Ayer estuvimos en el parque de la Fuente del Berro. El día era maravilloso y quisimos aprovechar la primera hora de la tarde para calentar una piel que arrastrabla la palidaez del invierno. Nos armamos con un bolso lleno de una veloz toalla, dos acuarios, no de peces sino de refrescos, y dos libros para S. y para mí. Tan sólo llevábamos una cazadora corta confiadas de que ese sol que vigilaba allá arriba persistiera hasta la vuelta. Cuando llegamos, estamos a unos seis o siete minutos andando, nos llamó la atención un grupo grande de peruanos que danzaban un baile sobre una pista de arena que parecía haber sido peinada para dicha danza. Al momento pensé que la música y la danza nos ennoblece. Que saca lo mejor que hay en cada uno de nosotros. Que es una realidad bien palpable. Después de observar los movimientos de los pies de estos bailes seguimos caminando en busca de un hallazgo de hierba para soltar la libertad que había en nuestra toalla y sentarnos a contemplar los libros. S. estaba leyendo El niño del pijama de rayas, que por cierto, lo terminó ayer y quedó totalmente estupefacta. Yo compré el viernes, a instancias de un compañero de trabajo El secreto, un libro muy cuidado estéticamente que habla del poder que hay en cada uno de nosotros.
En cuanto comencé a leerlo supe que no podría soltarlo hasta que el grosor de las páginas impares que descansan en el lado derecho de la orilla, disminuyera hasta desaparecer. No soy escéptica en este campo aunque tampoco lo contrario, supongo que en el equilibrio está la medida, pero prometo que no había ni una sola frase que no asentara grandes verdades. Pero bueno, ya hablaré de ese libro en otro momento. En fin, que el sol se metió y nosotras no nos dimos cuenta a pesar de la sombra de nuestras cabezas reflejadas en las páginas. Volvimos a casa renovadas, llenas de sol y de hambre. Llenas de ideas claras, de risas, de un inesperado pero feliz frío que se descolgaba de nuestra escasa ropa. Cuando llegamos a casa S. terminó las escasas 10 páginas que la distanciaban del final de su niño de pijama y destinó toda su energía en hacer un pan realmente precioso y riquísimo mientras yo terminaba mis otras páginas. Fue un día cualquiera, un día perfecto, y largo y más perfecto de nuevo.
2 comentarios:
Envidio ese día en el parque. Maravilloso día que sirvió de heraldo de la primavera.
El martes, en cambio empezó el viento; al menos aquí donde yo vivo. Da miedo el viento cuando extiende sus alas y despliega todo su poder.
"El niño del pijama de rayas" es quizá el mejor libro que he leído en los últimos meses. Me dejó un sabor agridulce. Sencillo. Prodigioso.
Un poema dedicado a este viento que también hoy levanta las ideas en madrid
Hoy todo está suelto
Volando desarraigado por el aire inquieto
A punto de emprender el vuelo
Parece como si uno tuviese que evitar chocar
Con esos árboles allí arriba
Tan lejos, tan altos y solos
Animales sin rmbo
Con el sabor inmóvil de la merte
En las ramas
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