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pensatorium, el nuevo poemario de Nuria Ruiz de Viñaspre
(Logroño, 1969), décimo en su ya larga e intensa trayectoria, parece
empezar su recorrido poético en la figura de ese caballo negro que cae y
se disuelve en la cubierta, los belfos rozando el nombre de la autora y
el no-prólogo de Luz Pichel. Si un pensatorium
habría de conceptuarse, tal como la etimología nos permite, como un
espacio donde o para pensar, un pensadero, esta imagen de equino
descendente que deja tras de sí una madeja de restos deshilachados
parece indicar que quienes se adentren en este recinto poético no será
para asistir a la puesta en escena de un discurso lírico más o menos
entero y completo, al estilo de las fábulas aristotélicas, sino, acaso,
al cataclismo de su disolución.
El poema que abre la primera parte de pensatorium, titulada los caballos del lenguaje, es, en este sentido, una declaración de principios:
El lenguaje
corporal del caballo es el lenguaje corporal del lenguaje corporal del
caballo es el lenguaje corporal del lenguaje […] Ambos son animales de
presa que nacen desde el lenguaje corporal del lenguaje corporal del
caballo […] Y cuya supervivencia depende de la habilidad de percibir
incongruencias como esta.
Sorprendidos por esta declaración que
atrapa los lenguajes corporales del lenguaje y del caballo en el cepo de
una tautología, nuestro ingreso al pensatorium de NRV
empieza por enredarnos en un discurso circular, dibujando, de paso, la
cartografía de su región poética. Dar vueltas a las palabras. Darles la
vuelta a las palabras. Dejarlas piafar, corvetear, amblar, marchar,
encabritarse. Saber que tanto el caballo como el lenguaje –o su figura
de síntesis, el caballo/lenguaje– son animales de presa. Que podemos
darles caza e incluso darles la muerte si no les infundimos el arte de
la des-automatización, la dis-locación, la carambola o el juego… A
partir de aquí, todo lector avisado sabe que en este singular pensadero
habrá vida y habrá juego, puesto que hay lenguaje. O, más precisamente,
que NRV ha hecho del caballo del lenguaje su presa y
está dispuesta a ejercer de amazona y cabalgar a pelo sin que eso
presuponga cumplir con los requisitos de corrección léxica y sintáctica
al uso, sino, por el contrario, cabalgar en libertad. pensatorium es, pues, antes que nada, un ejercicio de liberación de la escritura, una maquinaria diseñada para que el homo/mulier ludens se solacen desembridando el potro del orden simbólico y echando los arreos por la ventana.
Hay en NRV un gesto de
rabia auroral, genesíaca, que amasa la materia lingüística para
insuflarle el soplo de una re-creación. Si todo en nosotros es el fruto
de un logos spermatikos, las razones seminales de los latinos,
es preciso –parece decir la autora– no sólo renovar las semillas del
lenguaje para hacer posible una gramática nueva, emancipadora, sin silla
ni aparejos que la constriñan, sino abarcar en el gesto el barro de la
carne sin cuyo concurso el lenguaje perdería su razón de ser y su única
morada. Recordar, pues, que sin cuerpo no hay lugar donde incardinar la lengua.
Desvelar el lenguaje en su condición circular de lenguaje corporal que
gira sin cesar de la emanación a la inscripción. Precisar que toda
lengua des-encarnada es letra muerta. Que sin el cuerpo del hablante no
habría lengua. Y el verbo se hizo carne y habitó entre nosotros, se dice en el Evangelio de Juan. En su correlato pensatorio el propio sujeto lírico se dirige al libro que está en trance de escribir para decirle: pensatorium / no me engaño / sin el cuerpo de un jamelgo / somos niebla desbrozada de lenguaje. Es
decir, que, al menos a mi entender, el único lenguaje del que podemos
hacer presa ha de ser un lenguaje que remita al cuerpo/caballo en que NRV alcanza a experimentar la lengua como verbo encarnado en quien poner su fe. Apenas hemos transitado por los primeros poemas de pensatorium cuando nos damos cuenta de que asistiremos, por tanto, no sólo a un discurso metalíngüístico –el lenguaje es la realidad suprema– sino también a los fragmentos de un discurso amoroso: me subo en caballos disolventes / que son un lenguaje de amor entre piernas (p. 21). En esta doble latitud, erótica y metapoética, se sostienen las tres secciones que componen el libro.
El “pensadero” que es mi casa (p.
26), tal como la autora apostilla, no es otro que el cuerpo inhabitado
por el lenguaje, postulación que nos acerca tanto a las filosofías del
giro lingüístico como a los hallazgos del psicoanálisis. Cuerpo
eternamente re-inscripto por el grafo del deseo. Cuerpo verbal, sonoro,
cuerpo que escribe, cuerpo que susurra, cuerpo que silabea y se libera
para una logolalia autoconsciente que sabe, perfectamente sabe, que la
morada del heideggeriano ser-para-la-muerte, pero también para-el-amor,
no es otra que el lenguaje: mi cabeza es tu mansión y así la habitas. O: entre la carne del lenguaje y nada / me inclino más hacia la carne [del
lenguaje].Si el cuerpo, amado y amante, hablado y hablante, nos
abandona, circunstancia que parece aquejar al sujeto lírico en su breve
paráfrasis del Cántico espiritual: ¿adónde te marchaste y me dejaste? (p. 21), la voz es “voz muerta”. El pensadero no es más que un “cementerio de palabras”, “nada”:
tu palabra rodará tras el descendimiento / y los cascos chirriarán por
los hipódromos del lenguaje / siendo pista y hielo del nuevo mundo no
dicho (p. 24).
La muerte de la carne en el decaimiento
de la pasión comporta, pues, el suicidio del lenguaje y la muerte,
coextensiva, del amante: he muerto haces dos días cerca del lenguaje. El
poemario eleva su cota lírica y se torna en elegía, en bellísima y
sorprendente elegía, por el cuerpo/lenguaje del amor perdido. Muerte
provisional de un lenguaje metamórfico que se restaura pocas páginas
después: hay algo en ti / –verbo mío– / que se abre a mis caricias. Y, ya en la segunda sección, cámara obscura, en la que escuchamos reverberar ahondándose los motivos que articulan la primera: existo / insisto / persisto / y coexisto en ti / desisto de todo de lo que aquí resta.
¿Qué somos, al fin, y aquí el esbozo de una ontología perfectamente à la page? Únicamente materia significante que acontece en un cuerpo y que únicamente puede sobrevivir si es recogida e interpretada por el verboluz de un/otro lenguaje. Desplegar ese acontecer dia-léctico al que, para seguir a Heidegger, hemos sido arrojados, supone, en buena lógica, dar soporte y expresión a la carne que nos soporta produciendo dis-curso: la gana del sujeto de ser torrente / empujará mi predicado.
La tercera y última sección de pensatorium, antífonas, empuja
el predicado de la autora y lo hace recalar en multitud de motivos en
los que vuelven a reflejarse, como la luna en un río de tiempo sin
retorno, las que son las paredes maestras del pensadero: el lenguaje
como lenguaje encarnado o incardinado, ahora matizado por su condición
evanescente en el seno de la más amplia evanescencia de todo ser en la
caverna del devenir, y la presencia de un Eros en cuyos desplazamientos
podemos ver, cum grano salis, los desplazamientos del signo a
lo largo de los miles de cadenas que lo componen. Sintagmas y
paradigmas, metonimias, metáforas, representámenes e interpretantes,
interpretaciones, derivas… La presencia, torrencial, del sujeto lírico
arrastrando al lenguaje en su caída; dejando atrás, como el caballo
negro que se desploma sobre el nombre de la autora en la cubierta,
filamentos bruscamente interrumpidos por el cierre pragmático del texto o
de la vida.
Habeas corpus, parece decirnos NRV, y ese corpus es un corpus textual incapaz de otro ser que el que descansa en su condición retórica. En la condición retórica de todo lo que existe: escribir escribir escribir escribir para no morir morir morir morir para volver a escribir escribir escribir escribir escribir.
Lenguaje, cuerpo, amor y muerte. Las cartas están echadas. Creo que Nuria Ruiz de Viñaspre
no ha olvidado ninguna de las fundamentales en este lúdico e
inquietante manual de filosofía portátil. Hagan juego, señoras y
señores. Hagan cuerpo de amor. Cuerpo de muerte. Hagan lenguaje. Quiten
el bocado a su caballo íntimo y déjenlo vagar por las majadas, patear la
gramática y recostarse luego en las dulces praderas del sent-ido, como
el ciervo huiste mil gracias derr-amando de ti me van mil gracias
ref-hiriendo… Pero…
Pero blablablá.
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