sábado, 27 de diciembre de 2014

la luz que ilumina

haciendo el otro día limpieza en el ordenador* -no es que lo tenga sucio, pero sí afortunadamente lleno- me topé con un texto precioso descolgado hace unos años de las coronillas de los dedos de la siemprequeridaluz, luz pichel. una cartita bella en tiempos de tablas y órbitas. una cartita muy cariñosa sin más pretensión que la sonrisa de más adentro en aquella lectura compartida. aunque a mí, tras leerla de nuevo, me lleve más lejos que al recuerdo de aquella sonrisa-- pues que alguien a quien admiras, poética y humanamente, escriba cartitas como esta sobre lo brutita que es una -poéticamente hablando-, y lo escriba con mano que acaricia, a mí me resulta emocion-ante, así que voy a colgar aquí lo que aquel día se descolgó de sus dedos, por aquello de el orden del mundo, de ser red de red y llevarle el recuerdo como a mí me lo trajeron...

*hacer limpieza en el ordenador es borrar sí, pero también es releer.



  NURIA ES UN POCO BRUTITA

luz pichel


Se comparte lo que nos da vida, y nos olvidamos, por un rato, de todo lo que no sea dejarnos llevar por lo mejor de nosotros,  eso que Nuria llama nuestras partes blandas.



Lo que pasa es que la poesía de Nuria es un poquito bruta. A mí me gusta esa brutalidad de la palabra, una palabra sexuada, apasionada, con pasión de padecer también, de dolor, de dolor hondo. La poesía de Nuria es hueso, huesos, y es hierro, aguja, óxido, cuchillo afiladito. Los hombres y las mujeres aquí no son animales como sería de desear. Los animales tampoco son animales. Todos ellos son reses, como veréis. Cuando carne, son reses. Cuando hueso, son óxido, creo. Pienso sobre todo en dos de sus últimos libros, Tablas de carnicero y Órbita cementerio, dos libros imprescindibles en el momento poético actual.  Su poesía aquí es todo lo contrario de lo dulce o lo amable. No hay edredón, jardincito, no hay azucena, locus amoenus, nada. Si yo fuera todavía profesora de Secundaria, utilizaría versos de Nuria para enseñar que la poesía no tiene que  mencionar la amapola ni la primavera, eso les decía, porque las palabras y los versos mueren mucho, hay que inventarlas de nuevo, reinventarlas siempre, como Nuria. Los diccionarios y los manuales de retórica  son como cementerios.  

Muchos libros de poesía también son como cementerios, están llenos de tumbas, de palabras muertas. La poesía de Nuria no es de nadie, es de Nuria, yo no había leído nunca nada de lo que ella escribe más que las citas, certeras, generosas. Ese necesario descaro, ese ir de frente con el ser humano y con ella misma ya verán como no lo han leído antes en ningún lado. No es tan fácil no parecerse a nadie.


Cuando Nuria escribe, todo lo somete a tensiones que tiran, que amenazan con romper algo, tensión entre vida y destrucción, entre lo pitagórico musical de un Universo que tendría que ser y la basura cósmica en que lo convertimos, nos convertimos, somos. Entre la lucha por denunciar lo que es escoria y la dificultad de encontrar la palabra, la imagen, la forma de la denuncia. Tensión entre hueso y heno, entre hueso y hueco, entre hueso y sexo, entre caballo vivo y ballena muerta, entre músculo tenso y carne de matadero. El ser humano así, automatizado, lobo pero lobo malo, lobo nietzchteano, se deja en el baúl su mejor muda, su instinto, su animal. Y se deja sobre todo, en abandono, a la  camada (el animal lobo bueno no haría eso). Se deja en el baúl de la herencia primera, de lo ancestral y lo raíz,  la mirada del potro, el tacto de la lengua de la vaca, el olfato doméstico del perro. Desanimalizado por la razón, destructivo y destructor racional, expulsa de su engañosa selva  de intereses metálicos al que se mueve aún con alma y memoria de caballo.

Todo ello parece bien desolador, si no fuera porque a pesar de todo está la poesía, redimiendo, en su condena. 

El poema es, como el Universo, música construida con sus propios anillos, y en esa construcción es redentora, nos salva. A través de sus velos, más allá de la crueldad que se dibuja, asoma su propia belleza, la de su rareza bruta, áspera, con tacto de lija en ocasiones (¿cómo pintar, si no, un mundo de óxido en el hierro, de madera gastada) y asoma también la belleza de lo que pudo haber sido otro mundo, de lo que aún puede ser otro mundo, mientras las partes blandas del ser humano, que parecen escatimarse en el texto como en la vida, señalen a la utopía y a la ternura y al deseo de reconstruir cuando, como dice Nuria, es tarde ya para el pesimismo. 


Dice Nuria del ser humano y del espacio que habita, donde pensar equivale a sufrir, palabras muy duras. Dice canibalismo, cementerio de dientes, andrajosas cotas de nuestro pasado, mugre de animales muertos, bestialismo, carne oxidada, fábrica de huesos convexos, desguace, salpicadura de sangre... Somos, resume en su libro Órbita cementerio, "una imposibilidad en un universo imposible". 


Pero aún queda algo, sin embargo, mientras la hebra de un ser humano se encuentre ligada al hilo de otro ser humano. Aún hay una épica posible mientras el amor, mientras a alguien le importe el que menos tiene, y mientras le importe especialmente alguien,  pues (cito textualmente) "homérica tejeré un cinturón de asteroides que ciña mi latido a la química de tu espacio –sólida aleación la nuestra-". Y en otro momento de este libro, asoma explícita esa ternura que el pudor somete a silencio casi siempre. Cuanta fuerza entonces, cuando la ternura abre grieta y pregunta cosas importantes: "¿me recogerás cuando sea aleatoria?"

Les dejo con ella, con su dulzura, con la música de su voz que contradice la dureza de ese mundo en que algunos seguimos verseando a ver si lo caballo nos anilla.

bueno, pues yo les dejo con ella, con esta luz que ilumina - veoigan el video y no podrán salir de él



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