miércoles, 12 de agosto de 2009

Un Tito a medias

Si Tito Andrónico hubiera tenido seis actos, William Shakespeare hubiera arremetido contra los espectadores de las primeras filas, y los habría matado con certeros tormentos atroces. Efectivamente, excepto Lucio, no queda vivo en escena ni un solo personaje. Antes de que se alce el telón del primer acto ya han muerto veintidós hijos de Tito. Y a partir de aquí, la sangre corre sin tregua, hasta la matanza general del quinto acto. En esta tragedia hay treinta y cinco cadáveres, sin contar a los soldados, los siervos y los personajes secundarios. Al menos diez grandes asesinatos son cometidos frente a los espectadores. Añadid la violación, el canibalismo y la tortura y la novela negra americana parecerá una inofensiva historia idílica comparada a este drama clásico del Renacimiento. Palabras del crítico Jan Kott en su estudio Shakespeare nuestro contemporáneo, (Varsovia, 1961)...

Pienso que sí, que estoy de acuerdo con esta premisa, pero también pienso que estas palabras hacen clara referencia a la obra de Shakespeare. Pienso también que esto es lo que puede ocurrir en toda propuesta arriesgada: El dicho popular de Arde Roma no se cumplió ayer. No hubo fuegos fatuos, si acaso algún destello. Es cierto que debe de ser muy complicado aceptar un encargo de Shakespeare, y sobrevivir al intento, y más aún aceptar este trato con las más jóvenes manos de un Shakespeare brutalmente enérgico que plantea una guerra sangrienta de familias. El lado más grotesco y oscuro del ser humano. Sin duda, una de sus tragedias más macabras. Ayer estuve viendo Tito Andrónico, un montaje que finalmente no consiguió esa perfección que aún no sé por qué, es concebida redonda en nuestro cerebro, como redonda era la mesa de la escenografía. Un escenario circular que giraba cada vez a más revoluciones a medida que la misma revolución iba poseyendo las almas humanas. Esa misma mesa que apuntaba con invisibles flechas el destino fatal de cada uno de sus comensales. Una tabla redonda como aquella otra legendaria donde se reunían caballeros y espadas para buscar el Grial, aunque en este caso una pena que el Grial permaneciera oculto sorteando el aire exterior.
He leído que esta adaptación prometía litros de sangre y violencia y en fin, exceptuando la actuación de algunos actores contados confieso que esperaban más mis ávidos ojos. No hablo de litros de sangre cubriendo aquel suelo escénico, ni de miembros amputados desparramados allí mismo... Otro tipo de planteamientos algo desajustados, desajustaron mi cerebro y apagaron el fuego escénico que por otro lado, no llegó a encenderse. ¿Zombi? ¿Ebrio? ¿Realmente anciano? ¿Enfermo? ¿O clérigo practicante? Todos partimos de la base de la vetusta edad de Tito, no sólo por su caracterización. Gratuito por ello tanto empeño del personaje en hacer ver al público su vejez extrema una y otra vez. ¿Porqué tanto derroche en hacernos entender esto? Estamos hablando de teatro y de igual forma que no hubo sangre física ni manos reales amputadas ni lenguas cercenadas, de esa misma manera Tito debió dirigir su energía en un campo más interpretativo, no consintiendo dejarse encerrar en ese tono único y quejumbroso que le hacía pensar a una en una línea recta que informa de encefalograma plano, muerte cerebral. En más de una ocasión comenté a S. que el tono de su voz parecía a veces sacado de una orden sacerdotal.
Posteriormente la propuesta de Lima creció con creces "valga la redundancia" en el banquete final. Esta segunda parte dinamizó y despertó ligeramente los sentidos de espectadores como yo. Me quedo con ese ciclón sobrevolando aquella redonda tabla ensangrentada. Me quedo en sus destellos...

A pesar de todo, disfruté en general de la obra. Me gustó, contradictoriamente a lo expuesto. Su escenografía sencilla y giratoria que hacía recordar cómo pueden girar los dos lados de la vida: interpretaciones redondas como el personaje del traidor Moro (Fernando Cayo ), el magnetismo del propio Saturnino el múltiple, que con su aparición a veces neroniana y a veces circense consiguió dar un toque grotesto al fantástico texto, y por supuesto la potente fuerza de la vengativa y no por ello dolorida goda Tamora (Nathalie Poza, que me refrescó la fuerza de también shakesperiana Blanca Portillo poniendo sangre a Hamlet)... el antropófago banquete final... todo ello fue al final como el bálsamo de aceite que se monta al agua líquida y que con tanta facilidad se escapa de la memoria. Consentiré que el aceite flote en mi memoria.


Gracias a G. y P. por sus regalos-.

1 comentario:

Gracia Iglesias dijo...

Ya sabes que comparto tu opinión. Más que un tono sacerdotal, a mí me parece que Tito Andrónico parecía borracho y noqueado desde su primera aparición. Así no había manera de saber cuándo estaba realmente golpeado por su trájico destino.
Fernando Cayo, en cambio, estuvo sobresaliente como Aarón el Negro y Nathalie Poza también consiguió meterse a la perfección en el papel de Tamora. También me gustó el grotesco y desconcertante multipersonaje encarnado por Tomás Pozzi.
Lo mejor: verla con vosotras y con P.