viernes, 18 de mayo de 2007

Al revés

La tierra echa flores pero nosotros la pisamos, desterrándonos.
Hay días aparentemente anodinos que una sabe que son especiales. Días en los que en un autobús, de pronto, surge la vida en una explosión, pero también surge el temor a su posible acabamiento. Hay días en los que algo se incrusta en las paredes del estómago de alguien a quien miras y nos llama a la puerta de la lucidez. Recorren entonces los pasillos de la mente los millones de segundos que pasas junto a aquella persona en un único viaje, sencillamente viajando, sencillamente mirando, y en ese mismo acto ir respirando dejándose viajar.
Cuando subo a un autobús (urbano, claro está), suelo sentarme justo al revés, que es precisamente la postura ideal para vivir la vida, al revés. Sólo así lo comprendemos todo. Sólo así podemos vernos en los ojos del viajante que dormita enfrente. En esa postura, el paisaje se disfruta bien distinto, es decir, al revés, como si fuera una tira de diapositivas que abarcara nuestra vida desde la madurez hasta la niñez y nos la retrasmitieran a gran velocidad. Hay personas que cuando van en autobús buscan con avidez los asientos que van a favor del viaje, a favor de su punto exterior de referencia, es decir, a favor del viento, del camino, ya que lo contrario les perturba. Yo, sencillamente, me siento al revés. Hay personas que leen con avidez enciclopedias de páginas infames, deseando que el viaje se prolongue casi hasta el infinito, mientras la tierra va haciéndoles camino. Otras en cambio, dejan caer sus párpados pesados como juicios, se secan sin labios, se duermen sin sueño y se piensan sin sangre, a modo de Benedetti... Y hay tantas, tantas personas como yo, que sencillamente observan a aquéllas otras..., al revés, con el afán de que el viaje se nos adelgace para que la tierra nos vaya echando asfalto. Hoy he observado a una mujer mayor que estaba sentada frente a mí, (ella a favor del viaje, yo al revés) y pensaba: -Fíjate, así seré yo cuando el tiempo me anciane (excepto en su manera de sentarse, esto es, mi punto exterior de referencia, claro, al revés)... Fue como mirarme en un espejo, como perder el vicio de pensar en nosotros mismos pero con más tierra a la espalda. Ahora creo que es esa misma tierra la que nos pisa, desterrándonos de una vida que debería haber estado planteada al revés… es la única manera de mirarnos a través de sus ojos ajenos y nuevos. Descubrí que si viajas en un autobús, al revés, y cierras los ojos, pierdes el punto exterior de referencia, por lo que bien podrías sentir estar sentada a favor del viento. Entonces pensé que las personas deberíamos mirarnos con los ojos que hay dentro de los ojos. Los ojos primeros que se abren si los otros se cierran, aquellos cansados expuestos siempre a la intemperie. Pensé que también deberíamos tocarnos con el tacto que hay justo debajo de los dedos primeros, aquellos desgastados que tanto se ven y tanto tocan. Acortar distancias oyéndonos sin palabras, compartiendo los lenguajes, desde la voz pura que hay debajo de la voz diaria y rota. La voz limpia que no se escucha, la que puede decir incluso lo que no hay que decir, pero sin palabras, ya que lo que nunca se dice está enterrado dentro de nosotros. Imagino que uno siente algo parecido a la libertad cuando consigue ver todo lo que hay debajo… y si lo piensan, parece la única manera de vivir, al revés.

1 comentario:

Anaís Barrios Flores dijo...

Es hermoso encontrar en lo cotidiano una brecha hacia uno mismo, un espacio abierto que te invita a sentir y ver todo lo que hay debajo...

Acá(Venezuela)la mayoría de los autobuses no tienen la opción para sentarse al revés, aún así son una caja mágica que encierra historias y trozos de la vida misma. Estoy escribiendo una serie de textos relacionado con autobuses espero compartirlos luego contigo :)