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Has llenado los semáforos de sangre... me quedo ahí, me quedo ahí...
Entre los asistentes pude de nuevo ver el rostro de Naveiras, que empieza a ser fundamental a mis ojos porque aplaca cualquier sentimiento raro cuando te rodeas de gente que no conoces, porque se asemeja a aquel amigo que uno siempre quisiera tener, y despierta esa sensación costera como cuando uno entra en casa y todo está tranquilo; a la ya mencionada Mayte, siempre con los hombros a punto del seísmo, con los ojos al borde del precicipio de su propio océano, a pesar de tanto optimismo; a Enol, mi querido Enol, que siempre tiene palabras hermosas para mí, mis peces o mis vacas... y anima y anima y anima las inagotables ganas de mis manos; a José Zúñiga, donde me tiraría de cabeza a la sima de su voz... y por supuesto a Paco, un ser indispensable en este paisaje a veces tan siniestro... Lo mejor de todo, la emoción de S., la emoción clandestina de S. en La Clandestina. Fue una tarde llena de romanticismo.
Este poema que quiero subir a este rascacielos define a mi juicio, a veces tan erróneo, la calidad y el carácter de Paco. La sencillez. Pero como siempre digo, en la sencillez precisamente encontramos la profundidad...
Estrechez
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en el que vivo
se encuentra
a escasos
veinte metros
de otro edificio
en el que viven
aquellos que tienen
el edificio en el que vivo
a escasos veinte metros,
ya ves qué casualidad.
Algunas mañanas
me acerco a la ventana
y observo
la angosta terraza
de enfrente
donde
una señora
de avanzada edad
contempla
cómo yo la contemplo
mientras deshoja
una margarita
cuyos pétalos
caen
abandonados
sobre
el techo
de un coche
apretadamente
aparcado
cuyo seguro
venció
hace ya
dos años
y que
curiosamente
es el mío.
Cojo un trapo
y hago
como que limpio
los cristales.
Nos miramos
durante tanto tiempo
que
no tiene sentido
que ni siquiera
sonriamos un poco.
1 comentario:
me sonrojo, al menos por la parte que me toca, claro.
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