lunes, 20 de julio de 2009

La profesora de literatura

Ésta soy yo de pequeñita. Hoy me he encontrado estas fotos casi olvidadas en el ordenador y me parece increíble que dentro de un mes cumpla 40 años. El caso es que ahora, al mirarlas, me vienen a la memoria las clases de lenguaje cuando yo era esa niña aún años más tarde. Las odiaba. Las detestaba porque la profesora, cuando me sacaba al encerado a leer una redacción, me obligaba a colocarme de pie delante de ella, y ella era gigante. Justo detrás de mi enjuto cuerpo, sus ojos, implacables, persiguiendo bien despiertos cualquier palabra mal leída por mí o sencillamente comida por la prisa que a veces nos mete el miedo. Y luego sus manos, atrevidas, enormes, inabarcables, colocándome una diminuta pero endurecida horquilla oxidada en el poco flequillo terso que se suicidaba desde mi frente y me escondía los ojos ridiculizándome con el gesto delante de la clase. Yo detestaba hacer redacciones por varias razones. Teníamos que hablar de nosotros mismos, de si nuestros juegos eran colectivos (eran raros los juegos individuales como leer o escuchar música en soledad, teníamos que expandirnos, que relacionarnos). En fin, que yo detestaba sobre todo tener que salir no mucho más tarde al encerado y destapar mis juegos porque eran demasiado individuales. Y todo ello subida en una tarima inalcanzable y leerlas a esa altura vertiginosa con una mezcla extraña en la sangre de miedo y vergüenza y pudor. La profesora se llamaba Higinia. ¡Qué nombre más extraño y a la vez qué intenso! eso sí, adoraba a mi hermana pequeña, M. porque sí, ella era de niña sencillamente adorable, era muy buena estudiante, obediente y recatada, equilibrada. Higinia no era mala persona si era capaz de adorar a algo o alguien. Tampoco era mala profesora, probablemente aquel gesto de su mano apartando con ironía y burla mi flequillo delante de aquella clase, probablemente aquel gesto obsceno y atrevido a mis ojos no era tan importante como yo lo imaginaba en mi cabeza aún de arcilla. O puede que sí, que fuera una mala persona que se regodeaba de ridiculizar a una niña de tan sólo diez años. Recuerdo hoy todo esto al ver esta foto. En fin, que a pesar de esa aberracción y ese miedo a hacer redacciones, recuerdo todo esto con cariño porque ¿quién me hubiera dicho a mí que hacer redacciones o escribir y escribir sin descanso se iba a convertir en el juego más importante de mi vida. En cualquier caso, mando un saludo cibernético a Higinia. Hoy me alegro más que nunca haberla tenido como profesora. Porque sin el lenguaje y la literatura sencillamente me sentiría talada. Porque antaño me avergonzaba y me intimidaba hablar fugazmente de mí misma y hoy no caigo en ese reparo pasado y soy clara como una página en blanco aunque a veces me desclare. Quizá fue ella la que despertó ese hormigueo que quemaba mis manos temblorosas. Quizá consideró en su imaginación que yo "apuntaba maneras" y con esa dureza particular tan suya, y tan antigua ya, clavó sus venenosos incisivos de serpiente en las venas de mis muñecas yertas... Quizá sí, quizá no. Quizá mi yo más inconsciente soñaba de pequeña con escribir y hacer redacciones y leerlas en alto y dejar caer mi cabello o apartarlo pero con mi mano, sólo con mi mano.

La primera tarea del poeta es desanclar en nosotros una materia que quiere soñar.
Gaston Bachelard

3 comentarios:

Gracia Iglesias dijo...

Estos de acuerdo con Lamari, las fotos son preciosas y tú estás preciosa en las fotos. Posiblemente en ese gesto de Higinia de apartarte el cabello de la cara no había ni ironía ni burla, sino sólo el cariño de una profesora que quiere sacar lo mejor de la niña tímida, hacer que mire de frente al mundo y que el mundo pueda contemplar también sus preciosos ojos de futura poeta.

tournesols dijo...

tengo demasiadas cosas que contarte y que preguntarte y nada de tiempo para hacerlo. tendré que hacer algo con este silencio, preciosa niña con mirada de mujer*

tournesols dijo...

(n!! espero tu llamada, ay!)