ayer, de camino al auditorio del reina sofía -íbamos a ver un concierto que incluía el cuarteto 10 de shostakovich- subimos al metro. una vez en ese espacio que a mis ojos siempre será un país inédito, un hombre alto peinado con la propia suciedad de haber pasado noches enteras en la calle o bajo el techo de una celda, alzó la voz para despertar los mundos interiores de cada uno de nosotros-viajeros. nos contaba en alto una intimidad que parecía que caminaba hacia atrás. relataba que acababa de salir de la cárcel y que era su primera noche lanzado al mundo. bajo otro techo. otro cielo. que necesitaba algo de dinero y que le costaba mucho tener que hacer algo así para cubrir su cuerpo bajo un techo más cálido que el cielo estrellado de estos días o el dibujo o grafiti del techo de su celda. en su particular viaje por los asientos de todos nosotros, la chica que teníamos enfrente le dio una bolsa con dos manzanas. ambas tintineaban al rozarse en aquel viaje dador cuando el ex presidiario las cogió con cierta ofensa. a mí ese gesto de la chica me pareció precioso. me ensimismé pensando en el gesto de aquella mujer, que seguro que no había tenido tiempo en su trabajo para mordisquear ese par de manzanas frescas, y que decidió ofrecer a estas dos hermanas al hambre del hombre, antes de dejar que se pudrieran y murieran sin dueño ni dueña en aquel país cálido y sureño de su bolso. s. y yo nos miramos y entendí que también el gesto le emocionó. pero s. tiene una relación con la realidad mucho más "real" que yo. así que cuando salimos del metro dijo en alto: qué pena, seguro que ese hombre tira la fruta que le dio la chica. suelen necesitar dinero para beber y olvidar, para que cualquier droga blanda o dura detenga su vida unos minutos y no pensar en su desgraciada situación.
ya en los pasillos del metro, camino de la salida, s. y yo no teníamos a nadie delante ni a nadie detrás, pero de repente, y tras estas palabras lanzadas al aire, s. escuchó un golpe seco en algún punto no lejano del nuestro pero invisible a nuestros ojos. me miró como afirmando y asentando que su teoría se acababa de cumplir. y con ese gesto de asentimiento que tiene una madre cuando le dice a su hijo algo como ves? te lo dije...., aceleró el paso mientras me miraba y me dejaba detrás. giró hacia el pasillo a la derecha más cercano a nosotras -un poco más adelante del pasillo recto por el que caminábamos-, hundió los ojos en la primera papelera que vio y los alzó más tristes pero nada sorprendidos, cuando la miré sin entender qué buscaba me dijo. ¡qué te dije! ahí tienes la fruta. me decía que el sonido que escuchó fue compacto y seco como si el peso de algo parecido a una manzana hubiera chocado contra un suelo duro. yo buceé con ojos igual de tristes hasta el fondo de aquel mar de desperdicios y allí, emparejadas y solas dormían las dos manzanas ajenas a su futuro incierto. aquellas dos hermanas que iban de la mano, inseparables, de nuevo abandonadas por el padre que recientemente las había adoptado. pensé en el viaje que les esperaba camino del vertedero. pensé que quizá algún otro príncipe o princesa callejera de corta o avanzada edad, podría incluso rescatarlas en ese viaje. pensé en la noche del expresidiario bajo este cielo estrellado. pensé que la realidad a veces aplasta como la mano aplasta un mosquito que le molesta delante de la cara....
nos hundimos en la música de shostakovich. nuestra droga blanda particular para olvidar aquel momento, el abandonado abandonando...
3 comentarios:
Agridulce historia, Nuria pero llena de belleza. Quiero pensar que el viaje de las manzanas no hizo más que empezar. Que momentos después alguna princesa desarrapada las tomó en sus manos y probó el veneno dulce de su carne o tal vez su simiente prendió entre la inmundicia de la papelera y ahora un manzano subterráneo ha visto la luz o hasta puede que algún joven Paris despistado viese en ellas la fruta dorada sobre la que ejercer su Juicio.
En todo caso, las manzanas han germinado en vuestros ojos.
Un abrazo para las dos
sólo puedo decir que enhorabuena por esa perspicacia curtida a fuerza de prejuicio...
¡Anda! ¡Qué bella historia de manzanas!
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