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¿Por dónde empezar? ¿Por el pura sangre de Hamlet del jueves noche con una Blanca Portillo a la cabeza o por el último viaje de mis pies que me llevaron a mí y a S. hasta Sevilla las últimas 48 horas?
¿Por dónde? Hamlet fue tan intenso que sería primordial hablar de aquella escenografía de agua, de aquella chica-Pandur. Pero Sevilla, nuestras últimas 48 horas en Sevilla quizá sí valgan relegar a un Hamlet que ya todos sabemos eterno. Y antecedo el paisaje del sur al danés por miedo a que se me escapen detalles que ahora mismo se descuelgan de la yema de mis dedos. Hamlet, pues, puede esperar ¿o quizá no? No lo sé. Quizá mate toda imagen de aquella noche Shakespeariana. Quién lo sabe. En fin, tras dormir tan sólo cuatro horas (el querido Hamlet fue tan largo como lo es él en estatura), me levanté el viernes hacia una Sevilla casi desconocida, con un dolor intenso de cabeza. Los extremos de mis sienes atornillaban mi cerebro estrangulando cualquier idea generada. Me levanté con un dolor tan intenso que tuve que inyectar en mi nariz un medicamento nasal. Directo a las venas. Sólo así conseguí matarlo.
De camino a Atocha fue calmándose ese canalla que tantas y tantas veces ya martillea cuando una menos lo espera. El viaje junto a S. fue magnífico. Viajar con S. siempre es magnífico. Nos regenera. Nos recompone. Nos descorcha. Sï, como cualquier viaje. Viajamos por error del AVE en Preferente así que la amplitud y la comodidad de los asientos fue apaciguando lenta pero inexorablemente mi cabeza llena de agujas ardiendo.
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El resultado de ese inicio de viaje: 48 horas de las cuales dormimos 12 horas. 36 horas descubriendo la Sevilla más interior. Deambulamos por sus angostas calles. Yo siempre sin rumbo, porque siempre yo soy la que siempre se pierde o se tropieza con alguna farola recién plantada, pero con la cartógrafa S. a mi lado fue imposible perdernos. Aprovechamos por tanto el tiempo al máximo.
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Puse cara a mi querida A. (quise decir Ana Arcas) mano extremadamente sensible que esbozó lo que hoy es la cubierta de mi Geometría del vientre y diseñadora también del dios Ganesh de la foto. Puse cara a A. (quise decir, Antonio Villarán) ideólogo a mi modo de ver, creador de ideas, o de nubes, como él se tiene. Puse cara a mi queridísima y resplandeciente L. (quise decir Laura Rosal) que irradia con toda desfachatez tanta luz a su paso, que destella sin ella saberlo, aferrada siempre a su arma, su cámara, y su salvavidas, una botella de cocaloca que le ayudaba a mantenerse en pie. Puse cara así, a la culpable, bendita culpable, de mi furor por Johannsson.
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Escuchamos a David González recitar animosa y enfurecidamente, que siempre escribe desde el dolor más profundo. Puede que no llegue nunca leer esto, pero es lo mismo, él ya lo sabe, me acerqué al día siguiente para decirle que me había arrancado la lágrima que ardía en el precipicio de mis ojos. No recuerdo con qué poema lloré al fin, supongo que ese, ese poema y no otro fue tan sólo el detonante de estar escuchando su dolor y sus versos minutos antes. Literalmente me eché a llorar mientras lavaba con disimulo y casi arrepentida ese llanto infantil en forma de agua viva bajo mis pestañas. Ahora me pregunto por qué diantres nos enseñan desde pequeños que llorar es infantil, para mí es un lenguaje, un lenguaje necesario.
G. (quise decir Gracia Iglesias) fue recogiendo algunos poemas ya devencijados de David. Por supuesto a mí me interesaron, así que me ofreció su chistera y los desdoblé y volví a doblar juntando sus versos ancianos junto a otros más ancianos aún, perviviendo entre las páginas del libro recién comprado de Panero. Aquí os transcribo uno de David.
NADIE CON ESE NOMBRE
Este es mi hijo,
le decías a las camareras
de los chigres en los que parabas.
Este es mi hijo,
le decías a tus amigos y conocidos,
este es mi hijo,
y en algunas ocasiones añadías:
bueno, hijo mío no sé si lo es;
lo único que os puedo decir seguro
es que nació en casa.
Este es mi hijo.
Estabas orgulloso de mí,
ahjora lo sé, muy orgulloso,
pero nunca pronunciaste mi nombre de pila,
padre,
nunca lo pronunciaste.
Me llamo David.
David González.
Y por último, vimos al poeta maldito de los novísimos, Leopoldo María Panero, que me arrancó de todo menos risas.
Hoy ha sido un lunes lleno de recuerdos. El último día S. sacó su foto número 400.
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*Las fotos por supuesto son todas de S. que además de cartógrafa cuando viaja, es fotógrafa (bueno excepto la del dios Ganesh y los libros).
5 comentarios:
bueno
¡Qué de recuerdos!
habría dado un brazo por estar en sevilla esa semana, pero londres es amante celosa y pasajera.
espero conocerte en persona el año que viene, n., de veras.
Hola, Nuria, soy David. Te agradezco tus palabras cantidad y espero tener ocasión de hacer que en otra lectura esas lágrimas sean de risa y no de dolor. Y sobre todo me alegro mucho de que lo pasaras tan bien en Sevilla. Es una ciudad mágica y el barrio de Santa Cruz me parece maravilloso. Como el hecho de lo bien que encajan la catedral con la giralda, tal y como deberían encajar cristianos y musulmanes, aunque por desgracias no sea el caso. En fin, me enrollo, que sepas que aquí tienes un amigo y que si te animas a venirte por Gijón, con mucho gusto haré de guía para ti. Abrazo enorme, niña.
Bonita, perdona la desaparición (ya sabes...), estoy sin saldo en el móvil y bastante incomunicada.
Te escribo un mail pronto.
Un beso enorme y espero que el ordenador resucite!
*
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