martes, 3 de noviembre de 2009

La inquilina sin alas

Dos poemas han sido elegidos, no sé si al azar, para incluirse en una antología de poetas del Libertad 8. Se presenta el libro este día 14 de noviembre en el café Libertad8. Ambos pertenecen al libro El campo de tus sueños rojos y a pesar de ser antiguos y rojos como mis manos, cada uno de ellos encierra una historia intensa detrás, tan intensa que aún hoy puedo recuperarla.

La mirada extraviada está dedicado desde siempre y aún perdura esa dedicatoria, a una mujer. Una mujer loca sin alas que imaginó que las tenía en su último vuelo. Yo la conocía someramente. Coindidía con ella en una cafétería hace millones de años. Ella vivía en un edificio muy alto justo al lado. No recuerdo la altura en la que vivía, no quiero recordar esa altura. En ese café, ella tomaba un té cuando le dejaban salir del psiquiátrico. Silenciosamente. Hablaba conmigo, o mejor dicho, yo con ella. Silenciosamente. Nunca fue una conversación que a sus ojos trascendiera, pero a mis jóvenes ojos por aquel entonces se grababan como llamaradas. Sus palabras me sonaban como un mazazo, como si una descarga eléctrica atravesara de arriba a abajo mi espina. Nunca pude dejar de mirarla. Se llamaba Inmaculada, jamás olvidaré ese nombre. Recuerdo su rostro y el modo de tomar el té. Su manera de sentarse, erguida, como si un susto le atravesara continuamente la boca. Sus movimientos lentos. Pero con una decisión en la mirada que a veces asustaba. Recuerdo también su pelo recortado, su alargadas facciones, su dureza, su decisión y a la vez su mirada perdida, extraviada, huérfana.
Tras casi dos meses con una mente que cada vez más le iba minando el corazón, una mañana, estando yo en la cafetería, sola, me dijeron: ¿¿No sabes qué ocurrió ayer?? Es Inma. Se ha tirado por la ventana. De repente mi mirada, también extraviada, huyó a la calle para comprobar el lugar exacto de su caída, el porqué de su "sin más", la no despedida, la decisión. Mi mirada huyó a ese pequeño reducto de jardín, perfectamente cerrado, siniestramente acogedor, que acogió aquel enjuto cuerpo pero lleno de ideas rotas. Poco después alcé la mirada hacia arriba, hacia la altura de su casa. Y descubrí después de mucho tiempo a qué altura vivía su mirada.

Descolgada, por detrás de sus ojos
hallábase la locura


LA mirada extraviada de los tardos pájaros
Húmedos todos de locura
Que aguardando solícitos plumas maternas
Permanecen ausentes, solos y locos
Bienaventurados los seres alados sin alas
La mirada extraviada de los santos locos
A los que la vida se les escapa por las muñecas
Cavan hoy la estéril tierra
Para extraer esa extranjera azul y opaca
Tapizarle de cuchillos y clavarle mil agujas
En el blanco muro de su pupila
La mirada extraviada de los muertos por agua
Suicidas todos
Con esa inquilina loca atada a sus talones
Son arrastrados al fondo
Les llamaban locos
La mirada extraviada de los ausentes
Que escrutando el mundo con torcidos ojos
Sobrellevan mal sus muertes
La mirada extraviada de los tardos pájaros
Que haciendo nidos en mi nuca
Empuñan en sus picos huesos de muerto
Y una locura
Mientras alarmados
Ansían como locos el ala cóncava
Bienaventurados los ausentes de alas y cordura

Me pregunto quién es el loco aquí, si la mirada de Inma, libre y decidida o la mía, que aún hoy anda encerrada en esa espiral, su espiral.

El poema La voz humana lo despertó el compositor Arvo Pärt.

1 comentario:

Anónimo dijo...

supongo que en la locura nos andamos buscando y a veces encontrando, querida amiga

un beso desde la séptima, y enhorabuena por lo de la antología del libertad