jueves, 23 de abril de 2009

Descorchando manos

Abramos bien las puertas para dejar entrar el aire. O empalemos nuestras manos cerrando tras de sí la puerta sólo si ya hemos conseguido entrar. Hoy quiero emborracharme con S. Sin manos. Beberme cada palabra que encuentre en las aceras como si fuera el último día que bulle en este camino de arterias. Sin manos. Inundar de letras nuestras agrietadas venas tan rotas de hambre en esta sequía de cuerpos. Sin manos. Hoy sin manos.
Me encanta este día. Además es el cumpleaños de una querida amiga.
Felicidades pues a mi amiga y por supuesto a todos los libros que respiran entre nosotros. Porque ellos son vida incluso cuando descansan en algún estante. Porque son aventura cuando los abres, y son lágrima viva cuando los cierras. Porque son eso, coraza un día y latido, otro. Porque son el sueño de todo eremita. Porque son la vida que nos falta, la muerte que esperamos, los amores deseados que a veces se hacen realidad plena. Porque encabezan nuestras camas. Porque son nuestros soportes -amados terapeutas en nuestra soledad maciza-. Porque nos conocen en cuanto los comenzamos y nos esperan impacientes al cerrarlos. Porque nos educan. Porque nos reeducan. Porque llenan nuestras memorias ensangrentadas de ideas nuevas llenas de otra sangre. Porque son al fin, la pluma ansiada por todos nosotros, pequeños seres desmanados, todos. Pienso entonces que leer a los grandes, a los que yo considero grandes, te recoloca en tu sitio. Te recoloca. Y hay que entender esta posición de espera. De calma. A mí me sienta de golpe en la silla de la soledad. Yo y mis manos, bruscamente. Y charlamos. Charlamos con claridad meridiana. Lo hacemos sin prisa. Te asienta para que ellas y yo nos conozcamos mejor gracias a ellos. Educan la prisa de tus manos. Y un sentimiento de inexperimentación conquista la mía, que en días como hoy se asoma a mis ojos tan inexperta, siempre. Por tanto, te ralentiza. Y no, ya hay prisa. No hay prisa. Nunca hay prisa.

En cuanto a las actividades en esta noche explosiva, hay tanto y tan coincidente que tengo la cabeza aturullada de tanto buscar decisiones. Si se pudiera desdoblar la hora como se desboblan las páginas de nuestros homenajeados... Me encantaría ir a un recital de Angélica Liddell. O volver a tener a un palmo de mí a Juan José Millás, que tanto adora S., o al también leído Manuel Vicent cuyo artículos acertados imantados en nuestros frigoríficos tanto nos han ayudado. Me gustaría explosionar el centro de mi estómago y que cada trocito desperdigado se esparciera por esta ciudad acompañada, y alcanzar con uno de ellos a Mendicutti y regalarle mi geometría, agradeciendo sus ajustados prólogos. Adelantarle lo que será dentro de tan sólo días mi pez místico. Volver también a saludar a Manuel Hidalgo de cuya mano recibí aquel premio de poesía hace ya tantos años. Qué sé yo. Quizá no hacer nada de esto, porque hoy no tengo manos y hacer eso, cerrar la puerta tras de mí y embolsarnos. Volvernos. Desmemoriarnos. Desviajarnos. Descorcharnos. Desentrenarnos. Desmemoriarnos. Desmanarnos. Desarmarnos. Desintegrarnos en esta noche librera.

Quiero comprar montañas de libros de Galeano para viajarle. Para escalarle esta noche y la otra y la que sigue. Porque mi amor es definitivo. LO ADORO. Y también algo de mi nuevo descubrimiento, Maria-Merce Marça. O quién sabe si volveré de nuevo a Gelman. Adoro los descubrimientos porque es como si una volviera a nacer y se desmemoriara. Me pasa con la música. Cuando descubro algo nuevo que conquista mis oídos o en este caso mis manos, me embolso y soy toda suya.



Felicidades L* (sí, sí, ya sé que acabo de bailar los días. Sí, ya sé que es mañana, pero a los efectos es hoy).

Fahrenheit 451 es la temperatura a la que arde el papel de los libros.

1 comentario:

Gracia Iglesias dijo...

Para ti, que eres libro encarnado y marasmo de feraces palabras desbordadas en manos, todos los días son Día del Libro. Felicidades, por tanto, aunque hoy sea un día después de la fecha oficial. Me está costando un poco ponerme al día.