ecribir es defender la soledad en que se está; es una acción que sólo brota desde un aislamiento efectivo, pero desde un aislamiento comunicable, en que, precisamente, por la lejanía de toda cosa concreta se hace posible un descubrimiento de relaciones entre ellas. pero es una soledad que necesita ser defendida, que es lo mismo que necesitar de justificación. el escritor defiende su soledad, mostrando lo que en ella y únicamente en ella, encuentra.
habiendo un hablar, ¿por qué el escribir? pero lo inmediato, lo que brota de nuestra espontaneidad, es algo de lo que íntegramente no nos hacemos responsables, porque no brota de la totalidad íntegra de nuestra persona; es una reaccion siempre urgente, apremiante. hablamos porque algo nos apremia y el apremio llega de fuera, de una trampa en que las circunstancias pretenden cazarnos, y la palabra nos libra de ella. por la palabra nos hacemos libres, libres del momento, de la circunstancia asediante e instantánea. pero la palabra no nos recoge, ni, por tanto, nos crea y, por el contrario, el mucho uso de ella produce siempre una disgregación; vencemos por la palabra al momento y luego somos vencidos por él, por la sucesión de ellos que van llevándose nuestro ataque sin dejarnos responder. es una continua victoria que, al fin, se transmuta en derrota [...].
*hacia un saber sobre el alma [pag. 35-26 alianza editorial]
cierro con algo que recuerdo de siempre
para conseguir algo antes hay que haberlo soñado (más zambrano que cimbrea)
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