Existe una diferencia entre el hombre loco y yo. Yo no estoy loco.
Salvador Dalí
Hoy decía el Google que es el aniversario de Cervantes y eso, eso es casi lo mismo que decir que cumplió también vida su querido y enigmático Quijote. Ecuánime y enjuto pero firme de convicciones. Y hay tanto de quijote en mí, hay tanto de quijote en todos nosotros... sí, creo que todos llevamos algo de este amado ilustre que se empeña en encauzar la sinrazón con más sinrazones. Hasta Sancho más que nadie lleva mucho de Quijote en las venas. Quijote. El utópico. El que lucha contra molinos de viento porque ha visto en ellos los monstruos en los que se han convertido hoy en día: el símbolo del egoísmo, los que acosan, las guerras, el hambre... el que va siempre en busca de otro mundo mejor, más idílico.
En mí confluye el loco y soñador Quijote, el que no pisa la tierra pues siempre va sobre su Rocinante, el que vive y se salva de sus caídas gracias a sus ideales quijotescos. El que exagera sus sentimientos. El hiperbólico riguroso. El exabrupto. El de las dimensiones hinchadas. El que se ajusta no al "es" sino al "debe ser". El agónico. El que acepta honroso en el campo del amor y de la guerra cualquier batalla perdida aunque a veces se retire a tiempo. El de los amorosos pájaros nacidos en la cabeza. El de la lanza en alza. El trágico. El de la Dulcinea imaginaria. El de la herida inexistente pero que sangra a todas horas. El enamorado sin pausa. El ideólogo sin agua. El que cortaría el viento con el filo de su espada si éste hiriera su particular paisaje. El cuerpo dolorido. El que nunca soñaba ni deliraba porque realmente veía cosas reales a sus ojos pero imposibles en otros ojos. El cuerpo.
Su vínculo con la realidad era Sancho, la sensatez... Y camina tan de cerca con este soñador que llevamos dentro... Va siempre de nuestra mano, en la otra es cierto que llevamos a nuestro amado y necesario Sancho que tanto equilibria por su cordura. El práctico escudero. El visionario en vida. El que detiene la locura. El que detiene la sangre de la herida que existe porque se ve. El que impone la cordura con un peso tal que es innegable. Su antítesis. El que da vida finalmente porque sin él todo ideal moriría. La cabeza de aquel cuerpo dolorido. El que te enseña la verdad pleno de didáctica para que no sufras más de lo necesario. El que te llama apasionado y te droga de razón para que no te ahogues apasionado en una pasión imaginaria. El que complementa. La cabeza. Qué paradoja que cada unos de nosotros camine un poco con ambos, cuerpo dolorido y cabeza. Mi Sancho querido tiene un nombre y también comienza por S. y eso que dentro de él hay también mucho del quijote que hay en mí. Los dos somos andantes que vamos caminando la vida. Sin mi Sancho-Quijote, mi Quijote habría muerto hace ya mucho tiempo en alguna locura abstracta. Probablemente esto nos ocurra a todos, el orden no importa Quijotes-Sanchos o Sanchos-Quijotes, los unos sin los otros moriríamos igual que moriríamos de sed si fuéramos irremediablemente Quijotes-Quijotes o Sanchos-Sanchos. ¡Qué locura-locura! Todo esto no descarta que puedan convivir en armonía apasionada Quijotes con Quijotes o Sanchos con otros Sanchos.
De él me quedo que siempre se retiraba a tiempo No huye el que se retira; por que has de saber, amigo Sancho, que me he retirado, no huido, y en esto he imitado a muchos valientes que se han guardado para tiempos mejores, y de esto están las historias llenas
Quijotes. En cualquier caso, es una palabra hermosísima.
* dibujo. Dalí. Don Quijote (de la serie D. Quijote de la Mancha)
lunes, 29 de septiembre de 2008
domingo, 28 de septiembre de 2008
La serpiente azul
Un poema de Margaret Atwood
La serpiente se ovilla en tu cabeza
hacia el templo que se levanta en una colina
y no es muy visitado ahora
Piedras caídas cubren el adoquinado
donde la serpiente azul nada hacia ti,
seca en el aire seco,
azul como una vena o un cardenal que se desvanece.
Te mira desde un lado de su cabeza
como hacen las serpientes. Parpadea.
¿Qué sabe
que necesita decirte?
¿Qué necesita que te digan?
Te sorprendes al oírla hablar.
Tiene la voz de una flauta
cuando la soplas por primera vez,
larga y sin aliento; tiene una voz vieja,
como las estrellas azules, como los no nacidos,
la voz de cosas que comienzan y acaban.
Mientras escuchas, aumentas de peso;
Te pregunta por qué estás aquí,
y no`puedes responder.
Empieza a brillar,
es casi transparente ahora,
puedes ver su espina dorsal
con sus muchos pares de costillas delicadas
desenrollándose como una pluma.
Esto ya ha ido demasiado lejos,
piensas, y te das la vuelta.
No es para lo que has venido.
Detrás de ti la serpiente se disuelve
y fluye hacia la roca.
En la llanura debajo de ti hay un río
sabes que debes seguir el camino a casa.
La serpiente se ovilla en tu cabeza
hacia el templo que se levanta en una colina
y no es muy visitado ahora
Piedras caídas cubren el adoquinado
donde la serpiente azul nada hacia ti,
seca en el aire seco,
azul como una vena o un cardenal que se desvanece.
Te mira desde un lado de su cabeza
como hacen las serpientes. Parpadea.
¿Qué sabe
que necesita decirte?
¿Qué necesita que te digan?
Te sorprendes al oírla hablar.
Tiene la voz de una flauta
cuando la soplas por primera vez,
larga y sin aliento; tiene una voz vieja,
como las estrellas azules, como los no nacidos,
la voz de cosas que comienzan y acaban.
Mientras escuchas, aumentas de peso;
Te pregunta por qué estás aquí,
y no`puedes responder.
Empieza a brillar,
es casi transparente ahora,
puedes ver su espina dorsal
con sus muchos pares de costillas delicadas
desenrollándose como una pluma.
Esto ya ha ido demasiado lejos,
piensas, y te das la vuelta.
No es para lo que has venido.
Detrás de ti la serpiente se disuelve
y fluye hacia la roca.
En la llanura debajo de ti hay un río
sabes que debes seguir el camino a casa.
domingo, 21 de septiembre de 2008
Lluvia de gatos
Soy vulgar como los hierbajos de aquí fuera. Llueve torrencialmente y como a todo ser vulgar en tanta agua le llueve la melancolía. S. está trabajando y se ha llevado toda la luz. Ahora, la casa está oscura casi negra pero el verde se intensifica. Un azote de agua entra en mis oídos. A veces es un sonido dulce, otras un sonido metálico, el agua sobre los coches quietos, supongo. Quiero dejar la ventana abierta para que entre bien la música a pesar de saber que después se disfrazará mi cuerpo de melancolía. La escucho y pienso que ahora que estoy sin la sensatez de S., sin su raciocinio, saldría de casa con lo puesto a dejarme invadir por tanta agua. Quizá sólo para que me llame insensata cuando llegue y me descubra con tanta agua. Pisaría los charcos donde las gotas de agua que caen forman perfectos círculos concéntricos, cerrados. Entrar en esos cículos. El sonido de las ruedas de un coche, igual de concéntricas, cae ahora sobre la riada en la que se ha convertido el asfalto. Qué particular sonido. Es alargado, chirriante, deslizante, un despegue, hasta que el agua arrebatada salpica las aceras. Las hojas entonces, flotan muertas y ocres sujetadas por ese agua. Cuerpos que no pueden ver el fondo.
Un gato anciano pero urbano se sienta quieto frente al jardín. Está bajo las patas de la mesa en la que se ha convertido mi cuerpo para él. Su guarida. Las plantas de fuera, ya mojadas le devuelven la imagen de otro gato salvajemente huérfano, negro como el día pero bien alimentado por todos nosotros. Observa el uno en el otro su particular paisaje y lo desea. El de dentro desearía estar fuera para sentir lo nuevo del agua sobre su pelaje, El de fuera quisiera estar dentro para guarecer su ya curtido cuerpo y que se sequen de una vez por todas sus heridas. A mi gato le asusta tanto como le gusta la lluvia. No puede apartar la mirada de esas gotas en movimiento pero a la vez recula como el que recula ante un peligro inminente. Qué precavidos son los gatos y qué sobrevivientes. Qué poliédricos. Deberíamos aprender de ellos lo uno y lo otro.
Esta noche nos ha despertado un castillo. Qué bonito nombre para definir unos fuegos artificiales. Parecían interminables, infranqueables castillos sin príncipes ni princesas. Sólo el fuego. S. se levantó algo asustada y abrió el ventanal que da al jardín. Un olor a pólvora invadió la casa. Pero a pesar del fuego, hoy llueve torrencialmente y la casa se ha oscurecido.
Un gato anciano pero urbano se sienta quieto frente al jardín. Está bajo las patas de la mesa en la que se ha convertido mi cuerpo para él. Su guarida. Las plantas de fuera, ya mojadas le devuelven la imagen de otro gato salvajemente huérfano, negro como el día pero bien alimentado por todos nosotros. Observa el uno en el otro su particular paisaje y lo desea. El de dentro desearía estar fuera para sentir lo nuevo del agua sobre su pelaje, El de fuera quisiera estar dentro para guarecer su ya curtido cuerpo y que se sequen de una vez por todas sus heridas. A mi gato le asusta tanto como le gusta la lluvia. No puede apartar la mirada de esas gotas en movimiento pero a la vez recula como el que recula ante un peligro inminente. Qué precavidos son los gatos y qué sobrevivientes. Qué poliédricos. Deberíamos aprender de ellos lo uno y lo otro.
Esta noche nos ha despertado un castillo. Qué bonito nombre para definir unos fuegos artificiales. Parecían interminables, infranqueables castillos sin príncipes ni princesas. Sólo el fuego. S. se levantó algo asustada y abrió el ventanal que da al jardín. Un olor a pólvora invadió la casa. Pero a pesar del fuego, hoy llueve torrencialmente y la casa se ha oscurecido.
viernes, 19 de septiembre de 2008
Nacer para morir
Nunca recuerdo cómo se inicia el poema. Por más que lo intento no recuerdo. ¿Una sola palabra, quizá? ¿Una idea fantástica? ¿Qué elemento de mi cerebro es el disparadero para escribir un sólo poema? Lo confieso. Nunca lo recuerdo. Sólo sé que una vez me determino y me sitúo en el mismo centro de ese primer poema, los siguientes nacidos van saliendo fácilmente, sin traumas, sin tenazas en mis ideas que arranquen esa frase que le sigue a otra. No hay más instrumento que ese primer poema. A veces me quedo quieta unos días, sí, pero no tardan en volver a querer ser nacidos. Más tarde, mucho más tarde, un silencio sepulcral que asusta sitia mi útero más estéril. Estéril fiesta a la que asisto como espectadora hasta el siguiente ciclo. Tres, cuatro, cinco años a lo sumo, periodo donde voy guardando en la memoria absolutamente todo aquello sobre lo que escribiría mientras mis manos, ancianas y cansadas, hibernan. Así que en ese periodo desvío mis dedos hacia otros estados pero siempre, siempre en el mismo país.
Pero a pesar de estas manos cíclicas mías, me siento tan bien cuando deciden nacer en el sentido en el que yo quiero que nazcan…, que sólo quiero seguir y seguir mientras voy presentándolos en sociedad. Y buceo en ello con la misma tenacidad que el que siente que hace la última cosa en vida, porque sé que después, algo después, llega el silencio.
Sí, sí, ya lo sé. Puede que todos ellos tengan una muerte segura, ya que todo lo que nace, muere. Puede por tanto, que estas manos mías, como cíclicas que son les den muerte al darles vida, pero me basta pensar que han nacido y les he consentido ver la cara a la muerte. Nacer, imprescindible infinitivo para poder verle la cara a la Muerte.
* Foto internet.
Pero a pesar de estas manos cíclicas mías, me siento tan bien cuando deciden nacer en el sentido en el que yo quiero que nazcan…, que sólo quiero seguir y seguir mientras voy presentándolos en sociedad. Y buceo en ello con la misma tenacidad que el que siente que hace la última cosa en vida, porque sé que después, algo después, llega el silencio.
Sí, sí, ya lo sé. Puede que todos ellos tengan una muerte segura, ya que todo lo que nace, muere. Puede por tanto, que estas manos mías, como cíclicas que son les den muerte al darles vida, pero me basta pensar que han nacido y les he consentido ver la cara a la muerte. Nacer, imprescindible infinitivo para poder verle la cara a la Muerte.
* Foto internet.
domingo, 14 de septiembre de 2008
Angélica Liddell o lo absurdo que produce Anfaegtelse a Kierkegaard
Ayer fuimos a ver en La Noche en Blanco el último espectáculo de aquélla que nunca nos deja indiferentes, o por lo menos a mí nunca me deja indiferente. Anfaegtelse, de Angélica Liddell.
En cuanto he llegado a casa he buscado sin ojos pero con manos el libro Temor y temblor de Kierkegaard. Tarea muy difícil pues hay muchos en esta gran estantería y colocados arbitrariamente ante una mudanza que hoy ya tiene un mes. En fin, que mis manos, diestras ellas cuando quieren y con un ojo en cada punta del dedo, han encontrado en un minuto este libro. Lo he abierto y he descubierto que está mancillado ya desde antes, perpetuamente subrayado. Tras hojear por encima, de nuevo mis manos no han tardado ni otro minuto en descubrir lo que andaban buscando. Anfaegtelse. Confieso que aún estoy emocionada por la rapidez de mis manos. Y no sólo por su rapidez sino porque justo en esas páginas donde tratan de este concepto estaba ya antiguamente subrayado y reseñado, veo con gusto, que para la posteridad, la posteridad de hoy. Transcribo aquí y de primera mano lo que para Kierkegaard significa este vocablo.
"Kierkegaard llama Anfaegtelse a ese estado en que el hombre se encuentra en el umbral de lo divino; es una especie de horror religioso , de duda o inquietud relilgiosa, de ansiedad o de crisis espiritual ante el misterio de lo absurdo"
Maravillosamente cierto ¿no? Costumbre de filósofos incluso hoy en día, fue dar a ciertas palabras un significado que trascendía el usual. Quiero decir que esta palabra significa etimológicamente inquietud, angustia, tentación, ataque, etc. pero que Kierkegaard aportó muy acertadamente a mi entender, esa interpretación filosófica.
El filósofo sigue admitiendo en el libro, y vuelvo a transcribir, que “cada vez que el individuo, después de haber ingresado en lo general, siente una inclinación a afirmarse como el Particular, cae en una Anfaegtelse de la que únicamente podrá salir si, arrepentido, se abandona como Particular en lo general”. Anfaegtelse en este contexto significa duda o inquietud religiosa. ¡Qué paradoja la fe, pienso para mí.
Supongo que este es el estado de inquietud que Kierkegaard encerró en la palabra Anfaegtelse, insisto, palabra que sin traducción al castellano, logra precisar este estado corporal donde el recurso a la palabra simplemente no está. Su pánico teológico, el de todos nosotros. Tiene razón Kierkegaard cuando sentencia que el dolor puede hacer perder la razón al ser humano... ¡Qué libro éste tan necesario!
“Cuando amamos entramos en guerra, es decir, entramos en Anfaegtelse. Cada uno de nosotros será grande dependiendo de aquel con quien batalló”. Los guerreros antiguos luchaban en silencio, con la espada en una mano y secándose las lágrimas con la otra. Eso les hacía nobles. Lancelot camina, y sólo le vemos la espalda, es la posición más vulnerable, la más propicia para ser vencido” Estas citas de Temor y temblor de Kierkegaard, fueron el disparadero al espectáculo de Angelica Lidell que estalló mis ojos. Para mí una de las figuras más valiosas en el mundo teatral.
Pero a pesar de que Anfaegtelse en danés signifique peligro o angustia, la maravillosamente trasgresora Angélica Liddell sigue defendiendo que Bach en alemán significa río.
ANFAEGTELSE se repite en la pantalla durante esta pieza de vídeo-instalación, angustia en danés nos aclaran, angustia sin recompensa, angustia engañada, angustia sin salvación clama el intenso video en silencio. A Abraham -de nuevo Temor y Temblor, una vez descendido al infierno se le perdona, se le recompensa, no tiene que culminar el sacrificio. ¿Acaso nosotros sí? El sacrificio produciría Anfaegtelse.
Una pieza pequeña pero intensísima proposición la de Angélica. Intensa es la palabra que mejor define a esta mujer. Intensamente cruda. Te descuartiza por dentro. Todo se revuelve en las duras paredes de tu estómago. Los rostros se vuelven extraños ante su mar de carbón. La síntesis de su manera de trabajar vídeo y escena. Síntesis de una moral, la de esta artista, que se cree engañada, tirada, caída, ultrajada, violada de alma y así nos hace sentir a nosotros ante esta sociedad. Su manera de interpretar al mundo cubre todas las esferas religiosas, las sociales, las individuales. Cubre a Kierkegaard. Cubre a Bach. Cubre a David. A un padre. A una madre. Cubre una Nana. Pero es tan necesario siempre buscar un culpable, aunque sea uno mismo, aunque seamos nosotros. El peso de la culpa en uno mismo y la añoranza que quiere ser esperanza de una justicia imposible después de tanta historia, después de tanto tiempo.
Y es que Liddell no quiere que nadie se vaya indifernte después de acabar su propuuesta tan rotunda. Y desde mi punto de vista, desde el punto de vista de mis ojos, lo consigue con creces. Salí empapada de su crítica dura al mundo, a la sociedad del dolor, a la vida al fin y al cabo, como si fuera una carrera de obstáculos de humanos con dorsal, sus columnas. Un juego con miles de reglas bajo el que se esconde una terrible crueldad. Qué violencia visceral, su sexo descarnado y unos textos paridos de su sangrientas manos no dejan de exaltarme exagerada pero maravillosamente, y todo lo que incluso ahora mismo me obliga a reflexionar. Me provocaron sus textos, sus silencios, sus gritos.
Liddell es una actriz inmensa, sin duda para mí lo es. Inmensa. Miseria humana que no nos da ningún respiro. Sus momentos me oxigenaron. Todo era simbólico y a la vez real. Performances agotadoras para la actriz, sin duda.
Salí con la idea perpetua en la mente de que sí, que somos así, como nos define. Somos seres violentos, desde luego, pero sólo somos conscientes de ello cuando Liddell nos pregunta en sus performances.
Como decía Schopenhauer, "No podemos aspirar a ser felices. Sólo podemos aspirar a ser héroes".
Sigo con Temor y Temblor de Kierkegaard en las manos
En cuanto he llegado a casa he buscado sin ojos pero con manos el libro Temor y temblor de Kierkegaard. Tarea muy difícil pues hay muchos en esta gran estantería y colocados arbitrariamente ante una mudanza que hoy ya tiene un mes. En fin, que mis manos, diestras ellas cuando quieren y con un ojo en cada punta del dedo, han encontrado en un minuto este libro. Lo he abierto y he descubierto que está mancillado ya desde antes, perpetuamente subrayado. Tras hojear por encima, de nuevo mis manos no han tardado ni otro minuto en descubrir lo que andaban buscando. Anfaegtelse. Confieso que aún estoy emocionada por la rapidez de mis manos. Y no sólo por su rapidez sino porque justo en esas páginas donde tratan de este concepto estaba ya antiguamente subrayado y reseñado, veo con gusto, que para la posteridad, la posteridad de hoy. Transcribo aquí y de primera mano lo que para Kierkegaard significa este vocablo.
"Kierkegaard llama Anfaegtelse a ese estado en que el hombre se encuentra en el umbral de lo divino; es una especie de horror religioso , de duda o inquietud relilgiosa, de ansiedad o de crisis espiritual ante el misterio de lo absurdo"
Maravillosamente cierto ¿no? Costumbre de filósofos incluso hoy en día, fue dar a ciertas palabras un significado que trascendía el usual. Quiero decir que esta palabra significa etimológicamente inquietud, angustia, tentación, ataque, etc. pero que Kierkegaard aportó muy acertadamente a mi entender, esa interpretación filosófica.
El filósofo sigue admitiendo en el libro, y vuelvo a transcribir, que “cada vez que el individuo, después de haber ingresado en lo general, siente una inclinación a afirmarse como el Particular, cae en una Anfaegtelse de la que únicamente podrá salir si, arrepentido, se abandona como Particular en lo general”. Anfaegtelse en este contexto significa duda o inquietud religiosa. ¡Qué paradoja la fe, pienso para mí.
Supongo que este es el estado de inquietud que Kierkegaard encerró en la palabra Anfaegtelse, insisto, palabra que sin traducción al castellano, logra precisar este estado corporal donde el recurso a la palabra simplemente no está. Su pánico teológico, el de todos nosotros. Tiene razón Kierkegaard cuando sentencia que el dolor puede hacer perder la razón al ser humano... ¡Qué libro éste tan necesario!
“Cuando amamos entramos en guerra, es decir, entramos en Anfaegtelse. Cada uno de nosotros será grande dependiendo de aquel con quien batalló”. Los guerreros antiguos luchaban en silencio, con la espada en una mano y secándose las lágrimas con la otra. Eso les hacía nobles. Lancelot camina, y sólo le vemos la espalda, es la posición más vulnerable, la más propicia para ser vencido” Estas citas de Temor y temblor de Kierkegaard, fueron el disparadero al espectáculo de Angelica Lidell que estalló mis ojos. Para mí una de las figuras más valiosas en el mundo teatral.
Pero a pesar de que Anfaegtelse en danés signifique peligro o angustia, la maravillosamente trasgresora Angélica Liddell sigue defendiendo que Bach en alemán significa río.
ANFAEGTELSE se repite en la pantalla durante esta pieza de vídeo-instalación, angustia en danés nos aclaran, angustia sin recompensa, angustia engañada, angustia sin salvación clama el intenso video en silencio. A Abraham -de nuevo Temor y Temblor, una vez descendido al infierno se le perdona, se le recompensa, no tiene que culminar el sacrificio. ¿Acaso nosotros sí? El sacrificio produciría Anfaegtelse.
Una pieza pequeña pero intensísima proposición la de Angélica. Intensa es la palabra que mejor define a esta mujer. Intensamente cruda. Te descuartiza por dentro. Todo se revuelve en las duras paredes de tu estómago. Los rostros se vuelven extraños ante su mar de carbón. La síntesis de su manera de trabajar vídeo y escena. Síntesis de una moral, la de esta artista, que se cree engañada, tirada, caída, ultrajada, violada de alma y así nos hace sentir a nosotros ante esta sociedad. Su manera de interpretar al mundo cubre todas las esferas religiosas, las sociales, las individuales. Cubre a Kierkegaard. Cubre a Bach. Cubre a David. A un padre. A una madre. Cubre una Nana. Pero es tan necesario siempre buscar un culpable, aunque sea uno mismo, aunque seamos nosotros. El peso de la culpa en uno mismo y la añoranza que quiere ser esperanza de una justicia imposible después de tanta historia, después de tanto tiempo.
Y es que Liddell no quiere que nadie se vaya indifernte después de acabar su propuuesta tan rotunda. Y desde mi punto de vista, desde el punto de vista de mis ojos, lo consigue con creces. Salí empapada de su crítica dura al mundo, a la sociedad del dolor, a la vida al fin y al cabo, como si fuera una carrera de obstáculos de humanos con dorsal, sus columnas. Un juego con miles de reglas bajo el que se esconde una terrible crueldad. Qué violencia visceral, su sexo descarnado y unos textos paridos de su sangrientas manos no dejan de exaltarme exagerada pero maravillosamente, y todo lo que incluso ahora mismo me obliga a reflexionar. Me provocaron sus textos, sus silencios, sus gritos.
Liddell es una actriz inmensa, sin duda para mí lo es. Inmensa. Miseria humana que no nos da ningún respiro. Sus momentos me oxigenaron. Todo era simbólico y a la vez real. Performances agotadoras para la actriz, sin duda.
Salí con la idea perpetua en la mente de que sí, que somos así, como nos define. Somos seres violentos, desde luego, pero sólo somos conscientes de ello cuando Liddell nos pregunta en sus performances.
Como decía Schopenhauer, "No podemos aspirar a ser felices. Sólo podemos aspirar a ser héroes".
Sigo con Temor y Temblor de Kierkegaard en las manos
sábado, 13 de septiembre de 2008
Una jornada perfecta
Ayer fue un día perfecto. Después de una jornada de trabajo donde el jefe reunía a primera hora -como todos los años por estas fechas- a su equipo, después de escuchar sus explicaciones sobre la curva de Gauss, de compras y ventas de libros, libros que sacamos en un tiempo record, después de atender a un jefe que conoce cómo se mueve el mercado de los libros, la competencia, de sacarnos de nuestro trabajo más físico -montar libros de principio a fin- para llevarnos de viaje a ese otro mundo empresarial, competitvo, un mundo donde una entiende por qué algo es así y no de otra manera, después de abrirnos la mente a base de informacón totalmente justificada, hicimos un pequeño ágape -también como todos los años tras el ya legendario discurso-. Cuando llegué a casa S. estaba preparando arroz negro, yo estaba a punto de reventar pero el arroz que preparó estaba tan delicioso que no podía dejar de decírselo a cada bocado de calamar que llevaba a mi boca. El día siguió transcurriendo por ese camino de perfección. Cambiamos de planes, íbamos a acercarnos a comprar algo de ropa de invierno, pero sólo pensar en sacar el coche y la hora en la que nos pusimos en marcha, hizo que nos decidiéramos a quedarnos en Madrid.
El viernes pasado yo perdí una chaquetita color mostaza a la que tenía mucho cariño. No he dejado de dar la lata a S. sobre este pequeño desastre físico así que me propuso acercarnos a por otra. De camino al metro volvimos a cambiar de planes. Me acompañaría a la Asociación de Escritores a hacerme socia, por el centro también podría buscar la chaqueta perdida, así que firmé con gusto este planteamiento de día junto a mi S. Una vez en la asociación y tras charlar con la mujer que allí estaba me di cuenta de que hace siglos ya fui socia pero en fin, por alguna razón -seguro que económica- dejé de serlo. A eso de las 7 de la tarde caminábamos hacia la Gran Vía y allí es tan difícil no encontrar lo buscado, que gracias a los grandes ojos de S. en cuanto entramos en la tienda vio en lo alto, tan alto que el dependiente tuvo que coger una escalera, la ya famosa chaqueta. Parece una chiquillada pero S. se convirtió en mi heroína, yo soy tan rápida cuando entro a las tiendas y más si voy sola que jamás se hubieran fijado mis ojos en un tono mostaza allá arriba, tan lejos.
Después de darle mil gracias me recordó que un día escribí una entrada sobre un libro de Vladimir Holan , días antes. Y el día que fuimos al Café-Librería Buena Vida recordé que podría preguntar sobre ese título, pero no lo tenían. S. entonces, con la boca pequeña de quien no ha ganado una batalla, me confesó en voz baja, muy cerca del oído que tras leer aquella entrada que escribí buscó dónde encontrarlo. Se tropezó con el título en la Casa del Libro. Iba a regalármelo pòr mi cumpleaños pero es tan difícil que yo no acompañe a S. a algún sitio y viceversa... que prefirió esperar el momento perfecto de un despiste mío para acercarse sola. No pudo ser, pero su confesión me confirmó mi maravillosa sorpresa. Yo la miré maravillada y emocionada y le dije que aunque no pudo ser sólo el hecho de que esa idea entrara entre sus ideas me emocionó hasta tal punto que casi consigue que me echara a llorar. De repente Holan se volvió a convertir en lo perdido pero más ansiado, como aquella chaquetita color mostaza. En fin que ayer a última hora me llevó a la Casa del Libro y tras preguntar por Holan me dirigí directa a la H de Holan en las estanterías que eran barriga de los libros de poesía. Lo encontró S. como siempre, encontró mi maravilloso Una noche con Hamlet y no sólo eso sino que junto a él respiraba un Dolor de este autor del silencio. Por supuesto nos llevamos los dos libros. Ayer era 12 de septiembre, me hubiera parecido hasta simbólico encontrar estos libros cuatro días después, día en que nació el poeta. Ahora descansan muy cerca de mí. Juntos. Y descubro que en lugar de devorar esa Noche con Hamlet, antes de devorar su cráneo miro y remiro su cubierta, y sólocon ver el nombre de Holan junto a ese título ansiado desde siempre hace que me sonría como el que ha ganado una batalla. De vuelta a casa iba como una chiquilla con zapatos nuevos, chaqueta nueva color mostaza y un par de libros hermosísimos uno de los cuales en algún momento de mi vida me formó un poco más para llegar a ser lo que hoy soy. Y como soy una agradecida exacerbada, millones de gracias mi querida S.
Aviso a todos los elefantes: Hoy he cambiado de música. Ryuichi Sakamoto. Me lo trajo a mi ocupada memoria El vals de los elefantes en su baile de ayer, después de casi un mes deselefantada. Recupero de golpe la música de mi querido y casi olvidado Sakamoto y con todo ello recupero ese vals.
El viernes pasado yo perdí una chaquetita color mostaza a la que tenía mucho cariño. No he dejado de dar la lata a S. sobre este pequeño desastre físico así que me propuso acercarnos a por otra. De camino al metro volvimos a cambiar de planes. Me acompañaría a la Asociación de Escritores a hacerme socia, por el centro también podría buscar la chaqueta perdida, así que firmé con gusto este planteamiento de día junto a mi S. Una vez en la asociación y tras charlar con la mujer que allí estaba me di cuenta de que hace siglos ya fui socia pero en fin, por alguna razón -seguro que económica- dejé de serlo. A eso de las 7 de la tarde caminábamos hacia la Gran Vía y allí es tan difícil no encontrar lo buscado, que gracias a los grandes ojos de S. en cuanto entramos en la tienda vio en lo alto, tan alto que el dependiente tuvo que coger una escalera, la ya famosa chaqueta. Parece una chiquillada pero S. se convirtió en mi heroína, yo soy tan rápida cuando entro a las tiendas y más si voy sola que jamás se hubieran fijado mis ojos en un tono mostaza allá arriba, tan lejos.
Después de darle mil gracias me recordó que un día escribí una entrada sobre un libro de Vladimir Holan , días antes. Y el día que fuimos al Café-Librería Buena Vida recordé que podría preguntar sobre ese título, pero no lo tenían. S. entonces, con la boca pequeña de quien no ha ganado una batalla, me confesó en voz baja, muy cerca del oído que tras leer aquella entrada que escribí buscó dónde encontrarlo. Se tropezó con el título en la Casa del Libro. Iba a regalármelo pòr mi cumpleaños pero es tan difícil que yo no acompañe a S. a algún sitio y viceversa... que prefirió esperar el momento perfecto de un despiste mío para acercarse sola. No pudo ser, pero su confesión me confirmó mi maravillosa sorpresa. Yo la miré maravillada y emocionada y le dije que aunque no pudo ser sólo el hecho de que esa idea entrara entre sus ideas me emocionó hasta tal punto que casi consigue que me echara a llorar. De repente Holan se volvió a convertir en lo perdido pero más ansiado, como aquella chaquetita color mostaza. En fin que ayer a última hora me llevó a la Casa del Libro y tras preguntar por Holan me dirigí directa a la H de Holan en las estanterías que eran barriga de los libros de poesía. Lo encontró S. como siempre, encontró mi maravilloso Una noche con Hamlet y no sólo eso sino que junto a él respiraba un Dolor de este autor del silencio. Por supuesto nos llevamos los dos libros. Ayer era 12 de septiembre, me hubiera parecido hasta simbólico encontrar estos libros cuatro días después, día en que nació el poeta. Ahora descansan muy cerca de mí. Juntos. Y descubro que en lugar de devorar esa Noche con Hamlet, antes de devorar su cráneo miro y remiro su cubierta, y sólocon ver el nombre de Holan junto a ese título ansiado desde siempre hace que me sonría como el que ha ganado una batalla. De vuelta a casa iba como una chiquilla con zapatos nuevos, chaqueta nueva color mostaza y un par de libros hermosísimos uno de los cuales en algún momento de mi vida me formó un poco más para llegar a ser lo que hoy soy. Y como soy una agradecida exacerbada, millones de gracias mi querida S.
Aviso a todos los elefantes: Hoy he cambiado de música. Ryuichi Sakamoto. Me lo trajo a mi ocupada memoria El vals de los elefantes en su baile de ayer, después de casi un mes deselefantada. Recupero de golpe la música de mi querido y casi olvidado Sakamoto y con todo ello recupero ese vals.
miércoles, 10 de septiembre de 2008
Un pequeño esfuerzo
Me gusta su nombre. Me gustan las palabras con que Estel define este premio que a su vez hace que recaiga en este Rascacielos: El premio al esfuerzo personal se otorga principalmente a blogs sin ánimo de lucro que contribuyen activamente al fenómeno de la comunicación a través de la blogosfera. Fenómeno de la comunicación. Me detengo ahí. Es hermoso que en este siglo definamos la comunicación, algo tan ancestral ya, como un fenómeno, si quieren, menos típico. Y digo ancestral porque incluso antes de saber que una palabra se sucedía en otra, de saber que a una frase le siga otra y otra y otra más, ya existía la comunicación. Me parece curioso también el momento en el que menciona esta página, justo ahora, que refuerzo mis manos después de meses de silencio, un silencio a voces en el Rascacielos pero que enmudecía mis manos en ese otro campo más poético. Hoy renuevo mis manos. Leo también los parámetros de recibir un premio bloguero. Este es el cuarto creo en esta andadura de mi ventana al mundo. La primera vez nombré a cinco blogs interesantes por una u otra cosa. Las tres siguientes la pereza me conquistó y sencillamente me quedé quieta. Esta vez volveré a nombrar a otros recién descubiertos o más antiguos pero que nunca decepcionan. Necesarios.
A Pura Salceda por sus frases-respuesta lapidarias. Por su infabilidad.
Otro a compartir entre Lauren Mendinueta y Antonio Sarabia, que compartirán con gusto, por su exhaustividad en la información. Su profundidad y su poesía, siempre, siempre exhaustiva.
A Laura Giordani la quiero nombrar silenciosamente por su poesía constante. Porque entre sus letras siempre rezuma el aroma de Pizarnik. Por su frase de cabecera que deberíamos grabarnos a sangre en la memoria.
A Viktor, siempre a Víktor, nombramiento que repetiría una y mil veces
A Pura Salceda por sus frases-respuesta lapidarias. Por su infabilidad.
Otro a compartir entre Lauren Mendinueta y Antonio Sarabia, que compartirán con gusto, por su exhaustividad en la información. Su profundidad y su poesía, siempre, siempre exhaustiva.
A Laura Giordani la quiero nombrar silenciosamente por su poesía constante. Porque entre sus letras siempre rezuma el aroma de Pizarnik. Por su frase de cabecera que deberíamos grabarnos a sangre en la memoria.
A Viktor, siempre a Víktor, nombramiento que repetiría una y mil veces
lunes, 8 de septiembre de 2008
Peces en el aire
Hacía mucho que no escribía ni un solo verso. Por otro lado nunca he dejado de hacerlo. Hace mucho que escribo, sí, pero a la vez hace tanto de todo… en verso. Escribo, claro que escribo, no dejo de hacerlo, pero un poema, para escribir un buen poema se necesita... ya no sé qué se necesita.
La vida está llena de secuencias. Es una sucesión –unas veces ordenada y otras desordenada– de acontecimientos impulsados por una acción-base. Hoy más que nunca vivimos en un mundo de consecuencias, de correspondencias –a veces desastrosas, es cierto, lo vemos a diario en televisión– pero bueno, todo lo que ocurre es impulsado por otro “todo”. Podría escribir sobre tantas y tantas secuencias, y sin embargo, he permanecido en silencio con mis manos rencorosas, mis manos estaban tan mudas ante las barbaries que antaño denunciaban. Esperaré, me dije. Decidí esperar. Esperé. Y mientras tanto, escribí.
Ay, esta artesanía poética, lugar donde todo sucede. Cada día son más breves mis poemas: pequeños fuegos para quien anduvo perdida en lo extraño, y sin embargo hoy no me cuesta tanto escribir… Ahora todo me parece tan simbólico para vestir a mis peces... Todo se sucede. Todo acontecimiento se sucede. Todo sirve.
Esta escena pertenece a la película Lluvia Negra de S. Imamura, con música de Takemitsu. Es uno de mis tantos peces místicos. La película es estremecedora. Quedaros hasta el final de esta escena por favor, aunque sólo sea por la música. Aunque sólo sea por la escena.
La familia Shizuma está viviendo en Hiroshima cuando se produce el bombardeo atómico. Yasuko logra sobrevivir a la explosión y consigue escapar de las ruinas radiactivas. Cinco años después, Yasuko está viviendo con sus tíos y su abuela en un pueblo que acoge a muchos de los afectados por la bomba. Sus parientes parecen estar más preocupados por casar a Yasuko, que, a pesar de su buena apariencia, ya ha empezado a enfermar a causa de la radiación. La película es necesario, tremendamente cruda y catastróficamente aterradora.
* Filmaffinity.
El año pasado se publicó en español el libro Lluvia negra, del escritor japonés Masuji Ibuse.
La lluvia negra son las partículas radiactivas que hicieron imposible la vida para millones de personas como consecuencia de las bombas de Hiroshima y Nagasaki. Luvia negra. Una capa de ceniza blanca cubriiendo el epicentro de las pieles de las personas. Y sin embargo, había tanta vida aún en aquel río.
La vida está llena de secuencias. Es una sucesión –unas veces ordenada y otras desordenada– de acontecimientos impulsados por una acción-base. Hoy más que nunca vivimos en un mundo de consecuencias, de correspondencias –a veces desastrosas, es cierto, lo vemos a diario en televisión– pero bueno, todo lo que ocurre es impulsado por otro “todo”. Podría escribir sobre tantas y tantas secuencias, y sin embargo, he permanecido en silencio con mis manos rencorosas, mis manos estaban tan mudas ante las barbaries que antaño denunciaban. Esperaré, me dije. Decidí esperar. Esperé. Y mientras tanto, escribí.
Ay, esta artesanía poética, lugar donde todo sucede. Cada día son más breves mis poemas: pequeños fuegos para quien anduvo perdida en lo extraño, y sin embargo hoy no me cuesta tanto escribir… Ahora todo me parece tan simbólico para vestir a mis peces... Todo se sucede. Todo acontecimiento se sucede. Todo sirve.
Esta escena pertenece a la película Lluvia Negra de S. Imamura, con música de Takemitsu. Es uno de mis tantos peces místicos. La película es estremecedora. Quedaros hasta el final de esta escena por favor, aunque sólo sea por la música. Aunque sólo sea por la escena.
La familia Shizuma está viviendo en Hiroshima cuando se produce el bombardeo atómico. Yasuko logra sobrevivir a la explosión y consigue escapar de las ruinas radiactivas. Cinco años después, Yasuko está viviendo con sus tíos y su abuela en un pueblo que acoge a muchos de los afectados por la bomba. Sus parientes parecen estar más preocupados por casar a Yasuko, que, a pesar de su buena apariencia, ya ha empezado a enfermar a causa de la radiación. La película es necesario, tremendamente cruda y catastróficamente aterradora.
* Filmaffinity.
El año pasado se publicó en español el libro Lluvia negra, del escritor japonés Masuji Ibuse.
La lluvia negra son las partículas radiactivas que hicieron imposible la vida para millones de personas como consecuencia de las bombas de Hiroshima y Nagasaki. Luvia negra. Una capa de ceniza blanca cubriiendo el epicentro de las pieles de las personas. Y sin embargo, había tanta vida aún en aquel río.
miércoles, 3 de septiembre de 2008
La Buena Vida
El otro día S. y yo paseamos por Mdrid. Íbamos con la dirección terca hacia un café-librería que está cerquita de Ópera. Se llama La Buena Vida, en Vergara 10 (http://labuenavidaweb.wordpress.com). Es un lugar magnífico, de esos que a una le cuesta salir. Lo descubrimos este agosto desde una ventana de autobús. No había semáforos por lo que nos dio tiempo tan sólo a leer el rótulo de la puerta que rezaba La Buena Vida. De no haber sido porque debajo se intuía la frase Café de los Libros, quizá hubiera pasado más desapercibido. Pero eso nos determinó. Al momento comentamos en el autobús que no tardaríamos en descubrir aquel nuevo lugar. El domingo fue el día. Finalmente nos acercamos. Estuvimos hojeando libros y libros cerca de una hora. Profundizando en aquellos estantes recién descubiertos, nos iniciamos y nos introducimos en los mundos más infantiles perfectamente ilustrados. Nos emociona su novedad. Mi relación con ellos nació a partir de dos cuentos que a día de hoy están ilustrando mi hermana, uno y un amigo el otro. No llegarán a buen puerto, pues desconozco los hilos que mueven ese mundo. Pero me emociona más que antes entrar en una librería e ir directa a la literatura infantil, después de haber arrasado la poesía, claro. Compartimos nombres importantes para mí y viceversa. A veces lo comentamos. La de nombres nuevos que se han colado entre mis ideas gracias a S. y de nuevo viceversa. Cultiva en mí su pasión por la gastronomía y por el comic, y hay tanta poesía en ambas... Yo le cultivo mi pasión sencillamente por la literatura. Me muestra con emoción tochos de libros de gastronomía o de chocolate. Yo le respondo con otro de lomo más fino y probablemente de poesía. El domingo, en aquel café, cada vez que veía un nombre extraño e impronunciable en las estanterías de poesía, me decía. Nuria, mira, seguro que lo conoces. Yo me reía y le contestaba, ¿qué pasa, que piensas que conozco a todos los que tienen un nombre impronunciable?
Un Walts del maravilloso Takemitsu
Un Walts del maravilloso Takemitsu
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