martes, 20 de noviembre de 2007

El octogenario

Claro que vivir sin amar es posible pero resulta tan poco recomendable, yo recuerdo que nunca tenía prisa por llegar a la casa vacía donde las paredes se burlaban de mí hasta quedar exhausta por un sueño, hasta que una arruga crecía hacia los adentros de mi piel. Ahora, ahora es diferente y me descubro con rápidos pies en el camino a casa, porque la casa no está vacía. Tampoco me cuesta amanecer, mi humor es estupendo, y la risa nos baila antes de que el día se amanezca. Hoy, de camino a esa casa más llena, en el autobús -donde´tardo sólo quince minutos- me he topado con uno de esos hombres mayores, tan mayores que ni se acuerdan de si la ropa que llevan está limpia o roída, más esto segundo, pero sarcásticamente con otra memoria prodigiosa. En una calle estrecha el autobús se ha visto obligado a bajar y a reclinar el retrovisor de una furgoneta, con él extendido no permitía el paso del autobús. El caso es que después de este simple hecho el hombre octogenario enjuto de hambre y llamado loco, no ha dejado de farfullar palabras. El resto de la gente le miraba asombrado como diciendo, pobre hombre, está loco, pero yo me he detenido en sus palabras y en fin, me han hecho pensar. Decía algo así como: "No hemos avanzado nada, nunca se avanza. Hemos olvidado nuestro pasado, no recordamos de donde venimos, seguimos haciendo lo mismo que hace años, -seguía diciendo- cuando los hombres entraban a caballo hasta las iglesias, llegaban montados hasta el altar, con una prisa en la grupa y una mala mirada ¿por qué no dejas la furgoneta en una nave y llevas la mercancía en una carretilla hasta donde necesites? ¿Es que no nos acordamos de las carretillas? ¿Qué es eso de aparcar en doble fila justo enfrente de donde necesitas descargar. Decía que él de joven, se tuvo que comprar una carretilla y que mil veces al año tenía que llevar sobre ella enormes garrafas de agua desde la calle Quevedo hasta Alcalá. Y mientras, continuaba recordando a aquellos hombres montados a caballo que entraban hasta el altar -eso me había llamado tanto la atención que seguí sus palabras. Me preguntaba si la casa de este octogenario estaba tan vacía como lo estaba la mía antaño. Yo creo que sí, por su desaliño, su lento paso, su desidia, y como no, su memoria.

Me he empavorecido, me he engrisado,
me he atardecido,
mi lengua no sabe.
A. Pizarnik

viernes, 16 de noviembre de 2007

sábado, 10 de noviembre de 2007

Dibujos interiores del libro La geometría del vientre © Celia R. Ripa













© Celia R. Ripa

Estos dibujos cuya autoría pertenecen a mi hermana Celia R. Ripa (ilustradora y diseñadora gráfica) son los que apoyan los poemas de mi último libro "La geometría del vientre". Explican bien la historia, realmente.

http://www.e-factory.es/
http://www.geocities.com/SoHo/Gallery/6893/servok.htm