensalada griega, costillas a la barbacoa y wok de verduras. Casi cuando comenzaba el espectáculo trajeron el postre. Nos sirvieron un tiramisú que sólo el dibujo que formaba en el plato encandiló a S. Más tarde nos invitaron a una copa en plena actuación. Yo hacía tiempo que ya había perdido los papeles, no se cumplen 40 todos los días...

EL espectáculo indirectamente comienza en cuanto entras al restaurante. Entre los múltiples personajes que te amenizan la velada destacó a nuestros ojos una mexicana linda llamada Astri (Astrigente) -según nos dijo, y decorada de manera muy creativa, sospecho que elaborado todos por sus manos. Iba de mesa en mesa buscando desesperadamente la pareja de un calcetín. De su vestido y del resto de su cuerpo colgaban mil calcetines de mil formas diferentes, pero había perdido uno y entre lamentos por los rincones. A mí este personaje me encandiló. S. cámara en mano se lío a hacer fotos, así que luego se ofreció a que nos sacaran una a las tres. Los huesos de las costillas ya estaban disecados en el plato cuando dijo poniendo un trocito de pan encima que sacara una foto al plato, a esa naturaleza muerta que ella había montado con esmero y que señalaba con el dedo enguantado. Acabamos hablando de libros bestseller ilustrados con las fotos de S. y que nos retirarían a todos. Era graciosísima y luego nos deleitó con otro número en el que cantaba al calcetín perdido con una sorprendente coreografía. Se despidió en esa primera vez diciendo: Me gusta esta mesa, es muy artística. Más tarde le comenté a S. -¿pues sí se acerca, no? hemos terminado hablando de gastronomía y naturalezas muertas y libros y prólogos.... vaya, nuestras pequeñas facetas diarias...

La segunda coreografía de Astri me gustó aún más que la primera. En esta ocasión atendía al nombre de "Cucharita". Iba vestida de los 70 con unas gafas "Lolita" gigantes y en su vestido en lugar de calcetines ideales, se suspendían miles de cucharitas de helado de todos los colores. Magnífica

Rose Bourbon entre tanto iba de mesa en mesa abrazando, charlando y amenizando el aire de cada estancia. Toda una show woman. No tardó en subir al escenario y hacer un monólogo en el que iba hablando de todas las mesas que estábamos. Después de muchas risas, comenzó su espectáculo musical, a veces eran canciones interpretadas por ella en las que animaba vivamente a todos a bailar y a aplaudir, y otras play back modificando a su antojo la letra. S. y yo ya estábamos bien metidas en danza. Rose se ganó a todas las mesas. Sin duda.

Otro personaje que nos caló fue Jaimito, que con su atuendo de niño tonto sorprendió a todos, a todos, cuando subió su voz al escenario y cantó la copla Y sin embargo te quiero... madre mía qué voz escondía el muchacho... y cómo bailaba, otra coreografía bien trabajada. Luego estaba la "Gótica", también nos gustó mucho ¿cómo olvidarla? su actitud de decir con la mirada: ¡pero os estáis viendo! ¡me dais pena! estaba muy bien conseguido. Actitud que subía incluso al escenario obligada a bailar...

Una noche diferente, fantástica, nos reímos como nunca y hasta acabé bailando en el escenario instada por Jaimito como despedida. Estas fotos lo demuestran...


Hay que ir, de hecho volveremos, solas o acompañadas
*fotos de S.

miércoles, 12 de agosto de 2009

Un Tito a medias

Si Tito Andrónico hubiera tenido seis actos, William Shakespeare hubiera arremetido contra los espectadores de las primeras filas, y los habría matado con certeros tormentos atroces. Efectivamente, excepto Lucio, no queda vivo en escena ni un solo personaje. Antes de que se alce el telón del primer acto ya han muerto veintidós hijos de Tito. Y a partir de aquí, la sangre corre sin tregua, hasta la matanza general del quinto acto. En esta tragedia hay treinta y cinco cadáveres, sin contar a los soldados, los siervos y los personajes secundarios. Al menos diez grandes asesinatos son cometidos frente a los espectadores. Añadid la violación, el canibalismo y la tortura y la novela negra americana parecerá una inofensiva historia idílica comparada a este drama clásico del Renacimiento. Palabras del crítico Jan Kott en su estudio Shakespeare nuestro contemporáneo, (Varsovia, 1961)...

Pienso que sí, que estoy de acuerdo con esta premisa, pero también pienso que estas palabras hacen clara referencia a la obra de Shakespeare. Pienso también que esto es lo que puede ocurrir en toda propuesta arriesgada: El dicho popular de Arde Roma no se cumplió ayer. No hubo fuegos fatuos, si acaso algún destello. Es cierto que debe de ser muy complicado aceptar un encargo de Shakespeare, y sobrevivir al intento, y más aún aceptar este trato con las más jóvenes manos de un Shakespeare brutalmente enérgico que plantea una guerra sangrienta de familias. El lado más grotesco y oscuro del ser humano. Sin duda, una de sus tragedias más macabras. Ayer estuve viendo Tito Andrónico, un montaje que finalmente no consiguió esa perfección que aún no sé por qué, es concebida redonda en nuestro cerebro, como redonda era la mesa de la escenografía. Un escenario circular que giraba cada vez a más revoluciones a medida que la misma revolución iba poseyendo las almas humanas. Esa misma mesa que apuntaba con invisibles flechas el destino fatal de cada uno de sus comensales. Una tabla redonda como aquella otra legendaria donde se reunían caballeros y espadas para buscar el Grial, aunque en este caso una pena que el Grial permaneciera oculto sorteando el aire exterior.
He leído que esta adaptación prometía litros de sangre y violencia y en fin, exceptuando la actuación de algunos actores contados confieso que esperaban más mis ávidos ojos. No hablo de litros de sangre cubriendo aquel suelo escénico, ni de miembros amputados desparramados allí mismo... Otro tipo de planteamientos algo desajustados, desajustaron mi cerebro y apagaron el fuego escénico que por otro lado, no llegó a encenderse. ¿Zombi? ¿Ebrio? ¿Realmente anciano? ¿Enfermo? ¿O clérigo practicante? Todos partimos de la base de la vetusta edad de Tito, no sólo por su caracterización. Gratuito por ello tanto empeño del personaje en hacer ver al público su vejez extrema una y otra vez. ¿Porqué tanto derroche en hacernos entender esto? Estamos hablando de teatro y de igual forma que no hubo sangre física ni manos reales amputadas ni lenguas cercenadas, de esa misma manera Tito debió dirigir su energía en un campo más interpretativo, no consintiendo dejarse encerrar en ese tono único y quejumbroso que le hacía pensar a una en una línea recta que informa de encefalograma plano, muerte cerebral. En más de una ocasión comenté a S. que el tono de su voz parecía a veces sacado de una orden sacerdotal.
Posteriormente la propuesta de Lima creció con creces "valga la redundancia" en el banquete final. Esta segunda parte dinamizó y despertó ligeramente los sentidos de espectadores como yo. Me quedo con ese ciclón sobrevolando aquella redonda tabla ensangrentada. Me quedo en sus destellos...

A pesar de todo, disfruté en general de la obra. Me gustó, contradictoriamente a lo expuesto. Su escenografía sencilla y giratoria que hacía recordar cómo pueden girar los dos lados de la vida: interpretaciones redondas como el personaje del traidor Moro (Fernando Cayo ), el magnetismo del propio Saturnino el múltiple, que con su aparición a veces neroniana y a veces circense consiguió dar un toque grotesto al fantástico texto, y por supuesto la potente fuerza de la vengativa y no por ello dolorida goda Tamora (Nathalie Poza, que me refrescó la fuerza de también shakesperiana Blanca Portillo poniendo sangre a Hamlet)... el antropófago banquete final... todo ello fue al final como el bálsamo de aceite que se monta al agua líquida y que con tanta facilidad se escapa de la memoria. Consentiré que el aceite flote en mi memoria.


Gracias a G. y P. por sus regalos-.

martes, 4 de agosto de 2009

trama de cuchillas

¿llegaremos a comer hígado de vaca?
sí, sí, lo sé, dicen que es el órgano interno más grande
y que puede llegar a pesar varios kilos
dicen también que en cada cien gramos de hígado de res
hay cuatro gramos de carbohidratos



con una luna de cuchilla corva
como una luna guillotina suspendida en aire
tramaron el corte limpio en la oscura tarde
ya lo hacía antaño el cirujano
y como el carnicero -más mugriento- poda la carne en la jornada
con ese acunado láser de cuchillo
separaron limpiamente la carne de nuestro hueso
para sazonar lo uno y degradar el resto
en esta tundra de hambrientas bocas
pero recuerda, tú eres lo que comes
por eso, por eso la osificación
será siempre nuestra herida elocuente

sábado, 1 de agosto de 2009

El gato excursionista

Ya casi no recordaba el sueño de hoy. No, no ha sido un sueño. Fue real. Ahora lo recuerdo. Mi memoria se ha roto en estas horas. Eran las 5 de la mañana. Me levanté junto a S. para prepararle el desayuno y darnos compañía y alimento para soportar la soledad de nuestras respectivas mañanas. Hacía calor. Abrí los ventanales del jardín ligeramente, muy ligeramente, tanto que por el hilo de la rendija que dejé y que daba al mundo no entraba el cuerpo de un gato. Hubiera tenido que ser humo para colarse. Me despisté unos minutos en el ordenador maquetando un librito que no tardaré en terminar. Cuando me di cuenta de la soledad maciza de la casa, cuando se paró el ruido en la casa, cuando sólo mi aire respiraba en ese espacio, solo enconces me percaté de la escapada del gato P. hacia otro mundo, más verde, más habitado, más ameno, pero sobre todo, más peligroso. P. se había ido a relacionarse a oscuras y con alevosía o puede que con curiosidad y sin consciencia con seres idénticos a él en líneas que no en maneras. La noche era densa, sólo una farola brillaba justo en mi trozo de jardín. El resto, horizontalmente negro, se manifestaba con todo su peligro ante mis ojos. No dudé. Y vestida con lo que dormí, un vestido cómodo a modo de camisón y con la cremallera a medio bajar desobedeciendo la línea de mi columna vertebral, salí tras él. Primero lo hice sin arma alguna. El jardín es muy largo, está acotado con verjas altísimas pero hay todo un bosque de árboles y hojas secas a su orilla. A medida que caminaba con prisa en unas sandalias de playa, la oscuridad iba entrando en mis venas. Volví. Volví con el nombre de P. en los labios. No contestó. Cogí entonces una linterna (que casi no encontré por la excitación de esas mismas venas y volví a lo oscuro. Barrí el jardín con el haz de luz que iba pariendo mi linterna pero no vi nada. El miedo no existía a lo negro. El miedo a haber perdido a P. dominaba mi mente. Por un momento pensé qué diantres hacía yo, sola, a oscuras, a las 5 de la mañana pisando un jardín sin saber qué había bajo aquellas sandalias, qué vida ascendería por mis piernas. No, el miedo no existía.. La preocupación por el gato ausente me infló de un valor que ni ahora mismo reconozco. Barrí el jardín de ida por el camino más transitable, cuando llegué a su extremo, otros gatos parecieron asustarse y huir por otras rendijas que llevaban a su vez a otro estrato, la calle. La calle. Pensé en P. en la calle. Me puse nerviosa, así que volví pero esta vez atravesando ese bosque de árboles, de flores altas y salvajes y completamente a oscuras. Apartando la maleza seca con mis manos ciegas. De repente mi linterna se fijó en dos bolas de luz, brillantes, redondas, allá abajo, a lo lejos, entre más maleza, si cabe. Si no era un gato sería un humano. Pero había vida tras esas lumbres. Enfoqué el aparato de luz y vi agazapado la mezcla de colores blanco y canela de mi P. temeroso. Le llamé. Amorosamente. Pero ante la oscuridad que se cernía, el gato se asustó y salió corriendo todo el camino hasta los ventanales de mi jardín. Allí esperó hasta que llegué yo, asustada, a abrirle de nuevo la rendija por la que se había escapado minutos antes. Le hubiera reñido pero le vi tan asustado..., me bufó cuando intenté acercarme pero acabé alzándolo a la altura de mis ojos, lo abracé y lo besé para que viera que todo había sido un susto. Volvimos a casa.
Ahora, al recordarlo, al ver ese mismo jardín de día, floreado, verde y lleno de viento que saca las voces de las hojas, no me parece el mismo que me mostraba esta misma noche su cara más oculta.