Sigo yendo a rehabilitación una hora todos los días. A eso le sumo media hora de ida que me da para pensar y media hora de vuelta que no me da para volver a pensar, sencillamente me da para pensar de nuevo. Para crear nuevos pensamientos. Desde otra mirada. Desde otra perspectiva. Debo ir otros quince días. Quince viajes de ida y otros tantos de vuelta. Espero ir creando ideas que maten las más antiguas. Si no mejoro harán una resonancia a esa parte de mi cuerpo.
Hoy he visto en ese pequeño campo donde desembocan los soldados más fuertes y también los más débiles, allá donde llegan con sus miembros amputados tras batallar a veces con el peor enemigo, la vida, dos caracteres totalmente diferentes. El primer soldado, joven, tiene una lesión supongo que importante, porque todas lo son, pero intuyo que medianamente superable, como la mía, vuelvo a suponer, es decir, mejorable, muy mejorable y a la que uno sobrevive sin ninguna dificultad. Ese primer soldado tiene el cerebro flaco y un carácter tan negativo que toda cura se alarga. Me recordó a mí en cierto sentido, sobre en estos días raros que me sitian. El segundo soldado, joven también, casi muerto de tristeza en ese campo de batalla, es un chico negro, guapo como un dios griego (quizá algo más oscuro) y alto como la misma noche. Cuida mucho su imagen y cubre al mundo con su sonrisa. Su carácter es positivo y su sonrisa blanca choca con su negra y tersa piel. Es risueño, y cuando me mira me lanza libélulas aladas. Siempre enseñando esa dentadura perfecta. Este soldado sobrevivió a un accidente con su moto. La rueda de un coche grabó el dibujo de su llanta en la tersura de su mano partiendo en cien pedazos los cinco tendones que sujetan su mano derecha. Le operaron hace tan sólo cinco semanas. Y en una semana puede que ya le den el alta, por lo menos, en el trabajo. Os preguntaréis a qué se dedica este gran tipo. Es saxofonista. Saxofonista de jazz. ¿Os dais cuenta? Saxofonista. Cuando me lo dijeron, la luz entró de golpe en mis ojos. Una luz blanca como la verdad más plena. Como el que ha descubierto una gran verdad. Y en el mismo momento en que supe que su mano le era tan indispensable para esa discipina musical, le admiré profundamente. Profundamente. Sus manos son preciosas. Incluso la más herida, aquella a la que le trepa un esbelto bulto haciendo de su mano una desmano, incluso ésa, la más fea por accidente, es de las dos la más hermosa. Así que de golpe siento que este hombre se ha convertido en mi maestro. En mi pequeña fe, en mi todo. Su sonrisa me llena durante esa hora en la que rehabilito mi hombro. Sin prisa. Y su manera de mirar la vida, de ser mirado por ella me atrapa dentro de esa sala dulcemente, muy dulcemente. Es el más hablador de la sala y siempre hay palabras positivas que se escapan desde los barrotes de sus dientes hasta alcanzar el aire del resto que allí acampa... Quiero dedicarle estas letras abiertas a mi saxofonista particular. Aunque él nunca jamás lo sepa. ¿Qué más da eso?
Mi lesión es leve. Muy leve. Las hacemos grandes en nuestras ilimitadas cabezas. Hoy lo he visto con mis propios ojos. Intentaré darle la dimensión real que tiene. No más. Esta tarde me corté el pelo, mucho más de lo normal. Ahora sólo espero que se oxigene más mi cerebro y pueda seguir viendo estas cosas curiosas que tiene la vida y pone delante de nuestros ojos.
6 comentarios:
Muy hermoso tu texto. Conozco un c
aso real, muy similar .
Te felicito.
Saludos
Una gran historia para reflexionar.
Me alegra que hayas recuperado a Arvo Part. Esta música me gusta especialmente.
Espero que con todo tu supraespinoso empiece a entrar en razón y te de un respiro. ¡Ánimo! Tendremos que fijarnos en los saxofonistas que nos encontramos por el mundo. Gracias por compartirlo, como siempre.
¿Ya no visitas mi vals?
Ahora que me doy cuenta ¡has puesto un reproductor como el mío! me encanta que tu rascacielos tenga más música y, como siempre, preciosa.
Hola Nuria, a mi tambien me toca visitar la sala de espera, esta vez el atropellado fue mi cerebro, ya sabes, y lo están cuidando,¡eso dicen!, el mecánico se hace llamar "neurologo", vaya palabreja. Parece que el ruido del motor es más suave,y ya no rascan tanto las marchas, "despues del choque tremendo que tuvo", y es verdad que se tienen muchas horas para pensar, pero todo sucede en un "Totum revolutum", y la luz se tiene que ir haciendo poco a poco. NO creas que no os echo de menos, pero me repiten que debo ir poco a poco, para "volver a ponerme en mi esquina a tocar de nuevo, como el negrito del saxo. Un abrazo, y recuerdos a S.
Gracias por hacer belleza de lo cotidiano.
Y po el Gadeaumus Café
Ciro
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