viernes, 24 de abril de 2009

La noche Liddell

Últimamente siempre que voy a ver a Angélica Liddell es la "Noche de algo". La Noche en blanco", la "Noche de los libros", la “Noche de los traficantes”, o una mezcla de todo. Esto anima porque hay tanta noche como día. No defraudó ni Liddell ni noche ni los traficantes, ni siquiera los sueños. ¿Acaso era previsible asistir a un ¿¿¿recital??? de Angélica....? Ya la palabra no marida con la densidad de esta mujer, por lo que acabó proponiendo hacer una corrección exhaustiva y pública del libro que traía entre manos. Un ejercicio de síntesis. Completamente necesario. Completamente desnuda. Poéticamente avergonzada. Altamente imprevisible. Y previsiblemente intensa. Siempre intensa. Porque en cuanto escribimos perdemos lo dicho. A mí me atrajo la idea en cuanto lo mencionó, no sólo porque es un ejercicio de humildad hacer algo así en público sino porque demuestra su valentía en un campo que es barro. Elegir lo menos bueno y decicirse en público a tirarlo a la basura es, bueno, algo sencillamente valilente. Es cierto que tiró versos enteros, pero su concepción del tiempo así se lo exigía decidiéndose, acertadamente, por el verdadero meollo. Decidiéndose por el desenlace. Angélica-síntesis sacando la metralla que sobraba de la palma de su mano. Como el soldado saca la suya para seguir en tierra vivo.
S. y yo disfrutamos como siempre. Disfrutamos igualmente el trueque de palabras con ella, no sólo al comienzo sino al final de su propuesta: la exhaustiva y eliminación matemática de la paja con el fin de llegar al grano. Pero chocó con otra clase de grano. De esas pequeñas e insignificantes piedras en el camino. Su propio camino de piedras. Yo adoro las piedras, hay mucha vida en ellas, no me refiero a éesas, me refiero a esas otras que entorpecen y que no se apartan a pesar de un intento tras otro de retirarlas. Ésas piedras sordas que no se retiran ni para dejar pasar el carro de los muertos. Ésas son las piedras inmóviles que hay en determinadas mentes que no captan, o lo que es peor, no aceptan cualquier planteamiento que se aleje de eso, su camino. Las piedras tan quietas como sus ideas. Las mudas. Ésas que lapidan el cuerpo del desliz y que generalmente cargan tanta carne muerta deslizada como aquel carro al que prohibió el paso en alguna guerra pasada. Ésas que no aceptan dejarse llevar por el viento por un momento, dejarse salir, aunque sólo sea por una noche, de la espiral que encierra a veces la arcaica palabra “recital”, ya que esto les produce vómito. Esa piedra sí produjo vómito. Es cierto que el vómito a veces también es necesario para volver a colar lo que verdaderamente ha de manar. Pero de nuevo, fue otra clase de vómito, de ese que ensucia las aceras de las ciudades y que persisten pues nadie se atreve a limpiarlo. Angélica, a punto de abandonar con la misma naturalidad con la que comenzó su propuesta de eliminación, decidió no eliminarse a ella misma y retomar su lectura-deslectura aclarando a esa mujer-piedra, -antítesis de la humildad- (me permito aquí el lujo de nombrarla así porque éste es mi rascacielos): -Mujer, si yo no sé nada de poesía, yo me dedico al teatro, sin saber que su propio hígado es justo ese arma tan cargada de balas que en lugar de metralla llevan poesía. Esas balan que a veces dan salud y otras matan.
Porque es una buscadora de la belleza y la belleza es tan necesaria para entender este mundo roto… Para entender el mal en el mundo. Es el correlativo esencial a tanta muerte y destrucción. Y Angélica hunde las yemas de sus dedos hasta lo mas hondo de su hígado para desenterrar lo bello que ven sus ojos. Ayer pudimos vislumbrar algo de todo esto que digo.
La humildad y el respeto son valores básicos en un ser humano. Y esa mujer-piedra-níquel-sorda- no tenía ni lo uno ni lo otro. Porque independientemente de que guste o no un cuerpo expuesto, los minutos que se le conceden a alguien para exponerlo puede desgastarlos como el propio sujeto quiera.

Un titular de un periódico lleva más poesía que cualquier pertinaz intento humano de hacer poesía. Me quedo ahí. En esas palabras-Liddell. Porque siempre me quedo con algo positivo en alguna de estas noches.

1 comentario:

alf ölson dijo...

Gracias por tu crónica.
Ha sido una alegría por mi parte, y solo por mi parte, leer una crónica sobre el recital de Liddell en Traficantes... y qué pena, no me enteré del acto.