por pilar martín gila
en revista quimera
Nuria Ruiz de Viñaspre abre su
último poemario, Pensatorium, con el
siguiente comentario del filósofo Alain a Paul Valéry: “Todo pensamiento
empieza con un poema”. Esto nos sitúa en la relación entre poesía y pensamiento
como pregunta recurrente, al menos entre los poetas, donde la poesía no sería
cosa distinta del pensamiento, y el pensamiento no se conformaría con lo
rigurosamente racional. Sin embargo, puede decirse que la autora del presente poemario
parece tener resuelta la pregunta sobre esta dicotomía desde un lugar anterior
a la pregunta misma, un lugar en el que la poesía es impulsora del mundo que la
contiene, movimiento no premeditado, no preparado sino entregado. Después vendría
la formulación de la pregunta como si el saber, la conciencia y el
entendimiento llegaran siempre a
posteriori, y esa fuera su virtud, tal como le ocurría a aquel denostado
titán, Epimeteo, de cuyo des-propósito, sin embargo, surge la diversidad de los
órdenes, al contrario que su famoso y obstinado hermano, el previsor Prometeo.
En cualquier caso, este Pensatorium, este espacio para el
pensamiento es primero el espacio para la poesía, sobre ella recae el delicado
material de la palabra, cuya posibilidad de supervivencia reside en su capacidad
para escapar, esquivar los intentos de orden, de definición, de congruencia. “El
lenguaje corporal del caballo es el lenguaje corporal del lenguaje corporal del
caballo es el lenguaje corporal del lenguaje […]”. El cambio constante de la
mirada, el quiebro, la atención al giro en el final de los poemas, que busca
hurtar la expectativa, lo previsible, y también esa inclinación a los procesos
de pensamiento en espiral, hacen visible un guiño o una forma de llamada a los
poemas de Gertrude Stein, sobre cuya escritura o más bien sobre lo
inconveniente de ceder al vicio explicativo y de penetración ante su escritura,
Andrés Fisher y Benito del Pliego, en su edición Objetos y retratos. Geografía (Amargord), dicen lo siguiente, que,
según me parece, se puede aplicar también a Pensatorium:
“Es la vocación de superficialidad lo que hace profundamente inquietante a
Stein. Nos miramos en ella y somos capaces de proyectarla en una enorme
variedad de sentidos.” La reiteración,
el sonido de la lengua, los aspectos, podemos decir, sensibles de la palabra
entran en juego de una forma particularmente relevante en la escritura de Ruiz
de Viñaspre, desde el instante en que en ella se privilegia ese incesante movimiento
del deseo, que es inextinguible y por lo tanto se repite en su inagotable
carrera desplazándose de significante en significante, tras el reconocimiento
del otro (“me subo en caballos
disolventes / que son un lenguaje de amor entre piernas / lo regazo encinta lo
calibro / pero allí la casa se fuga a caballo / el caballo se fuga en niebla la
niebla / en lengua la lengua en vientre…”).
Es este un mundo poblado donde emergen
otras voces no con el fin de articular un discurso, sino más bien como podrían
surgir en un sueño al que vuelve lo que se vivió durante el día para
incorporarlo plenamente al sujeto. Hay, como sugiere Luz Pichel en su prólogo,
una aproximación del pensar al soñar que se encarna en el otro, un otro
concreto. Y tal vez la poesía sea ese punto de intersección que hace concreto
el pensamiento y verbalizable el sueño, no porque haya lenguaje sino porque hay
cuerpo, porque es el cuerpo el que enuncia y el que demanda (“pero mi cuerpo pero tu casa / volvamos a
la realidad / mi cuerpo es la casa del lenguaje”). Y aquí posiblemente, en ese espacio
situado en los dominios del cuerpo, al que Jean-Luc Nancy observa como una
certidumbre confundida, hecha añicos, una forma que abre su interior y a la vez
se muestra, se expone, como exterior, tal vez, digo, y cerrando con la idea que
comenzaba este artículo, sea el lugar donde Nuria Ruiz de Viñaspre hace de su
poesía tensión, impulso del mundo.