Hoy llego a este Rascacielos sin manos, me lanzo de cabeza desde su azotea y lo hago con manos más cansadas, o más ajadas, con más años en sus palmas, con un mapa ya pisado, ya conquistado. Hoy le llego entristecida, desilusionada, gris. A pesar de la belleza que acabo de leer de mi ya querido R. condensando en cuatro frases lo importante que es el amor, defendiendo que las personas afines se conocen mucho antes de encontrarse físicamente. Mi disgusto viene de otra mano. No es un disgusto que mate o que quite un poco más de vida, es ínfimo comparado con las guerras en las que batalla el mundo. Pero es mi pequeña batalla diaria. El día de ayer en A. fue algo decepcionante. Además de tener mucha más responsabilidad, el trabajo se agolpa sobre una sola mesa, la mía, y la pila de libros impresos en papeles enormes entierra mis manos alcanzándome las orejas preguntándose si darán abasto esta campaña. Junto a ello, que es lo que me gusta hacer, en la práctica tengo que hacer mil gestiones para que al fin salga un dichoso libro, con lo tranquila que vivo yo haciendo y deshaciendo libros, con lo silenciosa que me gusta ser en el trabajo. Ahora mi corazón se llena de ruido y desilusión y no me veo por ningún lado recompensada, -y no hablo económicamente, sino personalmente-. Y que no se entienda erróneamente. Yo amo mi trabajo, y eso hoy en día es un boleto en la cartera premiado, aunque nunca se llegue a cobrar. En fin, a toda esa mañana rara de ayer le siguió su consecuente tarde. Una tarde sorprendente en la que antes de que llegara S. a las 6, mi casa se llenó de extraños porque después de casi un año es inevitable, tienen que sanear no sé qué cosas enterradas en el submundo que no vemos, un mundo oscuro lleno de tierra y agua. La casa en sí está toda nueva, 60 metros -que llaman paradojamente loft, porque no tiene muros que separen- con un moderno diseño y unas instalaciones nuevas, y ahora tienen que escarbar su suelo entarimado de arriba a abajo para sanear ese submundo que con toda certeza estará lleno de animales legendarios. Desenterrar el pasado de esta casa. Desenterrar los antepasados que nos antecedieron ¿El problema? que durante 20 días tendrán que realojarnos, madre mía, cómo suena esto, realojarnos, cuántas veces he escuchado esa palabra en el telediario y que tanto me ha asustado siempre... y luego las cosas de casa, todas mías más otras cuantas de S., pues la casa cuando la cogimos estaba completamente vacía. Odio las mudanzas, he hecho muchas en mi vida y en ellas es cierto que he adquirido una gran destreza para hacer y deshacer sobre todo cajas de libros, que son mi historia. Soy rápida en esto. Pero una mudanza, aunque sea temporal, también te obliga a seleccionar de nuevo lo útil -que no lo necesario-, de lo inútil -que a veces es justo lo necesario. Meter tu vida en una caja desencaja y no es un juego de palabras. Volver a embolsar nuestras vidas en cajas, desencaja. Precintar nuestra vida que hoy se encuentra en un punto tan tranquilo, desencaja. Es un ir y venir a no sé dónde. Y todo esto sumado a un realojo -detesto esa palabra- qué no es más que incertidumbre. ¿Será un hotel o uno de esos apartamentos sin carácter que se alquilan por días? ¿Quién realoja a nuestro P.? Y encima todo esto ajustado al paisaje que más amamos, las vacaciones, donde una sólo quiere vestirse de viaje para perder todo el montaje que arrastra de meses y meses de un trabajo que cada día es más denso. En fin, que ayer S. llegaba del trabajo con la ilusión de llevarme a la agencia de viajes a que ajustaran a nuestra cintura un viaje perfecto. Y lo que iba a ser una tarde llena de palabras como playa, sol, monumentos, románticas cenas, viajes en coche o en avión, destapados cuerpos al sol, museos desconocidos, confines y fronteras, se convirtió en una tarde llena de palabras como encofrados, muros de contención, pilastres, cimentaciones, pocería, saneamientos, muros de carga y enyesados.
Entre medias, entre esa mañana llena de horas y la tarde que se avecinaba con esas malsonantes, recibí un relato de una gran amiga que imprimí para leer de vuelta a casa en el autobús, justo antes de que aquellos extraños inundaran con sus enormes y mugrientas pisadas mi casa. Se llamaba Sandalias. Y aquellos maravillosos zapatos descapotables cubiendo tobillos puros y estilizados equilibraron y aliviaron aquellos que no tardarían en llegar como guerreros marchitados, envejecidos y rotos, tan dispuestos a batallar en nuestra tierra particular.
Siempre hay algo que me salva de la hoguera. La vida está llena de curiosidades como ésta.
*foto de internet
11 comentarios:
Me encanta la foto que has elegido para ilustrar este post. No sabía lo de la obra y lo siento; a mi también me parece que lo inutil es a veces lo más necesario, y también que encajar desencaja. ¡Ánimo! verás como todo va volviendo a su sitio. Aférrate a S., porque es lo que SALVA, igual que la última "s" del sustantivo "palabras": un infinito roto, o un gancho donde anclar la realidad que escapa a nuestro entendimiento.
Al igual que Troya que fué destruida y reconstruida diez veces, y no pudieron con su história, y la de sus habitantes, tampoco podrán con vosotras. Al fin de cuentas, el Mundo entero es vuestra habitación, la llevais con vosotras, lo demás es superfluo. No te rindas. Prepara tu escapada del verano, y los demás que sigan cavando en Troya, ya volvereis cuando esté en su undecima reconstrucción. Y si no, veniros a General Peron nº 15, y adoptamos unas hijas nuevas.
Un beso.
Rafa
me gusta lo que ha dicho R.: las personas afines se conocen mucho antes de encontrarse físicamente... me parece una frase acertadísima
meter la vida en una caja desencaja... en mis sucesivas mudanzas he descubierto que a pesar de las molestias se descubren objetos y recuerdos que se creían olvidados
desalojarse y realojarse es una aventura, te diría que te relajases, que procuraras disfrutar del pequeño caos que esto supone... y de esas curiosidades que nos salvan de la hoguera
un beso y ánimo...
jajaja, Rafa, tú nunca defraudas?? eres un sol igual al sol de junio, aunque a éste último le esté este costando un poco asomar...
Miles de besos blancos de S. y míos por tus palabras, que entre Troyas derrumbadas y adopciones inesperadas tanto animan.
Querida Nuria,
Tienes una habilidad particular para transmitir tus sensaciones. Y esta vez lo has logrado, en mi caso con la "trampita" del título y la foto. Me aprestaba yo a leer complacida uno de tus sensuales textos sobre el placer de las sandalias, versus el armazón de los zapatos, y me encuentro con el disgusto que comprendo perfectamente. Yo también he hecho muchas mudanzas. Además, es verdad que estas cosas suelen suceder el mismo día.
Por suerte tienes un gran amigo, Rafa, por lo que veo único en dar ánimos. Así que me sumo a sus palabras. Y, recuerda, "no hay mal que cien años dure" y ¿Quién sabe si ese encajar y desencajar no te traerá alguna consecuencia inesperada y maravillosa?
Besos.
Ánimo, lo mejor en estos casos es irse de vacaciones y que al regreso esté todo listo o casi...
Gracia
Cuando S. ha visto la foto ha dicho, pero si parecen tus pies... ya ves, unos dobles de mis pies publicados en internet, esto es el fin. Ríete anda
Crisol
No te conozco pero siempre hay una primera vez. Te visito
Camille Stein
Hay verdades como templos . Seguiré tu consejo, no vaya a ser que encuentre algun descubrimiento en este movimiento temporal de mudanza
Isabel
Me sonrío por lo de "trampita". Dime qué esperabas encontrar leýendo esta lucha de zapatos y te la reescribo.
Alfaro
A ver si es posible. Parece buen consejo
Me gustó mucho el zapato, tengo que ver si puedo encontrar uno parecido porque me encantó!
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