jueves, 5 de marzo de 2009

nombres geométricos

Debería creer mucho más en mí, como el que cree en los posos del café. Como el que cree en un dios inventado. Debería creer más en mis letras. Sólo creo en ellas mientras las escribo. En cuanto el tiempo las va enterrando, yo me enterraría con ellas. En fin, que debería hablar maravillas de mi geometría pero es tan antigua a mis ojos que las enterraría bajo el lodo. Sé que esto no gustará a mi editor, que confió en mí y espero aún lo haga, pero lo confieso. Confieso la caducidad de mis manos. Su deslealtad. Son ingratas con sus vástagos en cuanto son paridos. Es un sentimiento interior que no me paraliza pero que está ahí. Debería insistiros a todos que comprárais el libro (aquí os insisto). Que es fantástico su lenguaje, legible y profundamente emotivo. Debería insistir e insistir en este libro para que bailen ejemplares en manos de otros. Pero confieso mi limitación interior para ello. De los libros anteriores a éste nada me enorgullece. Nada. Tan sólo salvo de la quema un puñado de poemas. De la geometría me enorgullecen sus dibujos interiores y como no, el que encabeza la cubierta. Si no hubiera sido por ellos, a estas alturas también me quedaría sólo con eso, un puñado de poemas que llevarme a la boca.
El otro día S. me abrió los ojos, literariamente hablando. Hacía un repaso rápido de mis libros. S. es toda una observadora. Ni yo misma me habría dado cuenta en mil años. Habló de mi trayectoria. Supongo que se explayó en su teoría para zafarme de una vez por todas de esa caducidad de mis manos, para enlazar mis últimos trabajos con los más antiguos. Para hacerme ver, para hacerme ver que si nunca hubiera escrito aquel mar de suicidas, seguidos de tantos otros, jamás, jamás habría llegado a escribir sobre una tabla de carnicero. Para que no queme a esos hermanos geométricos porue me quemaría con ellos. Quizá para eso, para arrancarme de raíz aquella fatídica idea mía que parece nació junto a mi costado, de querer matar siempre esa familia de letras. De sentir cierta deshonra con mis anteriores trabajos y querer desheredarlos. S. lanzaría un cubo de agua a esa pira que yo construiría con estas mismas manos que crearon antaño y salvar mis libros. En su exposición, toda una tesina sociológica, resumió que literariamente, soy concéntrica. Circular. Un ciclo que se inicia y que acaba y que vuelve a iniciarse para volver a llegar al final y así sucesivamente. Me habló en primer lugar de El mar de los suicidas. Un libro oscuro escrito hace mil años, donde la muerte y las preopaciones más humanas movían aleatoriamente mi mano. Un libro sin dedicatoria explícita. Un libro del mundo. Más tarde mencionó Desvaríos Subterráneos. Igualmente nada explícito, donde no había ningún rostro sobre el que escribir largamente. Un mar de suicidas suavizado, quizá para involucrarme en algo nuevo, un rostro, un amor. El siguiente libro, Ahora que el amor se me instala, un libro totalmente explícito, un amor que llega y se instala, y no tarda en perderse en otro mar de suicidas y donde por lo tanto, rezuma también superficialmente la muerte, y rezuma porque siempre está ahí pero no es eso de lo que allí se habla.
Más tarde, La geometría del vientre, que presenámos el mes pasado, un libro dedicado, con rostro, con miles de rostros, lenguajes suaves, y vientres concéntricos donde también existe la muerte, porque siempre va con uno y nos conquista cuando perdemos la sombra bajo el sol inclinado. Continuó mencionando mientras yo la miraba atónita El pez místico, un preámbulo de lo que vendría después. Un libro de nuevo sin rostro, (aquí empieza la exposición concéntrica de S.) sin dedicatoria alguna, o sí, pero de nuevo donde la muerte leve, muy levemente hace acto de presencia para ver nacer, de nuevo e impulsar con esa fuerza antigua pero a la inversa el último trabajo que hasta hoy, y según esta tesis de S., cierra mi círculo de muerte y vida Tablas de carnicero, algo que yo considero rotundamente diferente a todo lo anterior. Todo un giro en mi vida. Pero que gracias a S. consigo entender y enlazar este huérfano trabajo a aquel primer mar de los suicidas. S. es fantástica examinando. Resumió diciéndome que cuando no escribo directamente sobre algo-alguien soy más yo. Soy más pura. Más pura en el sentido de que no hay nada que distraiga mis manos. Son mis épocas interiores donde me voy conviviendo conmigo misma. Mis dos extremos más duros, más crueles, por tanto, El mar de los suicidas y Tablas de carnicero. Que el resto han sido influencia de lo vivido, de lo experimentado. Mis libros dedicados, mis experimentaciones en los que escribo lo que veo. Y mis manos-esponja logran situarse en el papel de un protagonista de serie. Y como dice Naveiras y ahí creo que no se equivoca, consigo instalarme en el cerebro del lector tras pasar la vista por las palabras escritas.. Y es cierto como este frío prometido. Tantos como posibilidades veo, y la muerte de nueve surge como renovadora de la misma vida entremezcladas simbólicamente con mis experiencias vividas.

Gracias S.

Gracias Jose Naveiras


Gracias Sonia Fides

Mis manos agradecen vuestras palabras. Todas. Hoy creo un poco más en mí, porque alguien más cree. ¿Seremos un holograma? ¿Soy alto porque tú me crees alto, como diría Ángel González? Sí, deberíamos ser un holograma.

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