la tormenta en un vaso
Muchos de los poemarios de Nuria Ruiz de Viñaspre, autora de una
amplia y coherente trayectoria, giran en torno a un animal. Si en libros
anteriores contemplaba el mundo y establecía analogías a través de los
peces místicos o de las vacas, ahora son los caballos los que, a modo de
cosmogonía, atraviesan Pensatorium, editado recientemente
por La Garúa. El caballo es nobleza y representa la fuerza en su estado
irracional. Sus versos emergen con las crines al viento y son energía
creadora en estado puro, a la par que imprevisibles. Tan pronto son
caballos que giran sobre sí mismos, como alteran el ritmo; ora relinchan
y se tensa su musculatura, ora se destensan, adoptando ligereza.
Por otro lado, “Pensatorium” es un lugar de recogimiento, donde la poeta
se retira a pensar y hace pensar al lector (No olvidemos que Ruiz de Viñaspre
procede de la estirpe de los poetas filósofos). El eje principal sobre
el que se vertebra el poemario es el lenguaje y la reflexión en torno al
mismo, para acabar llevándonos a lugares “nunca antes pensados”. Otros
ejes son casa-cuerpo-carne-amor, que, como la palabra, juegan a
sustituirse, ocultarse y llenar huecos. Porque la poeta también hila
ausencias, reflexiona sobre la incomunicación que hiere y, al mismo
tiempo, nos alimenta. Sobre el idioma, que no deja de tendernos trampas:
nos transmite el hallazgo del gozo/ pero también lo tóxico. El
lenguaje es la realidad suprema pero a través de él nos es imposible
alcanzar la verdad universal, expresar lo inefable. Todo es susceptible
de cambios, dando resultados irreales, puesto que no dejamos de ser
seres dislocados, desplazados de un centro. Son versos transidos de
nihilismo: nada cabe en nada y nada duele tanto como el reconocerse sin las desoladas alas desaladas.
Estamos ante un pesimismo vital de raíz barroca, como neobarroca es la
poética de la autora, su ingenio y los recursos que utiliza: paradojas,
hiperbaton, adjetivación arcaica o el empleo de la ironía para tomar
distancia y aferrarse al lenguaje como una verdad a la que asirse en
medio del sin-sentido. “Escribir para no morir”, porque en el envés del
lenguaje está su dimensión de ensoñación.
Los poemas metafísicos se alternan con poemas que nacen como un
divertimento y aligeran el tono solemne del libro, como es el caso
algunos poemas amorosos: qué rara intimidad/ volver a besar el quicio/ de tu desquiciada boca o los poemas glosados a partir de una cita o guiño a algunos de sus autores de cabecera: Holan, Cioran, Alejandra Pizarnik, T. S. Elliot, Goethe. Ruiz de Viñaspre
es una maestra de los juegos de palabras, que aparecen de forma
reiterada en sus poemas. Crea neologismos, da vueltas a sus
posibilidades fónicas, sus descargas eléctricas, invoca a Bach para
traernos toda su dimensión musical. Como el propio pensamiento, entra
en espiral, dice contradiciendo. Se sobrevive dentro del caos, la
escritura nos ayuda a reinventar más de una certeza. La palabra comienza
y acaba en el silencio, de ahí la importancia de las elipsis y de la
metapoesía a modo de tratado, a medida que nos adentramos en
Pensatorium.
Como dice la poeta gallega Luz Pichel en el brillante prólogo:
«En el lenguaje y en todas sus opacidades se sobrevive, en el cuerpo, en
el giro, en el gesto, en todo ese no ser de la palabra. Hay una fuerza
ahí que todo lo salva». De ello da grandes muestras Viñaspre en este libro, empleando ese lenguaje corporal del caballo que tensa la cuerda.
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