A diferencia del discurso poético de Jorge Manrique en las Coplas por la muerte de su padre, aquí se trata de “desvivirse”, pero no de desembocar en el mar, sino de remontar el curso de la corriente, yendo no hacia el final sino al principio. Y en lugar de retornar a La Casa del Padre, llegar más lejos, hasta lo que se denomina La Casa de los Abuelos, concebida en este libro como un arado flotando en el mar, y que se identifica con el lugar de la memoria, y por tanto de la poesía. En este libro se potencia el sentido de la soledad, que casi sustituye a la razón como posibilidad de desarrollo pleno de la conciencia, y cuya capacidad genesíaca es capaz de proyectarse y concebir a mucha distancia. Cuanto más cruda sea la realidad, más suave habrá de volverse la palabra que la alude.
María Antonia Ortega
Porque no me he reproducido
multiplicándome,
sino dividiéndome sin fin, sin fin,
en círculos concéntricos hacia dentro.
No he vuelto a la casa del padre,
sino a la de los abuelos,
más lejos todavía.
Quede mi memoria, abuelos,
aunque sea de forma efímera,
entre las ondas del agua
como una corona de flores
o un ramo de novia deshaciéndose,
y no sobre las huellas del barro seco.
No he dado muerte, no he dado vida, no he dado muerte,
no he transmitido la condición mortal;
pero este camino es también tan largo
como el de las generaciones,
y se refleja en algunos rostros
como los padres en los hijos.
Escribo poesía,
escribo poesía
porque he salvado así
la vida de mis hijos.
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