martes, 12 de junio de 2007

Las manos


A veces miro mis manos, e imagino cómo se mueven ligeras a veces sobre un teclado yotras sobre páginas blancas. A veces miro mis manos. Están desnudas pero ellas no se detienen ante mi mirada. Nunca tienen frío a pesar de estar siempre frías. Son descaradas cuando las miro trabajar, es como si no estuvieran ligadas a mi puño y por tanto no les llegara la sangre, supongo que por eso están tan frías, quién sabe. A veces pienso que tienen independencia y plena autonomía. Escriben lo que les place sin pedir permiso a la mente que las rige allá, un poco más arriba. Mis manos rigen mis ideas y debiera de ser al revés. A veces también miro los dedos de mis manos, me llama tanto la atención los dedos de las manos y de los pies, más independientes de todo si cabe... En algunas épocas, me cuesta no morder las uñas de mis manos, supongo que para dejar claro a estas ácratas unidas a mis puños que es mi mente quien las envía ideas, no ellas, elijo una y un incisivo la destroza casi sin darme yo cuenta, pero ellas me devuelven otra mano arrebatadora de dolor. Pero entonces llega ella, y el tiempo es otro. Ya no miro mis manos, miro las suyas sólo cuando se despista y me cuenta apasionada lo que sus manos crearon en el trabajo. Me gusta cómo se mueven, no necesitan palabras. Y aún así, las palabras son un maravilloso apoyo cuando van sonando mientras ellas van moviéndose. Sus manos son recortadas y esstán cubiertas de una piel elástica, que a veces quiebra pero es piel rosada como una flor en equilibrio. Sus manos reposan silenciosas encima de todas las cosas, incluida yo. Y conviven por tanto en contraposición con mis manos, esbozadas, solitarias, como trazos lanzados hacia delante o hacia atrás, descuidadas y rápidas en dirección a un pincel mojado en tinta negra y a veces triste, siempre amenazando con dejarlas al aire...

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